Marisol Cano Busquets - Violencia contra los periodistas

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La violencia contra los periodistas no es un hecho aislado. Esta es una práctica presente en países de todo el mundo y que se caracteriza por la impunidad que rodea a las muertes de comunicadores de diversos medios de comunicación., Esta situación no solo deja impune el crimen, también impide y trunca la relación de la información con la comunidad. Cuando estos actos se llevan a cabo, se vulnera la persistencia de la libertad de expresión, el funcionamiento y el propósito de los medios de comunicación, la confianza en la investigación periodística y las fronteras del miedo. Consciente de la gravedad de la situación, Marisol Cano investiga en este libro diez organizaciones internacionales de defensa de la libertad de expresión mediante una metodología cualitativa que hace uso de técnicas de investigación como el análisis documental, el análisis de contenido y la entrevista estructurada. De esta forma, logra construir un marco global analítico de la lucha frente a la violencia contra los periodistas en la primera década del siglo XXI que le permite conocer el discurso sobre la libertad de expresión, sus formas de evaluación, las decisiones de las organizaciones para intervenir en determinados contextos, los procesos de protección de los periodistas y el perfil de las organizaciones encargadas de su bienestar.En un mundo tan conectado, el periodismo ya no es un asunto que pueda limitarse a las fronteras nacionales o a contextos locales, su accionar atañe a la comunidad internacional y las repercusiones que se derivan de su silenciamiento es un asunto que demanda el compromiso y la responsabilidad de toda la humanidad.

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La economía política de la violencia contra los periodistas refleja con nitidez la crudeza de las relaciones de poder en la sociedad —algo que además es tan cierto hoy como en el pasado, pues la violencia contra los periodistas no es un hecho nuevo ni aislado sino tan viejo como la misma profesión—. En primer lugar, allí donde el sistema político está más corrompido es lógicamente donde mayor es la violencia contra los periodistas, en la bien conocida correlación que existe entre sistema político y sistema mediático, como detalladamente han descrito David Hallin y Paolo Mancini, entre otros autores. Sin embargo, e independientemente de esta correlación, existen otras correspondencias exacerbadas por el sistema capitalista en su formulación actual dominante, neoliberal y financiera. Dos de ellas son destacadamente importantes: por un lado, la creación de un periodismo anestesiado, allí donde la comercialización y la financiarización de los medios de comunicación es más fuerte, y, por el otro, la incitación de la hostilidad contra los periodistas desde la esfera política dominada por el populismo.

Por un lado, la financiarización del sistema mediático ha llevado a la creación de un periodismo adormecido, neutralizado, con respecto al poder, bien por su incapacidad de ir más allá de lo superficial, bien por su relación con las élites. Después de una fase de hipermercantilización acelerada de los medios de comunicación, a fines del siglo XX sus intereses cruzados con el sistema económico aumentaron mediante la financiarización de la economía, que añadió a la mercantilización profundos vínculos con el sistema financiero. La financiarización de los sistemas de medios, es decir, la incorporación de las prioridades del capitalismo financiero en el funcionamiento de los grupos de comunicación (a través de la deuda, propiedad y relaciones de poder, principalmente), trajo una mayor tendencia hacia el gigantismo (y, por lo tanto, más concentración), un incremento de la inestabilidad y competitividad del entorno de las empresas mediáticas, la desviación de la actividad tradicional y un mayor alejamiento de los criterios de responsabilidad social. En resumen, la financiarización de la economía impulsa una reducción mayor —si cabe— del rol de vigilante de los medios de comunicación al incrementarse el alineamiento del periodismo comercial con los intereses de las élites económico-financieras. El resultado es la enorme dificultad para ejercer periodismo de verdad desde los medios de comunicación comerciales, es decir, para ejercer un periodismo que funcione como un auténtico guardián de la democracia. El periodismo, en esta situación, puede formar parte de luchas elitistas de poder, pero no ejercer de vigilante del poder. Este periodismo anestesiado con respecto a los valores democráticos puede experimentar episodios de violencia, pero no vive en una violencia estructural, sistémica en su contra, pues él mismo forma parte del sistema que ejerce la violencia. El periodismo que corre riesgos de verdad es el que pone en aprietos al poder. Este periodismo, por lo general, no es el dominante, ni está abundantemente poblado, ni tiene los recursos necesarios, lo cual lo sitúa en una situación de riesgo estructural que se añade a la violencia ejercida en su contra. El lector verá esto claramente reflejado en algunos de los factores de riesgo identificados por la autora de esta obra.

Por otro lado, el capitalismo neoliberal y financiarizado promueve una desigualdad creciente en la sociedad que genera una radicalización política entre capas importantes de esta. Como explica, por ejemplo, el economista francés Marc Fleurbaey, de la Universidad de Princeton, esta radicalización se produce por la identificación de los males del capitalismo con las élites políticas y el deseo de expulsarlas y recuperar el control personal (sueldos dignos, trabajos no precarios y una identidad profesional reconocida) y la soberanía (que la democracia esté al servicio de la mayoría y no de las élites). Una situación que tradicionalmente ha sido aprovechada por el populismo político en la historia de la humanidad, que utiliza la desafección política y la desesperación de muchas personas como muleta para ascender. La oleada de políticos populistas no iniciada, pero sí consolidada, con la llegada en enero de 2017 de Donald Trump a la Casa Blanca en Estados Unidos, no es más que un reflejo de ello. No es este el espacio para describir en qué consiste este populismo que algunos definen como de derechas porque, utilizando ideas que conectan con los sentimientos de las personas precarizadas y abandonadas por el sistema político, consigue hacer promesas que nunca cumple, pero que le permiten llegar a cuotas de poder o, como en el caso de los Estados Unidos, a su cima, para instaurar regímenes más injustos que los desbancados. Dejando de lado la controversia de si existe la pretendida distinción entre populismos de izquierdas y de derechas (falsa en mi opinión, pues el maniqueísmo, el autoritarismo y las visiones excluyentes y reaccionarias en modo alguno pueden considerarse propias del ideario de izquierdas, por más que se camuflen bajo consignas propias del mismo), es evidente que en 2018 el populismo político creció en todo el mundo y compartió rasgos importantes en Estados Unidos, Francia, España, Reino Unido, Brasil y allí a donde se mirara. Entre ellos, el de la violencia verbal contra los periodistas a los que Trump define como “el enemigo del pueblo americano”. En Francia, el partido de Marine Le Pen considera directamente a los periodistas como adversarios políticos y no duda en boicotearlos, hasta el punto de que un grupo de periodistas franceses publicó un manifiesto denunciándolo. En España, en 2018 los medios de comunicación públicos catalanes habían sido convertidos por los populistas en objetivo de la ira de la ultraderecha, provocando que los periodistas de estos medios tuvieran que esconder el logo de la cadena para poder hacer su trabajo sin ser agredidos. En Colombia el aumento de las amenazas a los periodistas fue inmediato a partir de la victoria electoral del populista Iván Duque en junio de 2018. En Brasil, el ultraderechista Jair Bolsonaro, conseguía a finales de 2018 resultados sin precedentes siguiendo el modelo de Trump, incluido el mantra de que la culpa de todo la tienen los medios de comunicación. De hecho, este ataque global al periodismo por parte del populismo fue nota destacada del Índice Mundial de la Libertad de Expresión de 2018, publicado por Reporteros Sin Fronteras, que denunciaba una creciente hostilidad contra los periodistas abiertamente alentada y promovida por líderes políticos. La novedad aquí es que esta hostilidad ya no está solo promovida por líderes de países autoritarios, como Turquía o Egipto, sino por los populismos (vinculados todos a la ultraderecha) emergentes en los países democráticos.

Así, mientras por un lado el poder económico neoliberal adormece al periodismo y lo precariza, robándole su espíritu y negándole los recursos necesarios, debilitándolo a nivel estructural o convirtiéndolo en un poder económico-político más integrado en la élite, por el otro, el populismo político expande a las democracias el odio contra los periodistas característico de los regímenes autoritarios. En 2013 Naciones Unidas creó el Día Internacional para Poner Fin a la Impunidad contra Periodistas para visibilizar y llamar la atención hacia este tipo de violencia. Sin embargo, esta violencia parece extenderse, en lugar de reducirse, en sintonía con la crisis democrática que asola a los sistemas políticos en buena parte del planeta. Lógicamente, el problema es de enorme complejidad, pero la raíz de este es simple, pues yace en la crisis de la política honrada, aquella que tiene por fin ordenar y gestionar los asuntos públicos, no aprovecharse de ellos. Cada vez que se coacciona, agrede o asesina a un periodista se está ejerciendo violencia contra una de las principales garantías que una sociedad puede tener para mejorar, hacerse más justa e igualitaria. Por ello el relato que el lector encontrará en este libro es doblemente instructivo, pues desvelar las claves de la violencia contra los periodistas es desvelar las claves de la violencia contra la democracia.

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