Se acercó a la recepción, un área brillantemente iluminada separada de la sala central por un panel de vidrio. Una mujer uniformada estaba sentada ante el escritorio, sellando un libro de novedades mientras Kate se aproximaba. Levantó la vista hacia Kate con una cara que lucía como si una sonrisa no la hubiera iluminado en varios días.
—¿Que puedo hacer por usted? —preguntó la recepcionista.
—Soy una agente retirada del FBI, y busco información sobre un asesinato reciente. Me gustaría conocer los nombres de los oficiales a cargo del caso.
—¿Tiene una identificación? —preguntó la mujer.
Kate sacó su licencia de conducir y la deslizó por la abertura de la división de vidrio. La mujer la miró por todo un segundo y la deslizó de regreso. —Voy a necesitar su identificación del Buró.
—Bueno, como dije, estoy retirada.
—¿Y quién la envió? Necesitaré su nombre e información de contacto y luego ellos tendrán que hacer una solicitud para poder facilitarle la información.
—En realidad esperaba saltarme los requerimientos legales.
—No puedo ayudarla entonces —dijo la mujer.
Kate se preguntó qué tanto más podría insistir. Si iba demasiado lejos, alguien seguramente notificaría a Clarence Greene y eso podría ser malo. Se devanó los sesos, tratando de pensar en otro curso de acción. Solo se le ocurrió una cosa y era más arriesgada que lo que estaba intentando.
Con un suspiro, Kate dijo secamente: —Bueno, gracias de todas formas.
Se dio la vuelta y salió de la oficina. Estaba un poco avergonzada. ¿Qué diablos había estado pensando? Incluso si ella todavía tuviera su identificación del Buró, sería ilegal para el Departamento de Policía de Richmond darle alguna información sin la aprobación de un supervisor en Washington.
Era más allá de la humillación caminar de regreso a su auto con una sensación tan tremenda —la sensación de ser una simple civil.
Pero una civil que odia recibir un no por respuesta.
Sacó su teléfono y llamó a Deb Meade. Cuando esta respondió, aún sonaba agotada y ausente.
—Siento tener que molestarte, Deb —dijo—, pero, ¿tienes el nombre y la dirección del ex-novio?
Resultó que Deb tenía ambos datos.
Aunque que Kate no tenía su vieja identificación del Buró, tenía todavía la última placa que le había pertenecido. Estaba colocada sobre un mantel en la chimenea como una reliquia de otra época, nada distinta de una fotografía en sepia. Al abandonar la estación del Tercer Precinto, regresó a casa y la tomó. Caviló larga y profundamente en torno a la idea de llevar su arma de costado. Miró largamente la M1911, pero la dejó donde estaba en su mesita de noche. Llevarla consigo para lo que planeaba era atraerse un problema.
Decidió tomar las esposas que guardaba en una caja de zapatos debajo de su cama junto otros tesoros de su carrera.
Por si acaso.
Salió de la casa y se encaminó a la dirección que Deb le había dado. Era un lugar en Shockoe Bottom, a veinte minutos en auto desde su casa. No se sentía nerviosa mientras conducía pero la embargaba la excitación. Sabía que no debería estar haciendo esto, pero al mismo tiempo, le sentaba bien salir al campo de nuevo —incluso aunque fuera en secreto.
En cuanto llegó a la dirección del ex-novio de Julie Hicks, un sujeto llamado Brian Neilbolt, Kate pensó en su marido. Aparecía en su mente de tiempo en tiempo, pero a veces aparecía y se quedaba durante un rato. Sucedió cuando dobló la esquina para entrar en la calle de llegada. Podía verlo meneando la cabeza.
Kate, sabes que no deberías estar haciendo esto, parecía decir
Sonrió levemente. En ocasiones extrañaba con locura a su marido, algo que contrastaba con el hecho de que a veces sentía que se las había arreglado para superar su muerte de una manera más bien rapida.
Se sacudió las telarañas de esos recuerdos mientras estacionaba su auto frente a la dirección que Deb le había dado. Era una casa más bien bonita, dividida en dos apartamentos con porches separando las propiedades. Cuando se bajó del auto, enseguida tuvo la certeza de que alguien estaba en casa, porque podía escuchar a alguien adentro hablando en voz alta.
Al subir las escalinatas del porche, sintió como si hubiera retrocedido en el tiempo, a un año antes. Se sentía de nuevo como una agente, a pesar de la falta de un arma en su cadera. Aún así, considerando que en la actualidad era una agente retirada, no tenía idea de lo que diría después de tocar la puerta.
Pero no dejó que eso la detuviera. Tocó la puerta con la misma autoridad que hubiese tenido hacia un año. Al escuchar las voces que hablaban adentro, asumió que se apegaría a la verdad. Mentir en una situación de la que ya se suponía que ella no formaba parte solo empeoraria las cosas si la atrapaban.
El hombre que vino a la puerta pilló a Kate algo desprevenida. Medía unos uno noventa y estaba totalmente drogado. Sus hombros por sí solos mostraban que iba al gimnasio. Con facilidad podía haber pasado por un luchador profesional. La única cosa que desmentía esa apariencia era la ira en sus ojos.
—¿Sí? —preguntó— ¿Quién eres?
Ella hizo entonces un movimiento que había estado extrañando mucho. Le mostró su placa. Esperaba que la vista de la misma le añadiera algo de peso a su presentación. —Mi nombre es Kate Wise. Soy una agente retirada del FBI. Espero que pueda conversar un rato conmigo.
—¿Sobre qué? —preguntó con brusquedad.
—¿Es usted Brian Neilbolt? —preguntó ella.
—Lo soy.
—¿Entonces su ex-novia era Julie Hicks, correcto? ¿Conocida antes como Julie Meade?
—Mierda, ¿de nuevo con eso? Mire, los jodidos policías ya me llevaron y me interrogaron. ¿Ahora también los federales?
—Duerma tranquilo, no estoy aquí para interrogarlo. Solo quería hacerle unas preguntas.
—A mí me suena como un interrogatorio —dijo—. Además, dijo que estaba retirada. Lo más seguro es que eso significa que yo no tengo que hacer nada de lo que me pida.
Ella simuló sentirse herida por esto, apartando la mirada de él. En realidad, sin embargo, estaba mirando por encima de sus enormes hombros hacia el espacio que había detrás de él. Vio un maletín y dos morrales recostados de la pared. Vio una hoja de papel sobre el maletín. El logo la identificaba como la impresión de un recibo de Orbitz. Aparentemente, Brian Neilbolt dejaba la ciudad por un tiempo.
No era el mejor escenario cuando tu ex-novia ha sido asesinada, y tú has sido arrestado y luego inmediatamente soltado por la policía.
—¿Adónde se dirige? —preguntó Kate.
—No es de su incumbencia.
—¿A quién le hablaba por teléfono dando voces antes de que yo tocara?
—De nuevo, no es de su incumbencia. Ahora, si me perdona...
Se dispuso a cerrar la puerta, pero Kate insistió. Dio un paso adelante y plantó su zapato entre la puerta y el dintel.
—Sr. Neilbolt, solo le estoy pidiendo cinco minutos de su tiempo.
Una oleada de furia pasó por sus ojos pero luego pareció aplacarse. Bajó la cabeza por un momento, y ella pensó que se veía triste. Era similar a la mirada que había visto en las caras de los Meades.
—Dijo que es una agente retirada, ¿correcto? —preguntó Neilbolt.
—Eso es correcto —confirmó ella.
—Retirada —dijo—. Entonces lárguese de mi porche.
Ella permaneció incólume, para que quedara claro que no tenía intención de ir a ninguna parte.
—Dije, ¡larguese de mi porche!
Él meneó la cabeza y extendió el brazo para empujarla. Ella sintió la fuerza de sus manos cuando chocaron contra su hombro y actuó lo más rápido que pudo. Al punto, se sorprendió con la rapidez de sus reflejos y su memoria muscular.
Читать дальше