—Y es por eso que esto no tiene sentido —dijo James—. Quiero decir esto de la manera más respetuosa posible, pero desde la perspectiva de un extraño, Jack era un sujeto bastante normal. Aburrido, casi.
—¿Alguna idea de si podría tener alguna conexión con la víctima de un asesinato que ocurrió hace ocho años? —preguntó Kate— Un sujeto de nombre Frank Nobilini que también vivía en Ashton y fue asesinado en Nueva York.
—¿Frank Nobilini?— dijo Duncan Ertz, meneando su cabeza.
—Sí —dijo James—. trabajaba para esa tremenda agencia de publicidad que hace los trabajos más arteros. Su esposa era Jennifer… tu esposa probablemente la conoce. Encantadora mujer. Metida en proyectos de embellecimiento de la comunidad, y muy activa con la Asociación de Padres y Maestros y otras cosas parecidas.
Ertz se encogió de hombros. Aparentemente era el nuevo del grupo y nada sabía de esto.
—¿Usted cree que el asesinato de Jack está vinculado con el de Nobilini?— preguntó Paul.
—Todavía es demasiado pronto para saber —dijo Kate—. Pero dada la naturaleza del asesinato, tenemos que mirarlo desde ese punto de vista.
—¿Sabrá alguno de ustedes los nombres de los que trabajaban con Jack? —preguntó DeMarco.
—Solo hay dos personas por encima de él —dijo Paul—. Uno de ellos es un sujeto de nombre Luca. Él vive en Suiza y viene tres o cuatro veces al año. El otro es un sujeto local de nombre Daiju Hiroto. Estoy casi seguro de que él es el supervisor en las oficinas Adler y Johnson NYC.
—De acuerdo con Jack —dijo Duncan—, Daiju es el tipo de sujeto que prácticamente vive en el trabajo.
—¿Era normal para Jack tener que trabajar el fin de semana? —preguntó Kate.
—De cuando en cuando —dijo James—. Lo había estado haciendo a menudo últimamente, en realidad. Están en medio de un enorme trabajo para ayudar a rescatar a una compañía nuclear cuya comisión había terminado. La última vez que hablé con Jack, dijo que si enderezaban todo a tiempo, podría haber un montón de dinero.
—Apostaría una buena suma que encontrarán a todo el personal trabajando hoy —dijo Paul—. Ellos podrían estar en capacidad de contarles algunas cosas que no sabemos.
DeMarco deslizó una de sus tarjetas de presentación para dársela a James Cortez, y luego tomó una galleta danesa de cereza de la bandeja que tenían delante. —Por favor, llámenos si usted piensa en algo más en el curso de los próximos días.
—Y mantengan la idea del caso de hace ocho años solo para ustedes —dijo Kate—. La última cosa que necesitamos es que las personas que viven en Ashton se pongan nerviosas.
Paul asintió, percibiendo que ella estaba hablándole directamente a él.
—Gracias, caballeros —dijo Kate.
Tomó otro largo sorbo de café y dejó que los hombres desayunaran tranquilos. Lanzó la vista en dirección al estrecho, donde un velero hacía una lenta navegación de cabotaje, como si remolcara el comienzo del fin de semana.
—Conseguiré la dirección de la oficina de Jack Tucker en Adler y Johnson —dijo DeMarco, sacando su teléfono. Y hasta para eso, su tono fue frío y distante.
Ella y yo vamos a tener que cortar esto antes de que se salga de las manos, pensó Kate. Seguro, ella tiene su carácter, pero si tengo que ponerla en su lugar, no dudaré en hacerlo.
***
Las oficinas de Adler y Johnson estaban localizadas en uno de los rascacielos de aspecto más glamoroso de Manhattan. En el primer y segundo piso de un edificio que también contenía un despacho de abogados, un desarrollador de aplicaciones para móviles, y una pequeña agencia literaria. Resultó que Paul Wickers tenía razón, la mayor parte del equipo con el que Jack Tucker había trabajado estaba en la oficina. El sitio olía a café negro y aunque había bastante trajín, en el grupo de ocho personas que laboraban también reinaba un humor sombrío.
Daiju Hiroto salió de inmediato a recibirlas, escoltándolas a su amplia oficina. Lucía como un hombre dividido —tal vez entre la necesidad de concluir a tiempo este enorme proyecto y la muy humana reacción ante la muerte de un compañero de trabajo y amigo.
—Supe la noticia esta mañana —dijo Hiroto detrás de su gran escritorio—. Yo había estado en el trabajo desde las seis esta mañana y una de nuestras empleadas —Katie Mayer— llegó con la noticia. Quince de nosotros estábamos aqui en ese momento y les di a todos la opción de tomarse el fin de semana. Seis personas pensaron que lo mejor era ir a dar las condolencias.
—Si no tuviera un equipo que supervisar, ¿habría hecho lo mismo? —preguntó Kate.
—No. Es una respuesta egoísta, pero este trabajo tiene que hacerse. Tenemos dos semanas para finalizar todo y vamos un poco retrasados. Y los empleos de más de cincuenta personas están en riesgo si no terminamos.
—De su equipo, ¿quién cree que conocería mejor a Jack? —preguntó Kate.
—Probablemente yo. Jack y yo trabajamos estrechamente en varios grandes proyectos en los últimos diez años. Hemos viajado juntos por todo el mundo, y nos hemos desvelado y asistido a reuniones que el resto del equipo ni siquiera conoce.
—Pero, ¿usted dijo que alguien supo antes de su muerte? —preguntó DeMarco.
—Sí, Katie. Ella vive en Ashton y tiene una buena amistad con la esposa de Jack.
Kate quería decir algo acerca de cómo le parecía un poco ofensivo que Hiroto no suspendiera las labores, para que él y los otros que se habían quedado en aras del deber pudieran participar del duelo. Pero ella conocía los demonios que a veces dominaban a los hombres poseídos por su trabajo y sabía que no le competía a ella hacer ese juicio.
—En todo su tiempo con Jack, ¿alguna vez supo que guardara secretos? —preguntó DeMarco.
—Nada se me ocurre. Y si así fue, yo aparentemente no era alguien a quien él deseara contárselos. Pero aquí entre nos, encuentro difícil de creer que Jack tuviera una vida secreta. Él era muy correcto y estricto, ¿sabe? Un buen sujeto. Sin aristas.
—Entonces, ¿no se le ocurre ninguna razón para que alguien pudiera haber querido matarlo? —preguntó Kate.
—No. La idea es insólita —hizo una pausa y miró a través de los ventanales de su oficina al resto de su equipo—. ¿Y fue aquí en la ciudad? —preguntó.
—Sí. ¿No lo llamó cuando se dio cuenta que él no había venido?
—Oh, lo hice. Varias veces. Cuando al mediodía más o menos no respondió, lo dejé pasar. Jack fue siempre muy sagaz, muy inteligente. Si necesitaba unas pocas horas solo para alejarse —cosa que hacía de vez en cuando—, yo se lo permitía.
—Sr. Hiroto, ¿le importaría si hablamos con los que están por aquí? —preguntó Kate, señalando con la cabeza hacia el otro lado del vidrio.
—Para nada. Dispongan ustedes.
—Y, ¿podría usted conseguir la información de contacto de aquellos que decidieron marcharse? —preguntó DeMarco.
—Seguro.
Kate y DeMarco se adentraron en un lugar lleno de cubículos, grandes escritorios y rico café. Pero incluso antes de que le hubiesen hablado a una sola persona, Kate sintió que iban a escuchar más de lo mismo. Usualmente, cuando más de una persona describía a alguien más como normal y sencillo, por lo general resultaba cierto.
En quince minutos, habían hablado con los otros ocho empleados que estaban en ese momento en la oficina. Kate había tenido razón; todos describieron a Jack como dulce, amable, alguien que no creaba problemas. Y por segunda vez esa mañana, alguien se refirió a Jack Tucker como aburrido —pero de manera tranquila, sin ofender.
En el fondo de su mente, Kate sintió que algo se agitaba, algún recuerdo o frase que ella había escuchado en algún lado en un momento de su vida. Algo acerca de estar vigilante con una esposa o un esposo aburrido —de cómo el aburrimiento podía hacerlos quebrarse. Pero no recordó nada.
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