Budd pareció por un instante pensar en algo antes de entrecruzar sus manos sobre el escritorio como si estuviera tratando de centrarse. —Y como ya sabes, estamos seguros de que Brian Neilbolt no asesinó a Julie Hicks. Tenemos imágenes de él captadas por cámaras de seguridad fuera de un bar, la noche en que fue asesinada. Entró como a las diez y no salió hasta después de medianoche. Luego de eso tenemos el hilo de un mensaje de texto entre él y una aventura del momento que se extendió entre la una y las tres de la madrugada. Lo hemos verificado. Él no es el hombre.
—Él había hecho maletas —observó Kate—, como si tuviera prisa por dejar la ciudad.
—En el hilo de la conversación por mensajería, él y su aventura discutieron acerca de visitar Atlantic City. Se suponía que se irían esta tarde.
—Ya veo —asintió Kate. No se sentía avergonzada per se, pero comenzó a lamentar haber actuado tan agresivamente en el porche de Neilbolt.
—Hay una cosa más —dijo Budd—, y de nuevo, tienes que ver las cosas desde mi posición sobre esto. No me quedó otra opción que llamar a tus ex-supervisores en el FBI. Es el protocolo. Seguro que tú sabes eso.
Ella lo sabía pero honestamente no había pensado en eso. Una leve pero molesta irritación comenzó a manifestarse en sus entrañas.
—Lo sé —dijo.
—Hablé con el Subdirector Durán. Él no estaba feliz, y quiere hablar contigo.
Kate puso sus ojos en blanco y asintió. —Bien. Le llamaré y le haré saber que sigo tus instrucciones.
—No, no comprendes —dijo Budd—, ellos quieren verte. En Washington.
Y con eso, la irritación que estaba sintiendo rápidamente se transformó en algo que no había sentido hacía tiempo: una legítima preocupación.
Tras su reunión con el Jefe Budd, Kate hizo las llamadas correspondientes para hacerle saber a sus antiguos supervisores que había recibido su convocatoria. No se le facilitó ninguna información por teléfono y en realidad no habló con nadie importante. Así que no le quedó sino dejar unos mensajes más bien bruscos con dos desafortunadas recepcionistas —un ejercicio que la ayudó a drenar parte de su estrés.
Salió de Richmond a la mañana siguiente a las ocho en punto. Curiosamente estaba más excitada que nerviosa. Se imaginó que era como si un graduado universitario volviera a visitar su campus al cabo de un breve tiempo lejos de allí. Había extrañado muchísimo el Buró durante el año que había pasado y anhelaba estar de regreso en ese ambiente… incluso si era para ser reprendida.
Se distrajo escuchando un oscuro podcast sobre películas —una sugerencia de su hija. A los cinco minutos, los comentaristas pasaron a un segundo plano y en su lugar Kate reflexionaba sobre los últimos años de su vida. En buena medida, ella no era una sentimental pero por alguna razón que nunca había comprendido, tendía a ponerse nostálgica y meditabunda siempre que pisaba la carretera.
Asi que en lugar de concentrarse en el podcast, pensó en su hija —su hija embarazada, que daría a luz en unas cinco semanas. El bebé era una niña, llamada Michelle. El padre de la bebé era un buen hombre pero, a ojos de Kate, nunca había sido suficientemente bueno para Melissa Wise. Melissa, llamada Lissa por Kate desde que había empezado a gatear, vivía en Chesterfield, técnicamente dentro de Richmond pero considerada aparte por quienes vivian allí. Kate nunca se lo había dicho a Melissa, pero por eso era que había regresado a Richmond. No había sido sólo por sus lazos con la ciudad nacidos de su paso por la universidad, sino porque allí era donde estaba su familia —donde su primer nieto viviría.
Un nieto, pensaba a menudo Kate. ¿Cuándo creció Melissa? Diablos, hablando de eso, ¿cuándo envejeci yo?
Y cuando pensaba en Melissa, y en Michelle que estaba por nacer, Kate por lo general dirigia sus pensamientos a su fallecido esposo. Había sido asesinado hacía seis años, con un disparo dirigido a la parte trasera de la cabeza, mientras paseaba a su perro por la noche. Se llevaron su billetera y su teléfono y a ella la llamaron para que identificara el cuerpo menos de dos horas después de que salió de la casa con el perro.
La herida estaba todavía fresca la mayor parte del tiempo, pero ella la escondía bien. Cuando se retiró del Buró, lo hizo ocho meses antes de la edad oficial de retiro. En realidad, había sido incapaz de ponerle todo el tiempo, la atención y la concentración a su trabajo, luego de finalmente haber esparcido las cenizas de Michael en un campo de béisbol abandonado, cerca de su hogar en Falls Church.
Quizás era por eso que había pasado el último año tan deprimida por haber dejado el trabajo. Lo había dejado meses antes de la fecha que legalmente le correspondía. ¿Que podrían haberle ofrecido esos meses? ¿Qué otra cosa hubiera podido hacer con su carrera?
Siempre se había interrogado con respecto a estas cosas, pero nunca había caído en la lamentacion. Michael al menos había merecido toda su atención durante unos meses. En realidad él merecía mucho más, pero ella sabía que incluso en el más allá, no había manera de que él hubiera esperado que ella abandonara su trabajo por tanto tiempo. Él habría sabido que a ella le habría tomado algún trabajo llorarlo apropiadamente —y ese trabajo había significado literalmente trabajar en el Buró en tanto se lo permitió su estado emocional después de la muerte de él.
Le aliviaba descubrir mientras se acercaba a Washington que no se sentía como si estuviera traicionando a Michael. Personalmente creía que la muerte no era el final; ella no sabía si eso significaba que el Cielo era real o que la reencarnación fuera posible; la verdad sea dicha para ella estaba bien no saberlo. Pero sabía que dondequiera que Michael pudiera estar, estaría feliz de verla dirigiéndose de regreso a Washington —incluso si solo era para ser severamente reprendida.
Sea como fuere, lo más probable es que se estaría riendo a costa de ella.
Esto hizo que Kate sonriera a pesar suyo. Detuvo el podcast y se concentró en el camino, en sus propios pensamientos, y en cómo, incluso si ella había metido la pata, la vida, en cierto modo, acababa pareciendo cíclica en su naturaleza.
***
No se sintió emocionada cuando cruzó la puerta principal e ingresó al gran vestíbulo del cuartel general del FBI. En todo caso, estaba agudamente consciente de que ya no pertenecía a ese lugar —como si fuera una mujer que volvía a visitar su antigua escuela secundaria y descubría que los salones ahora la hacian sentirse triste y nostálgica.
La sensación de familiaridad ayudaba, sin embargo. A pesar de sentirse fuera de lugar, también sentía como si en realidad, después de todo, no hubiera estado lejos por todo ese tiempo. Atravesó el vestíbulo, se registró al frente, y se dirigió a los ascensores como si hubiera estado allí la semana pasada. Incluso el espacio confinado del elevador se sentía confortable al pensar que la trasladaba a la oficina del Subdirector Durán.
Al poner un pie fuera del ascensor e ingresar al área de espera de Durán, vio sentada ante el mismo escritorio a la misma recepcionista de hacía poco más de un año. Nunca en realidad se habían tratado por su nombre de pila, pero la recepcionista se levantó de su silla y corrió a darle un abrazo.
—¡Kate! ¡Qué bueno volver a verte!
Afortunadamente, el nombre de la recepcionista vino a su mente en el momento justo. —Lo mismo digo, Dana —dijo Kate.
—Nunca pensé que te viniera bien el retiro —bromeó Dana.
—Sí, ha sido una especie de gran bostezo.
—Bueno, pasa adelante y entra —dijo Dana—, él te está esperando.
Kate tocó la puerta cerrada de la oficina. Encontró que, incluso la especie de gruñido que recibió en respuesta desde el otro lado, la hizo sentir cómoda.
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