José Rivera Ramírez - La urgencia de ser santos

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La urgencia de ser santos incluye las charlas de unos Ejercicios Espirituales para sacerdotes impartidas por don José Rivera en Valfermoso de las Monjas (Guadalajara) en agosto de 1989. Este volumen es una reedición del publicado por el Instituto Teológico de San Ildefonso de Toledo en marzo de 2011. Al quedar agotada esa primera edición se ha elaborado esta nueva publicación manteniendo casi integramente el texto de la edición original, con pequeños cambios de formato y corrección de algunas erratas leves. Como apunta en el prólogo Jesús A. Hermosilla, «el hecho de que estas charlas vayan dirigidas a sacerdotes no es obstáculo para que aprovechen a cualquier lector, su contenido sustancial es válido para todos, aunque ciertas aplicaciones vayan hechas a la vida y ministerio de los sacerdotes; mutatis mutandis (hechas las adaptaciones oportunas), pueden ser llevadas a la propia vocación, sea laical o religiosa».

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Esta actitud que tenemos ante el mal tiene que ser, pues no sé... Nos tiene que inspirar el Espíritu Santo... Y nos tiene que inspirar incluso la expresión. Y en el confesionario es tanto más difícil porque no tenemos idea casi nunca de la actitud que traen, no sabes cómo es. Hay que estar con una actitud de apertura tremenda y una actitud de contrición continua, para que el Espíritu Santo nos pueda iluminar y no estemos obscurecidos y podamos decir lo que haga falta en aquel momento, pues es imposible que nosotros lo sepamos.

13Se refiere a la Segunda Guerra mundial (1939–1945)

14Evidentemente se refiere al trabajo de las filosofías y filósofos ateos para quitar del mundo la idea de Dios.

Panel con fotos de niños hambrientos colgada en la pared de su despacho Si - фото 4

Panel con fotos de niños hambrientos, colgada en la pared de su despacho: “Si la Iglesia es madre, ¿cómo puede dejar que sus hijos mueran de hambre?”. Pensamiento que le obsesionaba para ayunar y vivir más pobremente cada día.

6. El misterio del pecado

Pecado y mal moral

El pecado es un misterio y un misterio especialmente difícil de entender porque, por una parte, es un campo ancho de materia: coincide con cosas que nos parecen mal moralmente; pero, aunque coincidan, no es el mismo concepto; no es lo mismo hacer algo moralmente malo que pecar; pecar es rechazar a Dios, y el individuo que no cree en Dios... más o menos puede tener una conciencia moral en ciertos aspectos. Desde luego, la gente que tiene conciencia moral sin creer nada en Dios, casi, casi es por un residuo –al menos eso decía Sartre– por un residuo de vida católica, porque es que, si no existe Dios, la moral prácticamente no tiene fundamento; algunas cosas ya se ve que son malas: matar a uno porque sí... está mal, pero quedan pocas más cosas... Así lo interpreta él y, en realidad, me parece bastante normal...

Nosotros –no digo sólo nosotros sino en general el ambiente en que nos movemos– podemos hacer coincidir el pecado con cosas que están mal; lo que decía [en la meditación anterior]: llega la gente, se confiesa, y lo que dice son una serie de cosas que, si no creyera en Dios, en el ambiente europeo en que nos movemos, seguiría diciendo que esas cosas están mal; hay ciertas materias [cuya transgresión] no les parecería mal porque prefieren más otras: el que le gusta más la justicia se acusaría de injusticia y con mucha delicadeza y al otro la justicia no le importa, pero tiene cierta tendencia a la castidad y le parecen mal las cosas de lujuria, y se acusaría de esas cosas... No están acusándose de pecados para nada... Y esto es lo que me parece que pasa muchas veces... Porque no deja de ser significativo que, precisamente en los campos en que el pecado es más solo, por ejemplo el de la fe o el de la esperanza, la gente no se acusa casi nunca; hay muy poca gente que se acuse de que no tiene confianza en Dios o de que no siente la complacencia de Dios en él; se acusan de faltas de prácticas... Si no fuera católico, sería budista o se haría animista... Alguna práctica religiosa tendría... porque no quiere decir que esto sea cristiano. Pues esto tenemos que tenerlo en cuenta.

La dificultad de reconocernos pecadores

En segundo lugar, el pecado es un misterio especialmente difícil simplemente porque nos joroba ser pecadores: tenemos que reconocer que funcionamos mal. Aunque en ciertos momentos nos gusta que lo sean los demás, para poder criticar de ellos, en otros momentos tampoco nos gusta: por un lado, tenemos que convertirlos y, por otro lado, no podemos fiarnos de nadie... Es una cosa bastante desagradable. Consecuencia: que del pecado ni nos gusta hablar mucho, como no sea en teoría, ni nos gusta mucho examinarnos. Una de las pocas cosas que me han molestado dando ejercicios es cuando, en un monasterio de varones, al segundo o al tercer día, me llama uno de los padres y me dice:

–“Es que estamos desilusionados... porque empezó usted muy bien, hablando de Dios unas cosas muy bonitas... pero es que lleva tres meditaciones sobre el pecado... Usted no entiende este ambiente nuestro...” (Queriendo decir: “es que somos todos tan buenos... ¿a qué viene hablar del pecado a nosotros?”).

Yo me quedé estupefacto... Entonces ¿ni pecan ellos ni tienen que expiar? Pues a ver si los convierto... porque están muy mal... Cuando a un individuo le hablan del pecado y no se siente aludido es que anda muy mal...

[En la charla anterior] hablé del pecado en general, ahora vamos a concretar un poco más. Vamos a ver el panorama de pecado en que nos movemos. En primer lugar, darnos cuenta de que somos pecadores; esto lo sabéis porque a unos cuantos os lo he enseñado yo –y si no os tengo que quitar la nota que os diera– ... [En rigor] no podemos decir que somos pecadores, no estamos declarando públicamente que cometemos sacrilegios, porque estamos celebrando o comulgando todos los días... Y ser santo y pecador, al mismo tiempo, es imposible; está condenado expresamente. Cuando decimos “que somos pecadores” no queremos decir necesariamente que estamos en pecado mortal, sino que, en primer lugar, en nosotros hay una fuerza que nos inclina al pecado; por eso tenemos que morir al pecado; estamos vivos para el pecado todavía, porque el pecado vive en nosotros... –como queráis–; a última hora es el influjo del diablo.

La comparación que he hecho varias veces, como me parece bastante gráfica, la vuelvo a recordar. Es como el individuo que tiene, en estos momentos, un tumor que de suyo es mortal, un cáncer... El individuo sabe que él no es un cáncer, es la persona de antes, pero tiene cáncer; y sabe que irremisiblemente el cáncer le va reduciendo las fuerzas vitales, físicas, y primero no le deja ir al trabajo –lo cual tiene sus ventajas, pero bueno–, después no le deja salir a la calle, después no le deja salir de la habitación, luego no le deja salir de la cama y luego no le deja salir del ataúd... ¡esto no tiene remedio! Y el hombre tiene la conciencia de que esto es así y su psicología está funcionando en relación con que tiene cáncer... Si está en esta época todavía, el hombre tiene la conciencia de que esto no tiene remedio y que, antes o después, lo más fácil es que “la palme...”, pero bastante pronto. Pero, un día u otro, aparecerá una medicina que cure el cáncer o algún remedio –si no, qué hacen los médicos, para eso cobran...– Cuando aparezca, se podrá decir, como de otras tantas enfermedades que hace unos cuantos años eran mortales: “... pues mire, usted tiene cáncer –quiere decir que usted se muere de todas las maneras–, pero yo le curo –quiere decir que “yo le curo de esto”–. El individuo puede tener, al mismo tiempo, perfectísimamente, la conciencia de que tiene una cosa mortal y de que no se va a morir. Porque la salvación le viene de otro, esto le va a crear una actitud de docilidad al médico, para no hacer lo que el médico le prohíbe y docilidad para hacer lo que el médico le mande; esta situación se da en montones de enfermedades en esta época.

El pecado en nosotros: una fuerza que nos lleva a la muerte

Esto es lo que nos pasa con el pecado que vive en nosotros. Nosotros sabemos que tenemos, en nosotros, una fuerza que irremisiblemente nos va llevando al pecado mortal y el pecado mortal al infierno; de aquí nosotros no podemos salir. Y que lo sabemos, lo sabemos. Ahora, si lo sabemos de una manera muy vital, si esto es operante, si lo saboreamos, si nos asustamos, si obramos en consecuencia... esto es “otra canción”. De eso se trata en esta predicación: plantearse un poco qué fuerza tiene en nosotros esta conciencia que, en resumidas cuentas, viene de la fe. Precisamente, la grandeza de la Virgen María consiste radicalmente en que es la única persona humana que no le ha pasado esto. Nosotros hemos de tener esta conciencia: “yo irremisiblemente me voy al infierno...” y al mismo tiempo tener la tranquilidad absoluta de que hay un Salvador. Pero esto me dará una conciencia de docilidad, que es de lo que se trata, de docilidad absoluta al Espíritu Santo. Se trata de que tengo que estar pendiente del Espíritu Santo, lo cual evidentemente es muy agradable, porque es muy buena persona, y tengo que no hacer lo que me dice que me puede dañar y tengo que hacer lo que me dice que me puede salvar. Esto es el asunto.

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