Cómo puedo creerle a un matasanos que no cura las enfermedades, sino que le pagan por decidir quién está loco y quién no.
Lo primero que debo escribir es quién soy. ¿Y quién puedo ser, por Dios? Soy Dayana, una mujer común y corriente, no soy fea ni tampoco bonita. Debo estar pesando unos 55 Kilos y mido
1.65 m. Odio los deportes, no creo en nada ni nadie. No tengo amigas, la única que tuve en el colegio fue Liliana Camacho que me robó mi novio del curso. Desde entonces no tengo a nadie, y creo que no he amado. Me considero inocente… Aunque en mis primeros recuerdos, me veo de visita en la finca de mis abuelitos. Allí los hijos de los mayordomos que vivían en esa casa, eran cuatro niños; el menor de ellos me llevaba dos años y entre ellos, se llevaban un año. Me llevaron a jugar. Recuerdo que había un carro abandonado como decoración en todo el centro de la entrada de la finca, que le decían el crucero del amor. Y allí me llevaron a jugar. Cuando me di cuenta, todos me empezaron a tocar y a subirse encima de mí. Primero uno, después el otro y así… Todos se divirtieron. Yo tenía un vestidito azul y mediaspantalón que me las bajaron hasta las rodillas con los cucos, mientras frotaban sus pequeños penes en medio de mis piernas. Yo no entendía lo que sucedía, aunque me gustó y quería que todos siguiéramos jugando. De pronto, escuché la voz de mi mamá, preguntando dónde estaba. Los niños me dijeron que no le contara lo que había sucedido a nadie. Ahí, entendí que era algo prohibido pero rico…
Dos años después, mi primo que es un año mayor que yo, me invitó a jugar a desfilar desnudos y cuando él me veía, se le paraba. No sabía por qué era eso, pero me gustaba verlo así.
Él leía revistas con vulgaridades que un tío suyo escondía debajo de la cama y una vez, me las mostró. Tan solo vi una pareja que estaba muy junta, pero nunca reparé en la unión de sus sexos. Entonces, empezamos a jugar al papá y a la mamá… Tan solo había roces, no recuerdo haber sentido placer, pero sí recuerdo haber visto su pene infantil parado cuando jugábamos juntos, y me encantó.
CAPÍTULO IV CONTENIDO Reflexión del autor Prólogo Capítulo I. Inicio Capítulo II. Hipnosis Capítulo III. El diario Capítulo IV. El primer beso Capítulo V. Fin de una amistad Capítulo VI. Identidad sexual Capítulo VII. Ensimismada Capítulo VIII. El balcón Capítulo IX. La hamaca Capítulo X. Confusión Capítulo XI. Enfoque terapéutico Capítulo XII. Ayuda incondicional Capítulo XIII. El diván Capítulo XIV. El asado Capítulo XV. El limpiador Capítulo XVI. Coartada Capítulo XVII. Exploración Capítulo XVIII. Compulsión Capítulo XIX. La propuesta Capítulo XX. Divorcio Capítulo XXI. Cruzados Capítulo XXII. La cena Capítulo XXIII. Sorpresa Capítulo XXIV. El mensaje
EL PRIMER BESO CONTENIDO Reflexión del autor Prólogo Capítulo I. Inicio Capítulo II. Hipnosis Capítulo III. El diario Capítulo IV. El primer beso Capítulo V. Fin de una amistad Capítulo VI. Identidad sexual Capítulo VII. Ensimismada Capítulo VIII. El balcón Capítulo IX. La hamaca Capítulo X. Confusión Capítulo XI. Enfoque terapéutico Capítulo XII. Ayuda incondicional Capítulo XIII. El diván Capítulo XIV. El asado Capítulo XV. El limpiador Capítulo XVI. Coartada Capítulo XVII. Exploración Capítulo XVIII. Compulsión Capítulo XIX. La propuesta Capítulo XX. Divorcio Capítulo XXI. Cruzados Capítulo XXII. La cena Capítulo XXIII. Sorpresa Capítulo XXIV. El mensaje
CINTA 2
–Dayana, buenas tardes, ¿cómo estás? Le pregunté.
–No sé. Usted es el doctor, ¿cómo me ve?
–Espérame… Te vuelvo a explicar que mi función acá, es ayudarte a encontrar los recuerdos perdidos. Y entre los dos, entender qué te sucede.
–Pues ahí, escribí de lo que me acuerdo.
–¿Me puedes contar qué recordaste?
–¿Para qué lo escribo, si después se lo tengo que decir?
–Es que quiero evaluar tu memoria.
–Pues… Escribí que cuando era niña, me divertí con juegos prohibidos, pero que nunca he hecho nada malo.
–Está bien. Ahora, cuéntame lo que recuerdas de tu primer amor.
–¿Tengo que hablar de eso? Me preguntó, mirándome con rabia.
–Sería de gran ayuda. Quiero evaluar cómo te desenvuelves sentimentalmente.
–Pues… Mi primer beso fue con un primo, pero mi primer amor lo conocí en el colegio. Juan Diego era de mi curso un año mayor que yo y no duramos mucho. Se quedó con mi mejor amiga.
–Cuéntame cómo te sentiste al respecto.
–Normal.
Después lloró y me dijo que no podía hablar de eso. Y no habló más al respecto.
–Dayana, quiero que otra vez, cierres los ojos y hagas el conteo regresivo.
Una vez en hipnosis, le pedí que recordara su época de colegio y la escribiera en su diario. Le hice énfasis en que estaba en un lugar seguro y que nadie podía lastimarla. Que al despertar recordaría todo. Esta vez sin dolor. Le pedí además, que tan pronto escribiera, me enviara el diario para sacarle una copia y poderlo leer. Se limitó a seguir discutiendo sobre la tarea de escribir en el diario. Y al final, salió enojada como siempre.
Sin embargo, esta vez me hizo llegar las copias de lo escrito dos días después.
Después de dormir, me acordé de Juan Diego. Era un muchacho trigueño, alto, fornido, con mirada tierna. Él me vio y yo a él. Fue como amor a primera vista, me sentí muy nerviosa, y juro que sentí un cosquilleo en el estómago. Él solo me habló unas semanas después, cuando tropezamos en el pasillo.
Yo llevaba mi carpeta con unos libros de la biblioteca y él salía corriendo para su casa. Yo giré a mirar para atrás y me lo encontré de frente. Caímos en cámara lenta, yo de espaldas y el de frente. Mis papeles volaron por el aire y con sus brazos, evitó que me golpeara y no caerme encima.
–¡Estúpido! Le grité sin saber quién era ese joven tan churro.
–Discúlpame, me dijo y me ayudó a levantar.
Yo lo miré y cuando lo reconocí, le dije: ¡Más cuidado!
–Lo siento, Dayana. Me respondió.
Me puse como un tomate y hasta me ardieron las mejillas. ¿Cómo sabía mi nombre? No pude hablar y lo dejé de mirar.
Recogió mis papeles y me miró a los ojos.
–¿Te puedo acompañar? Me preguntó.
–Está bien. Respondí. Pero de lejitos.
Me miro con culpa y me acompañó hasta mi casa, a cuatro cuadras del colegio. Pero no me habló ni una sola vez, sus pasos lentos me hacían pensar que algo estaba tramando, pero no se atrevió a decirme nada.
Me moría de ganas de escuchar su voz gruesa de hombre. Lo miraba por el rabillo del ojo y él caminaba a mi lado. En el camino estuvimos caminando muy cerca pero nunca me rozó.
Cuando llegué a la puerta de mi casa, y le dije gracias, me miró y me entregó mis hojas y dijo:
–Discúlpame, de nuevo.
Se fue y volvió a mirarme con sus ojos oscuros mientras decía:
–Tal vez, podríamos comer algo juntos algún día.
–Claro, contesté precipitada sin pensarlo, como una idiota
Me hizo seña de “OK”, subiendo el pulgar de su mano derecha y se fue. Cerré la puerta con mi espalda y suspiré.
Luego pensé, que estúpida soy. No le pregunté su nombre, pero me puse feliz porque el sí sabía el mío.
Pero, cómo me va a llamar si, ¿no me pidió el número de mi teléfono? ¿Será que ya lo sabe? O será ¿que solo quiso ser amable?
Hubiera sido feliz, si me hubiera dado un beso, así fuera en la mejilla o en la boca.
No. En la boca no, no soy una cualquiera. Mi hermana es la que se besa con todos en el colegio. Y hoy, ni siquiera ha llegado, a pesar que estudiamos en el mismo colegio. ¿Será que soy buena besando? Pensé.
Читать дальше