Washington Irving - Crónica de la conquista de Granada (1 de 2)

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Crónica de la conquista de Granada (1 de 2): краткое содержание, описание и аннотация

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Libre ya de moros la muralla, partieron estos dos caballeros en persecucion de los setenta moros que habian efectuado su entrada en el lugar, y que, por estar ocupada casi toda la guarnicion en defender aquella parte que Muley amenazaba combatir, habian recorrido muchas de las calles sin hallar oposicion, y se encaminaban ya á las puertas para abrirlas al ejército 13 13 Zurita, lib. XX. c. 43. . La muerte iba guiando sus pasos, y se les podia seguir el rastro por la sangre de sus huellas, y por los cadáveres de los que inmolaban de camino. Llegaron á una de las puertas, embistieron la guardia, y ya la fatal cimitarra tenia postrados á la mayor parte de los soldados de ella, cuando fueron alcanzados por don Alonso Ponce, con Pinedo y sus camaradas: un momento mas que tardáran, Alhama quedaba abierta al enemigo. Viéronse entonces los moros acometidos de frente y por las espaldas: al punto forman un círculo, y puestos espalda con espalda y la bandera en el centro, presentan animosamente los pechos á sus contrarios. De esta suerte pelearon largo tiempo con desesperada resolucion formándose en derredor un parapeto con los cuerpos de los que mataban. Vinieron contra ellos nuevas tropas, y crecieron los apuros, mas no por eso dejaron de batirse, ni pidieron jamas cuartel: conforme se disminuia su número, estrechaban mas y mas el círculo, defendiendo con inimitable constancia su bandera, hasta que muertos todos los demas, pereció el último moro abrazado con el asta de su estandarte. Este estandarte se desplegó en seguida sobre la muralla, y las cabezas de los moros muertos fueron arrojadas al campo del enemigo. 14 14 En premio de su valor, armó el Rey caballero á Pedro Pinedo. Zúñiga, Anales de Sevilla, lib. XII. an. 1482.

Muley Aben Hazen, viendo frustrada esta tentativa y muertos tantos de sus mejores caballeros, se mesaba las barbas en los arrebatos de su dolor. Para mayor confusion suya, se le avisó que desde las alturas se veia relumbrar las lanzas y ondear los pendones del ejército cristiano, que venia á socorrer á Alhama. Cediendo pues al rigor de su fortuna, alzó Muley el sitio, movió el campo sin tardanza, y al tiempo que se oian los últimos acentos de los añafiles del ejército moro, que se retiraba de los infaustos muros de Alhama, se vieron desembocar por las montañas las espesas columnas del duque de Medinasidonia.

Cuando los cristianos de Alhama vieron retirarse por una parte á sus enemigos, y avanzar por otra á sus libertadores, prorrumpieron en gritos de alegría; pues se les volvia á la vida en el punto mismo en que pensaban ser presa de la muerte, y cuando la hambre, la sed y todas las privaciones, los tenian reducidos al estado de esqueletos. La escena que pasó entre el duque de Medinasidonia y el marqués de Cádiz, fue la mas interesante y tierna. Al recibir á su magnánimo libertador, se le asomaron al Marqués las lágrimas á los ojos, y lleno de admiracion y reconocimiento, le estrechó entre sus brazos. El duque, su contrario antiguo, ahora su amigo mas afectuoso, le correspondió con iguales demostraciones, y le ofreció generosamente para en adelante una amistad sincera, y el olvido de sus diferencias.

Mientras esto pasaba con los gefes, se suscitó entre la tropa una contienda sórdida, sobre la particion de los despojos; pues pretendian los soldados del duque participar del fruto de aquella victoria, en premio de su trabajo y del socorro que habian prestado. De las palabras hubieran llegado á las armas, á no intervenir el duque que decidió la cuestion con su magnanimidad característica, diciendo á los suyos: “Quédense con los despojos, aquellos á quien la fortuna se los dió; que nosotros solo hemos tomado las armas por la honra, por la religion y por la salud comun. Por de presente sea éste el premio de nuestro trabajo: para en adelante, yo os aseguro que serán vuestras, con vuestro valor y esfuerzo, todas las riquezas de los moros y del reino de Granada.” Aplaudieron los soldados las razones de su general, apaciguáronse los ánimos, y terminó felizmente aquel tumulto.

Despues de haber descansado de sus fatigas, y participado abundantemente de las provisiones que la diligencia de la amante esposa del marqués de Cádiz habia prevenido, se retiraron los veteranos de Alhama, dejando en guarnicion de su conquista á una parte de las tropas recien venidas, y volvieron á sus casas cargados de un botin precioso. El duque de Medinasidonia y el marqués de Cádiz, con los caballeros sus allegados, se dirigieron á Antequera, donde fueron recibidos por el Rey con mucha distincion y señales particulares de favor. De alli partieron juntos para Marchena, villa del Marqués, cuya esposa, agradecida á la gentileza que habia usado con ella el Duque, hizo celebrar su venida con fiestas y regocijos, y se honró á tan distinguido huésped con un espléndido banquete. Cuando partió el Duque para su casa en san Lucar, le fue el Marqués acompañando hasta algunas leguas, y su despedida fue como la de dos afectos hermanos que se separan. Tal ejemplo dieron al mundo estos dos ilustres rivales, ganando entrambos la estimacion general; el uno por haber conquistado la fortaleza mas importante y fuerte del reino de Granada, el otro por haber subyugado á su mayor enemigo por un acto de magnanimidad.

CAPÍTULO VII

Acontecimientos en Granada, y principios del Rey moro, Boabdil el chico

Confuso y pesaroso volvió Muley Aben Hazen á su capital, despues de esta expedicion infructuosa, para ser testigo del descontento general y para oir las quejas y acusaciones de su pueblo. El desafecto que se manifestaba en el comun, fermentaba con mas secreto, pero mas peligrosamente entre los nobles. El reinado de Muley habia sido tiránico y sanguinario; y muchos de los gefes de la tribu de los Abencerrages, la mas ilustre entre los moros, habian sido víctimas de su política ó de su venganza: circunstancias que, unidas á las disensiones que existian en la familia real, prepararon una conspiracion cuyo objeto era el de desposeerle del trono, y libertar al pueblo de tan opresivo yugo.

Era Aben Hazen apasionado al sexo y tenia muchas mugeres, de las cuales se dejaba dominar alternativamente. Entre ellas habia dos reinas, á quienes amaba con extremo: la una se llamaba Aixa, á quien, en obsequio de su honestidad y pureza, dieron los moros el sobre nombre de la “Horra”, en arábigo la casta. Ésta en su juventud, tuvo de Aben Hazen un hijo, á quien todos consideraban como el heredero presuntivo del trono, y que se llamó Mahomet Audalla, si bien los historiadores le conocen mas generalmente por el nombre de Boabdil. Á su nacimiento los astrólogos, segun costumbre, formaron su horóscopo; y el terror y el espanto se apoderaron de sus ánimos, al notar los fatales portentos que su ciencia les revelaba. La vana ciencia de la astrología judiciaria, era muy comun entre los moros; y la supersticiosa costumbre de sacar horóscopos, parece haberse observado en el caso que aqui se cita. “¡Alá achbar! Dios es grande, exclamaron: él es quien pone y quita los imperios: en el cielo está escrito que este príncipe ocupará el trono de Granada, pero que en su reinado se consumará la perdicion del reino.” Desde este punto concibió contra él su padre una aversion decidida, y fue tan constante en perseguirle, que por esto y por la prediccion ominosa que le amenazaba, vino Boabdil á llamarse el “Zogoibi” ó el desgraciado.

La otra reina favorita de Muley, era Fátima, á quien dieron los moros el título de la “Zoroya” ó luz del alba, por lo resplandeciente de su hermosura: era cristiana de nacimiento, hija del comendador Sancho Jimenez de Solis, y siendo aun niña habia quedado cautiva de los moros. 15 15 Crónica del gran Cardenal, c. LXXI. Enamorado el viejo Rey de esta bella española, la hizo su sultana, y se entregó enteramente á su gobierno. El fruto de este amor fueron dos príncipes, á quienes desde su nacimiento tenia determinado la Zoroya elevar á la autoridad suprema, por cuantos medios estuviesen á su alcance; pues la ambicion de Fátima no era menor que su hermosura, y el objeto de sus mas ardientes deseos era el de colocar á uno de sus hijos sobre el trono de Granada. Para este fin se valió del ascendiente que tenia sobre el ánimo cruel de su marido, y haciéndole entrar en sospechas contra sus demas hijos, á quienes achacaba los mas siniestros designios, logró perderlos en el afecto de su padre. Tanto pudieron al fin sus artificios, que mandó Muley dar públicamente la muerte á varios de sus hijos en la fuente de los leones, que está en el patio de la Alhambra, lugar muy señalado en la historia de los moros como teatro de tantos hechos sanguinarios.

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