Oscary Arroyo - Deseos encontrados

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Por despecho Rachel terminó perdiendo su virginidad con un desconocido que resultó ser el socio de su padre. Encerrado en la burbuja de perfección que creía que era su vida, el comprometido empresario la odió por amenazar con explotarla, sobre todo cuando, a través de dicha unión, que ninguno de los dos recuerda, se formó Maddie. Tras prometer no involucrarlo en el error, toma la decisión de alejarse de lo que conoce en búsqueda de un futuro colmado de brillo, amor y glamour para ambas.
En contra de lo que planeó, la historia entre ella y el padre de Madison no concluye ahí. Después de darse cuenta de que todo a su alrededor no era más que una obra de teatro mal interpretada, Nathan se encuentra a sí mismo con el deseo de compartir no solo con la hija que acaba de conocer, sino también con su madre.
¿El problema?
A veces una disculpa no es suficiente.

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—Estás jodidamente desquiciada.

—Dos.

Un segundo después la puerta se abrió. Los dos vigilantes corpulentos que hacían guardia en la entrada de abajo pasaron. Ellos le sonrieron a Rachel antes de verme como la peor de las escorias. ¿Qué sucedía con las personas de la agencia? ¿Eran el puto club secreto anti yo?

—No quiero que te vuelvas a aparecer por aquí jamás —me amenazó—. Si lo haces, conocerás de lo que soy capaz. Ahora solo te daré una muestra.

—¿Qué pretendes? ¿Sacarme a la fuerza? —Bufé—. No eres capaz. Echa a tus perros, más bien. Sé inteligente. Tenemos mucho de qué hablar. —Endurecí la mandíbula—. Puedo ayudarte a volver a casa. Convenceremos a tu padre de que todo fue una maldita broma. Un intento de llamar tu atención. De que nunca hubo bebé.

Si ella estaba de regreso en Cornualles, quizás, solo tal vez, sería libre de seguir.

Al contrario de cómo pensé que reaccionaría, sonrió.

—¿Sacarte a la fuerza? Si no te vas por tu propia cuenta, eso es justo lo que pretendo hacer. —Ladeó la cabeza—. Ah, siendo tú, no le diría nada a Lucius. No a menos que quieras que se entere de la manera en la que quisiste manejar el embarazo de su hija. También debes agradecer que no tenga una grabadora. De lo contrario, irías directo al manicomio por todas las estupideces que salen de tu boca y de las que, en realidad, pareces estar convencido.

Mientras se despedía con la mano, no había ningún rastro de sonrisa o diversión en sus ojos. Hablaba muy segura, lo que hizo que me lo tomara en serio a partir de ahí. Sin agregar más, se encaminó al estudio adyacente con la botella de whisky en la mano a pesar de que había dejado el vaso casi lleno sobre el escritorio, dejándome solo con los gorilas. Ellos se miraron entre sí antes de enfocarse.

—Hey, Gustav, ¿dónde arrojaremos la basura?

—Por detrás, Jack, como siempre.

CAPÍTULO 8

Deseos encontrados - изображение 5

Rachel

Desde el inicio supe que el momento llegaría, pero nunca pensé que sería tan inesperadamente desagradable. Siempre estuve consciente de que existía la posibilidad de encontrármelo en un coctel o en una reunión empresarial que yo misma organizara, razón por la cual antes de dirigirme a cada evento me perfumaba con un aura de seguridad que no cualquiera tendría la oportunidad de romper, pero nunca pensé en renunciar al empleo que Steel me había ofrecido por su culpa. No merecía que dejar de lado un puesto como este. Por otro lado, no me molestaba verlo, sino la capacidad que tenía de sacarme de quicio. Hablarle era como conversar con un primate.

Sobrepasada por los acontecimientos, me apoyé en el mesón de cristal que ocupaba más del cincuenta por ciento del estudio adyacente a mi oficina.

—¿Cómo siquiera puede mirarse en el espejo? —Tras dar un sorbo directo de la botella, cogí una flor de fantasía de un canasto lleno—. No te merece, Maddie —murmuré separando sus pétalos con furia, para desahogarme—. Nunca lo hará.

Sin embargo, eran dos gotas del mismo oasis.

Podía seguir siendo el bastardo que recordaba, pero su apariencia también se mantenía muy buena para una fotografía de revista. Gran parte de la belleza de Madison provenía de sus genes. Del sedoso cabello cobrizo que caía a los laterales de su rostro. De las pestañas largas y curvadas de forma perfecta. De sus cejas oscuras. De sus hoyuelos. Lo peor era que no solo el atractivo que compartía con Maddie llamaba la atención. No. También estaba su cuerpo bien formado bajo el traje de negocios, su aura escéptica, sus masculinas manos, sus carnosos labios, entre un sinfín más de atributos.

El maldito era apuesto.

—Santísimo Dios, ¿qué ha pasado aquí?

Dirigí mi mirada a Kelly, la encargada de la limpieza, que recogía los restos de mi lámpara en la oficina. La vergüenza me invadió al notar su ceño fruncido ante el desastre. No me inventé una excusa ajena a mis ataques de ira, porque al estar tras la pared de vidrio, no me escucharía. Mi estudio, al igual que la zona donde se encontraba mi escritorio, estaba hecho un lío justificado de manualidades, que formaba parte de mi rutina y que nadie tenía permiso de tocar, así que luego de recoger los trozos rotos del suelo, la mujer morena se retiró cruzándose con Gary al salir por la puerta.

—Maddie. —Mi corazón se desbocó al pensar en lo cerca que estuvieron de encontrarse ella y el donador de esperma—. ¿Qué sucede?

Gary, manteniéndola pegada a su costado, le limpió las lágrimas.

—Pasamos por el parque antes de venir. Un perro rabioso nos persiguió. —Eso explicaba el sudor en su frente—. Tuvimos que correr hasta la calle para que nos dejara en paz. Nos salvó una anciana con su bastón.

Compartí algo de la furia que sentía por Nathan con el dueño de la bestia. Madison siempre había sido un bebé tranquilo, pero ahora se sacudía y chillaba como si se acabara el mundo.

—¿Te asustaste, pequeña? —le pregunté al tenerla entre mis brazos.

—Obvio. Yo también —continuó él—. Mi hombría es lo único que me impide colgarme de tu falda e imitarla. Imagínate cómo quedaría mi sex appeal. —Se peinó la cresta hacia atrás con la mano—. Demonios, Rach, ese perro estaba poseído.

Acuné más a Maddie. Al sentirse protegida empezó a calmarse y a despegar su cabeza de mi hombro para enfrentar los restos de la tragedia. Dejó de temblar al darse cuenta de que estaba a salvo con mami. Débiles hipidos todavía se le escapaban.

—Pero ya está mejor, ¿no? —Hizo un puchero, mas no siguió sollozando—. Eso es, muñeca, aquí estás a salvo. —La paré sobre la mesa para continuar con mi trabajo mientras la mimaba. Gary, alegando necesitarla, se sirvió una copa de whisky—. Mira qué bonito. —Coloqué una mariposa de fantasía frente a ella. Como estaba llena de brillantina extrafina sin adherirse, cuando la agitó, nos llenó un poco—. ¿La quieres ver volar? —Madison gorjeó—. Mira.

Al ser lanzada y pesar casi nada, la mariposa planeó como un avión de papel alrededor de mi estudio para caer al suelo en espirales de encanto. Sonreí mientras Madison me miraba con los ojos completamente abiertos tras el espectáculo. Cientos de ellas serían lanzadas sobre los invitados de unos dulces dieciséis en una semana. Si todo salía como esperaba, esas personas volverían por unos instantes a creer en la magia. Con un poco de suerte las cámaras capturarían todas aquellas miradas maravilladas —como la de Maddie— y vendrían más clientes a la agencia, la cual se encontraba casi en la ruina cuando la había adoptado. Casi todos en Inglaterra conocían a Steel por la magnitud de sus eventos, pero ya había envejecido y quería dedicarse a su familia, por lo que la calidad había decaído. Poco a poco íbamos recobrando nuestra reputación.

—¿Cómo lo haces?

—¿Azúcar, flores y muchos colores? —Madison adoraba a las Chicas Superpoderosas. Me encogí de hombros al notar que no entendía—. ¿Tutoriales de YouTube de origami? Eso y un equipo dispuesto a pasar horas doblando papel.

—No, eso no. —Su cresta ondeó cuando negó—. Calmarla.

Eché uno de sus rizos hacia atrás, fuera de su frente llena de sudor.

—Soy su mamá.

Nathan

—¿Cómo desea que sean sus pretzels? —preguntó el cajero.

—Azúcar y canela, por favor.

Cinco minutos más tarde me encontraba en una mesa con mi ración; John, frente de mí. Su habitual conjunto de camiseta y vaqueros había sido reemplazado por un uniforme a rayas con un gorro de cupcake. A la vez que me preguntaba cómo había terminado trabajando en una cafetería, me cuestioné si podía demandar a su jefe por ese uniforme que iba en contra de su dignidad como ser humano.

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