Estaba durmiendo de costado, con sus rodillas ligeramente flexionadas. Tenía puesta una camiseta y unos shorts deportivos, lo que no era de sorprender considerando que su marido no estaba.
Caminó hasta la cama y por un momento la contempló mientras dormía. Le maravillaba la naturaleza de la vida. Lo frágil que era.
Levantó entonces el cuchillo y lo hizo descender casi con naturalidad, como si simplemente estuviera pintando o dándole un manotazo a una mosca.
Ella gritó, pero solo por un instante —antes de que él hiciera descender el cuchillo otra vez.
Y otra vez.
De las muchas lecciones de vida que su primer año completo de jubilación le había enseñado a Kate Wise, la más importante era esta: sin un plan sólido, el retiro podía volverse aburrido con mucha rapidez.
Ella había escuchado historias de mujeres que se habían retirado y abocado a otros intereses. Algunas habían abierto pequeñas tiendas en línea Etsy. Otras habían incursionado en la pintura y el crochet. Algunas más habían intentado escribir una novela. Kate pensaba que todas estas eran agradables maneras de pasar el tiempo, pero ninguna le llamaba la atención.
Para alguien que había pasado más de treinta años de su vida con una pistola en su costado, hallar maneras de estar felizmente ocupada era difícil. Tejer no iba a reemplazar la emoción de la persecución a pie de un asesino. La jardinería no iba generar la adrenalina necesaria para irrumpir en una residencia, sin saber qué habría al otro lado de la puerta.
Como nada de lo que intentaba ni siquiera se acercaba a rozar el disfrute sentido como agente del FBI, dejó de buscar al cabo de un par de meses. La única cosa que se acercaba eran sus idas al polígono de tiro, dos veces por semana. Hubiera ido más a menudo, si no temiera que los miembros más jóvenes del polígono pudieran comenzar a pensar que ella no era más que una agente retirada, que estaba tratando de revivir un instante del tiempo en que había sido grandiosa.
Era un temor razonable. Después de todo, suponía que eso era exactamente lo que estaba haciendo.
Era martes, justo pasadas las dos de la tarde, cuando esta realidad la impactó como una bala entre sus ojos. Acababa de regresar del polígono y guardado de nuevo su pistola M1911 en la mesita de noche cuando su corazón se confesó sin previo aviso.
Treintiún años. Había pasado treintiún años con los federales. Había formado parte de más de cien redadas y en veintiséis ocasiones había trabajado como parte de una unidad especial para casos de alto perfil. Había llegado a ser conocida por su velocidad, su rápido y con frecuencia agudo intelecto, y su proverbial actitud de no importarle lo que pensaran los demás.
También había llegado a ser conocida por su apariencia, algo que incluso ahora, a la edad de cincuenta y cinco, todavía la molestaba. Cuando se convirtió en agente a la edad de veintitrés, no pasó mucho tiempo antes de que le pusieran apodos como Piernas y Barbie —nombres que por estos días harían que los hombres fueran despedidos, pero que entonces, siendo ella más joven, era tristemente un lugar común para las agentes femeninas.
Kate había roto narices en la oficina a hombres que agarraron su trasero. También había empujado a otro, en un ascensor en movimiento, luego que le hubo susurrado algo obsceno en su oído estando detrás de ella.
Aunque los apodos se quedaron con ella hasta bien entrados los cuarenta, no fue así con los avances y las miradas insinuantes. Una vez se corrió la voz, sus compañeros masculinos fueron aprendiendo a respetarla y a mirar más allá de su cuerpo —un cuerpo que, bien lo sabía con cierto grado de callado orgullo, siempre había estado bien mantenido, y muchos hombres lo habrían calificado con un diez.
Pero ahora, a los cincuenta y cinco, andaba extrañando incluso los apodos. No había pensado que el retiro sería así de duro. El polígono de tiro estaba bien, pero era solo un espectro sibilante de lo que había sido su pasado. Había intentado sepultar su nostalgia del pasado con la lectura. Había decidido que serían lecturas sobre armas, conque había leído innumerables libros acerca de la historia de las armas, su fabricación, la preferencia de los generales por ciertos modelos, cosas así. Por eso usaba ahora una M1911, debido a su rica historia en relación con las guerras en las que habían participado los Estados Unidos, siendo empleado uno de sus primeros modelos en conflictos tan lejanos en el tiempo como la Primera Guerra Mundial.
Intentó leer ficción, pero no logró engancharse —aunque disfrutó con muchos libros relacionados con el cibercrimen. Aunque había releído los libros que adoró en su juventud, no pudo hallar nada interesante en las vidas de los personajes ficticios. Y como ella no quería convertirse en la triste y recién jubilada señora que pasaba todo su tiempo en la librería local, había ordenado en Amazon todos los libros que había leído en el último año. Tenia más de cien en el sótano, metidos en cajas. Suponía que algún día construiría una biblioteca y convertiría el espacio en un estudio.
No parecía que tuviera nada más que hacer.
Estremecida por la idea de que había pasado el último año de su vida sin hacer gran cosa, Kate Wise se sentó con calma en su cama. Permaneció allí durante varios minutos sin moverse. Miró hacia el escritorio que estaba en la habitación y vio el álbum de fotos. Había solo una foto familiar allí. En ella, su fallecido esposo, Michael, rodeaba con sus brazos a la hija de ambos, mientras Kate sonreía a su lado. Era una fotografía en la playa que no era muy buena pero siempre consolaba su corazón.
Las otras fotos de esos álbumes, sin embargo, eran del trabajo: imágenes detrás de bastidores, fotos de fiestas de cumpleaños de gente de la oficina, de ella en su juventud dando brazadas en la piscina, en el polígono de tiro, corriendo en la pista, y así sucesivamente.
Habia vivido el último año de su vida de la misma forma que el deportista que nunca dejó su pequeño pueblo: entreteniendo de ordinario a cualquiera que simulara escuchar su relato de todas las anotaciones que había hecho en el fútbol de la escuela secundaria hacía treinta años.
Ella no lo estaba haciendo mejor.
Con un ligero encogimiento de hombros, Kate se levantó y fue hasta los álbumes de fotos que estaban sobre su escritorio. Lenta y casi metódicamente miró los tres. Vio fotos de ella misma más joven, cambiando a través de los años hasta que cada siguiente foto se veía que había sido tomada con un teléfono. Se vio a sí misma y a gente que había conocido, personas que habían muerto a su lado en algún caso, y comenzó a darse cuenta que aunque estos momentos habían servido para hacerla crecer, no la habían definido completamente.
Los artículos que había reunido y guardado en la parte de atrás del álbum contaban mejor la historia. Ella era el centro del relato en todos ellos. AGENTE CON DOS AÑOS DE SERVICIO ATRAPA A UN ASESINO PRÓFUGO rezaba un título; AGENTE FEMENINA ÚNICA SUPERVIVIENTE EN UN TIROTEO CON SALDO DE 11 MUERTOS. Y luego el que de verdad dio inicio a la leyenda: LUEGO DE 13 VÍCTIMAS, EL ASESINO DE LA LUNA HA SIDO ABATIDO POR LA AGENTE KATE WISE.
Bajo todos los estándares razonables de salud, le quedaban al menos veinte años —cuarenta si realmente se proponía mantener a raya a la muerte. Incluso si sacaba el promedio y decía que le quedaban treinta años, estirando la pata a los ochenta y cinco... treinta años era bastante.
Podía hacer mucho en treinta años, eso suponía. Durante unos diez de esos años, podría incluso tener algunos años muy buenos antes de que la vejez se instalara y comenzara a minar su salud.
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