–Levántate, Sancho ―dijo don Quijote―, que ya veo que la fortuna se ha adueñado de todos los caminos por donde puede venirme algún contento. Y tú, ¡único remedio de mi apenado corazón que te adora!, ya que el malvado encantador me persigue y ha puesto nubes en mis ojos, para que vea transformados tu hermosura y rostro en los de una labradora pobre, no dejes de mirarme amorosamente viendo cómo mi alma te adora.
–¡Anda, mi abuelo! ―respondió la aldeana―. ¡Amiguita soy yo de oír piropos! Apártense y déjennos ir, y se lo agradeceremos.
Sancho se apartó contentísimo de ver lo bien que había salido su plan. Pero apenas echó a andar el borrico de la fingida Dulcinea, comenzó a dar saltos y dio con la señora Dulcinea en tierra. Don Quijote acudió a levantarla y cuando quiso ayudar a su señora encantada a montar en el borrico, ella sola dio un salto y se subió al animal.
–¡Vive Dios ―exclamó entonces Sancho―, que nuestra señora es más ligera que un ave y puede enseñar a subir a caballo al más diestro [151] diestro – умелый, искусный
caballe experto.
Don Quijote se volvió a Sancho y le dijo:
–Sancho, ¿qué te parece lo mal que me tratan los encantadores? Mira hasta dónde llegan su maldad y su odio, que no me han querido dar la alegría de ver a mi señora tal como es. Además, Sancho, estos traidores la han transformado en una figura tan mezquina y tan fea como la de aquella aldeana, y le han quitado lo que más distingue a las principales señoras, que es el buen olor a flores y perfumes, pues cuando ayudé a levantar a Dulcinea me vino un fuerte olor a ajos.
Finalmente volvieron a subir en sus cabalgaduras y siguieron el camino en dirección a Zaragoza.
Capítulo VI
La aventura del Caballero del Bosque
Después de comer algo de lo que traían en las alforjas, sentados bajo unos árboles, a Sancho le entró sueño y se echó a dormir tras alimentar a su asno con abundante hierba. No le quitó la silla a Rocinante por deseo de su señor, porque era costumbre de los caballeros andantes no desensillar mientras no durmieran bajo techo.
Sancho, finalmente, se quedó dormido junto a un árbol, y don Quijote durmiendo a ratos al pie de otro. Pero poco duró el descanso, porque lo despertó un ruido que oyó a sus espaldas. Se puso a mirar y a escuchar para saber de dónde venía el ruido y entonces vio que eran dos hombres a caballo:
–Apéate, amigo ―le decía uno al otro―; que, a mi parecer, en este sitio abunda la hierba y percibo la soledad y el silencio que necesitan mis amorosos pensamientos.
Al sentarse en el suelo, don Quijote oyó ruido de armas, por lo que pensó que debía de ser un caballero andante. Se acercó a Sancho, que estaba durmiendo, y le dijo en voz baja:
–Hermano Sancho, aventura tenemos.
–Dios nos la dé buena ―respondió Sancho―. ¿Dónde está, señor mío, esa señora aventura?
–¿Dónde, Sancho? Vuelve los ojos y verás allí a un caballero andante tumbado en el suelo. No parece estar muy alegre, porque lo vi arrojarse del caballo con desilusión. Pero escucha, que parece que va a decir algo.
–¡Oh, la más hermosa e ingrata mujer del mundo! ―exclamó―. ¿Cómo es posible, bellísima Casildea de Vandalia, que dejes que este cautivo caballero se canse en continuas idas y venidas y en difíciles y duros trabajos? ¿No basta con haber obligado a confesar que eres la más hermosa del mundo a todos los caballeros de Navarra, a todos los leoneses, a todos los castellanos y, finalmente, a todos los caballeros de la Mancha?
–Eso no ―dijo en ese momento don Quijote―; que yo soy de la Mancha y nunca he confesado eso, ni podía ni debía confesar algo tan perjudicial a la belleza de mi señora. Ya ves Sancho, que este caballero dice locuras. Sigamos escuchando.
Pero entonces el Caballero del Bosque oyó que hablaban cerca de él y se puso en pie.
–¿Quiénes hay allí? ―dijo con voz sonora―. ¿Están contentos o tristes?
–Estamos tristes ―respondió don Quijote.
–Pues venga aquí ―respondió el del Bosque― y verá que se encuentra con la pura tristeza en persona.
Don Quijote, al oír esta respuesta tan tierna, se acercó a él acompañado de Sancho. El caballero de los lamentos cogió del brazo a don Quijote y dijo:
–Sentaos aquí, señor, que para entender que sois caballero andante me basta con haberos hallado en ruta soledad donde solo habitan tales caballeros.
–Caballero soy y de la profesión que decís ―dijo don Quijote―; y aunque mis tristezas y desgracias son grandes, no dejo de tener compasión por las desdichas ajenas, causadas seguramente por el amor que tenéis a aquella hermosa ingrata que nombrasteis en vuestros lamentos.
–¿Estáis enamorado? ―preguntó el del Bosque.
–Lo estoy a mi pesar ―respondió don Quijote―; aunque los daños que nacen de los buenos pensamientos antes son dichas que desgracias.
–Verdad decís ―dijo el del Bosque―, si no nos alteraran la razón los desdenes, que parecen venganzas.
–Nunca he sido rechazado por mi señora ―dijo don Quijote.
–Así es ―añadió Sancho―; porque mi señora es mansa como una oveja y más blanda que la manteca [152] es mansa como una oveja y más blanda que la manteca – кроткая как овечка и податливая как масло
.
–¿Es este vuestro escudero? ―preguntó el del Bosque.
–Sí, él es ―dijo don Quijote.
–Nunca he visto yo escudero ―dijo el del Bosque― que se atreva a hablar cuando habla su señor; mirad el mío, que nunca abre la boca cuando yo hablo.
El escudero del Caballero del Bosque cogió por el brazo a Sancho y le dijo:
–Vámonos los dos donde podamos hablar de todo cuanto queramos, y dejemos a estos amos nuestros que se peleen, contándose las historias de sus amores; que seguro que pasará la noche y no habrán acabado.
–Así sea ―dijo Sancho―; y yo le diré a vuestra merced quién soy, para que vea que estoy entre los más habladores escuderos.
Una vez apartados los dos escuderos, el del Bosque dijo a Sancho:
–Trabajosa vida es la que pasamos los escuderos de caballeros andantes; bien comemos el pan con el sudor de nuestra frente.
–También se puede decir ―añadió Sancho― que lo comemos con el hielo de nuestros cuerpos; porque ¿quién pasa más calor y más frío que nosotros? Y menos malo sería si comiéramos, ya que las penas con pan son menos, pero a veces pasamos un día y dos sin desayunar.
–Todo eso lo podemos soportar gracias a la esperanza de tener una recompensa ―dijo el del Bosque―; porque si todo va bien, el escudero puede ser premiado con una hermosa ínsula.
–Yo ―dijo Sancho― ya le he dicho a mi amo que me contento con el gobierno de alguna ínsula, y él es tan noble y generoso que me lo ha prometido varias veces.
–De todas formas ―dijo el del Bosque―, mejor sería que los que trabajamos en este oficio nos retiráramos a nuestras casas a entretenernos con la caza y la pesca; porque ¿a qué escudero le faltan un rocín, un par de galgos y una caña de pescar para entretenerse en su aldea?
–A mí no me falta nada de eso ―respondió Sancho―; es verdad que no tengo rocín, pero tengo un asno que vale dos veces más que el caballo de mi amo; y galgos hay muchos en mi pueblo.
–Realmente, señor escudero ―respondió el del Bosque―, yo me he propuesto dejar las locuras de estos caballeros y retirarme a mi aldea y criar a mis tres hijitos.
–Dos tengo yo ―dijo Sancho― que se pueden presentar al Papa en persona, especialmente una muchacha a quien crío para condesa, si Dios quiere. Por eso y por otras cosas que espero estoy en este oficio de escudero, sirviendo a este bobo de mi amo que tiene más de loco que de caballero.
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