En 1982 habían conseguido forjar un modesto grupo local de seguidores y algunas noches entre semana eran cabezas de cartel en pequeños clubs de Los Ángeles. El mejor local de hardcore de Los Ángeles era el Whiskey, pero The Minutemen no podían tocar en el Whiskey porque habían vetado a todos los grupos de SST por su reputación de violentos. (Finalmente, el grupo Fear consiguió que contrataran a The Minutemen en el club —«Ya sabes, Fear, un grupo nada violento», dice Watt con sorna—. Justo después, esa misma noche, volvieron rápidamente a San Pedro para lo que ellos creían que sería un concierto triunfal en su ciudad natal, solo para ver cómo el público les echaba del escenario lanzándoles huevos y humo de extintores.)
Por aquel entonces, el grupo era algo formidable en directo, cuando no peculiar.
—Simplemente, era uno de los grupos más raros que jamás hayas podido ver —dice Spot, todavía maravillado—. Eran tres tipos de aspecto bobalicón tocando canciones cortísimas de una forma totalmente rudimentaria. Al principio, no estabas seguro de si las estaban tocando bien. Porque no es que tuvieran unos cuantos versos y estribillos y solos; estaban haciendo cosas completamente alejadas de la estructura convencional. Además, con ese aspecto que tenían… D. Boon subía al escenario y empezaba a temblar. Te peguntabas si acaso no tendría algún tipo de enfermedad nerviosa congénita. El único del grupo que parecía tener algo que ver con el punk rock era D. Boon. La primera vez que le vi, llevaba una cresta. Era un tipo grandote que llevaba un mono de mecánico y parecía una pelota de fútbol americano con cresta. Cuando le veías la primera vez, pensabas: «¡Oh! ¿Qué coño es esto?». Pero tras cuatro o cinco canciones, te decías: «¡Esto es genial! ¡Es buenísimo! ¿Cómo no se me había ocurrido?».
El sentido de altruismo indie del grupo era tan fuerte que donaban canciones a prácticamente cualquiera de la infinidad de fanzines alternativos que habían empezado a surgir a principios de los 80. Finalmente, tuvo que intervenir Joe Carducci de SST, que le dijo a Watt que pensaba que se estaban aprovechando de ellos. Pero como SST no podía ocuparse de toda la prodigiosa producción del grupo, Carducci editó el EP Bean-Spill , un recopilatorio de rarezas, en su sello Thermidor; SST editó una colección parecida, The Politics of Time , al cabo de un par de años.
D. Boon y Mike Watt en acción en el Whisky a Go Go de Hollywood, California, alrededor de 1982. © 1981, Glen E. Friedman, de la imagen reproducida con permiso de Burning Flags Press, originalmente incluida en My Rules .
The Minutemen empezaron a despuntar con What Makes a Man Start Fires? , producido por Spot y grabado en julio de 1982. La interpretación del grupo es fresca y profundamente original, y establecía con firmeza lo que una vez Watt llamó los «recursos» del grupo: «cancioncillas, guitarra preciosista, bajo melódico y mucho tambor». La guitarra hormigueante de Boon abría espacio sónico para el bajo de Watt, y este aprovechaba la oportunidad para dibujar figuras melódicas rápidas o acordes densos con un tañido juguetón pero firme; Hurley sacaba riffs de funk modificados totalmente originales que parecían salir en todas las direcciones de golpe y, aun así, propulsaban la música con una tremenda precipitación.
Los ritmos irregulares del grupo emulaban a sus ídolos Captain Beefheart en un nivel muy profundo. «El rock & roll es una fijación sobre el latido materno: bom-bom-bom», dijo Beefheart en una ocasión. «No quiero hipnotizar, hago una música no hipnótica para romper el estado catatónico.» Si algo se puede decir de la América de los 80 es que estaba en estado catatónico, y la música de The Minutemen —repleta de parones y arranques angulosos, letras desafiantes y canciones de cierra los ojos y te las perderás— era una metáfora del tipo de alerta necesario para luchar contra la mediocridad imperante. Las canciones cortas no solo reflejan un estado de insatisfacción y no complacencia; lo estimulan. El propio nombre del grupo sugiere vigilancia.
«La música puede inspirar a la gente a levantarse y decir: “Alguien miente”. Eso es lo que me gustaría hacer con mi música», contó Watt a Rolling Stone en 1985. «Que te haga pensar en lo que se espera de ti, de tus amigos. En lo que espera tu jefe de ti. Desafía esas expectativas. Y tus propias expectativas. Tío, deberías cuestionarte tus ideas sobre el mundo todos los días.»
La letra integra lo personal y lo político, y afirma que ambos son inseparables. Y para Boon y Watt, que debatían cuestiones políticas incisivamente, ambas esferas eran realmente inseparables.
—Las cosas en las que pensábamos y las cosas sobre las que cantábamos eran las mismas —dice Watt—. Simplemente, se convertían en parte de tus canciones. Decidimos cantar sobre lo que conocíamos.
Gran parte de lo que conocían era la opresión del obrero. « They own the land / We work the land / We fight their wars / They think we’re whores 23», escupe Boon en el frenético sprint punk que es «The Only Minority». En «Fake Contest», escrita por Watt, Boon anuncia, « Industry, industry / We’re tools for the industry 24».
El álbum propició la primera gira importante del grupo, como teloneros de Black Flag en Europa y América durante el invierno de 1983.
—Éramos diez en una furgoneta, con el equipo en el remolque —re-cuerda Watt—. Realmente era como estar en un barco negrero. Era hilarante. Al menos nos permitía ir de gira y llegar a otras ciudades. Fue alucinante.
Los punks europeos resultaron ser mucho más desagradables que sus homólogos americanos. En Austria, arrojaron a The Minutemen preservativos usados, vasos de orina, bolsas de mierda, bolsas de vómito e incluso un asiento de váter.
—En cierto modo, fue divertido —comenta Watt—. No nos lo podíamos creer.
Sin embargo, no se lo tomaron como algo personal porque pensaban que cualquiera que lanzara una bolsa de vómito al grupo seguramente prestaba poca atención a la música.
—Lo de los escupitajos era realmente asqueroso porque, cuando tocas un instrumento, no te puedes poner las manos delante de la boca mientras cantas —explica Watt—, de modo que te acababas zampando todos esos jodidos lapos. Era realmente repugnante.
Incluso sus propios compañeros de gira se volvieron contra ellos. Los de Black Flag disfrutaban especialmente provocando a Boon y Watt para que se enzarzaran en una de sus épicas discusiones. Cuando uno de ellos afirmaba algo, cualquier tipo de afirmación, alguien de Black Flag decía invariablemente al otro: «¿Vas a dejar que se salga con la suya? ¿O es que le tienes miedo? ¡Está claro quién es el que lleva los pantalones en el grupo!». Y con eso bastaba para que Boon y Watt se pelearan como perro y gato.
Pero, al final, eran cosas como lo del asiento de váter las que realmente afectaban a The Minutemen.
—Cuando lo recuerdo, me pregunto de qué iba toda esa mierda —explica Watt—, pero era un pequeño precio que había que pagar para salir allí y tocar; de verdad que lo era.
E diferencia de la mayoría de grupos de SST, The Minutemen solo hicieron una gira con Black Flag antes de establecerse por su cuenta.
—Tienes que hacer algo más que ser simplemente telonero de un gran grupo —asegura Watt—. Nos gustaban mucho, aunque ningún hombre es un héroe para su lacayo.
The Minutemen iban incesantemente de gira por su cuenta y se convirtieron en legendarios tanto por sus implacables itinerarios como por el económico modus operandi de sus conciertos. Solían dormir en casa de alguien, cargaban su propio equipo y aprendieron a ocuparse del mantenimiento de su furgoneta. Todo se hacía « econo »; a pesar de una paga mísera, las giras de The Minutemen siempre daban beneficios.
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