—Supongo que en algún momento comenzó a llamarlo o enviarle mensajes de texto, cuando se dio cuenta de que se estaba haciendo tarde —preguntó Kate.
—Sí, pero no hasta las siete más o menos. Cuando esos hombres se enfrascan en sus trabajos, el tiempo no existe.
—Sra. Tucker, el FBI fue llamado por el asesinato de su marido debido a que la situación refleja los detalles y circunstancias de un caso de hace ocho años. La víctima era otro hombre que vivía aquí en Ashton, asesinado también en Nueva York —explicó Kate—. No hay evidencias firmes que lo sostengan, pero es lo suficientemente parecido para haber alarmado al Buró. Así que es muy importante que usted trate de pensar en alguna persona que se haya vuelto enemiga de su marido.
Kate podía afirmar que Missy estaba luchando de nuevo por retener las lágrimas. Se tragó la necesidad de dar rienda suelta a la pena, tratando de reprimirla.
—No puedo pensar en nadie. No lo estoy diciendo porque ame al hombre, era extremadamente amable. Fuera de unas pocas y pequeñas discusiones en el trabajo, no creo que alguna vez haya sostenido una discusión acalorada.
—¿Qué hay de algún amigo cercano? —preguntó Kate— ¿Hay algunos amigos, hombres en particular, con los que él se juntara que pudieran haber visto otro lado de él?
—Bueno, le gustaba tontear con este grupo de amigos allá en el club de yates, pero no creo que ellos le describirían como alguien negativo.
— ¿Tiene los nombres de algunos de estos amigos con los que pudiéramos hablar? —preguntó DeMarco.
—Sí. Tenía este pequeño grupo… él y otros tres sujetos. Se juntan en el club de yates o se la pasan en el bar y miran los partidos. De fútbol, más que nada.
—¿Por casualidad sabe si alguno de ellos tiene personas que pudiera considerar enemigas? —preguntó DeMarco— ¿Incluso ex-esposas celosas o parientes distanciados?
—No sé. No los conozco tan bien...
El sonido de un llanto sin control en la planta baja la interrumpió. Missy miró en dirección a la puerta del dormitorio con una expresión que conmovió el corazón de Kate.
—Ese es Dylan, nuestro hijo del medio. Él y su padre eran…
Calló entonces, su labio temblaba mientras intentaba mantenerse serena.
—Está bien, Sra. Tucker —dijo DeMarco—. Vaya con sus hijos. Tenemos suficiente para empezar.
Missy se incorporó rápidamente y corrió hacia la puerta, comenzando a llorar. DeMarco la siguió con paso lento, lanzando una mirada de irritación hacia Kate. Esta se quedó parada en el dormitorio un rato más, poniendo freno a sus propias emociones. No, esta parte del trabajo nunca se hacía más fácil. Y el hecho de que hubieran conseguido tan poca información con esa visita lo hacía aún peor.
Finalmente se dirigió de regreso al corredor, comprendiendo porqué DeMarco estaba enojada con ella. Diablos, estaba un poco molesta consigo misma.
Kate bajó y se dirigió a la puerta. Vio que DeMarco ya se estaba subiendo al auto, enjugándose las lágrimas de sus ojos. Kate cerró la puerta suavemente detrás de ella, con el pesar y el llanto de la familia Tucker como un ujier que la iba conduciendo y la hundía más y más en un caso que ya parecía perdido.
A las nueve en punto de la mañana siguiente, las noticias del asesinato de Jack Tucker habían comenzado a recorrer Ashton. Era la principal razón por la que fue tan fácil para Kate y DeMarco entrar en contacto con los amigos de Jack —cuyos nombres y números Missy les había proporcionado la noche anterior. No solo sus amigos ya habían escuchado las noticias, también habían comenzado a hacer planes sobre cómo ayudar a Missy y los niños mientras estos lidiaban con su pérdida.
Luego de unas llamadas telefónicas, Kate y DeMarco quedaron en reunirse con tres de los amigos de Jack en el club de yates. Era un sábado, así que el estacionamiento ya se estaba llenando, siendo apenas las nueve de la mañana. El club estaba ubicado justo a lo largo de Long Island Sound y tenía lo que Kate pensó era probablemente la mejor vista del estrecho sin todo el pretencioso desfile de botes.
El club mismo era un edificio de dos plantas que se veía casi de estilo colonial, con un toque moderno, en particular el exterior y el paisajismo. Un hombre parado junto a la entrada saludó a Kate. Estaba vestido con una sencilla camisa con las puntas del cuello abotonadas y un par de pantalones kaki —probablemente adecuado en un fin de semana casual para alguien que pertenecía a un club de yates como este.
—¿Es usted la Agente Wise? —preguntó el hombre.
—Lo soy. Y esta es mi compañera, la Agente DeMarco.
DeMarco solo asintió, con la irritación y la amargura de la noche anterior todavía muy presente. Cuando se separaron al llegar al hotel aquella noche, DeMarco no había dicho ni una sola palabra. Apenas había dicho —buenos días— en el corto desayuno, pero eso había sido todo hasta el momento.
—Soy James Cortez —dijo el hombre—. Hablé con usted por teléfono esta mañana. Los otros están afuera en la veranda, listos y esperando con el café.
Las condujo a través del club, con sus altos techos y su cálido ambiente, extremadamente encantador. Kate se preguntó cuánto costaría la membrecía por un año. Fuera de sus posibilidades eso era seguro. Cuando pusieron un pie en la veranda que dominaba el Long Island Sound, no le quedó duda de su belleza: miraba directamente hacia el agua, con las elevadas siluetas y la bruma de la ciudad al fondo.
Había otros dos hombres sentados ante una pequeña mesa de madera sobre la que descansaba una enorme bandeja con pastas y bollos, al igual que una jarra de café. Ambos levantaron la vista hacia las agentes y se pusieron de pie para saludarlas. Uno de los hombres lucía más bien joven, ciertamente no mayor de treinta, en tanto que James Cortez y el otro hombre fácilmente eran cuarentones.
—Duncan Ertz —dijo el más joven, extendiendo su mano.
Kate y DeMarco estrecharon las manos de los hombres a medida que se fueron presentando rápidamente. El más viejo era Paul Wickers, recién retirado de su trabajo como corredor de bolsa y más que dispuesto a hablar de ello, siendo la segunda cosa que salió de su boca.
Kate y DeMarco se sentaron a la mesa. Kate tomó una de las tazas vacías de café y la llenó, sirviéndose el azúcar y la crema que se hallaban junto a la bandeja de pastas para desayunar.
—Duele pensar esta mañana en la pobre Missy y esos chicos —dijo Duncan, mordiendo una galleta danesa.
Kate recordó el trauma de la noche pasada y sintió la necesidad de ir a ver cómo estaba la pobre mujer. Miró a DeMarco al otro lado de la mesa y se preguntó si necesitaba ver cómo estaba ella, también. Tomando distancia de la situación, Kate comenzaba a comprender que tal vez DeMarco lo había tomado muy a pecho por algo en su pasado —algo que ella aún no había superado.
—Bueno —dijo Kate, —Missy específicamente les mencionó a ustedes, caballeros, como los más cercanos a Jack, fuera de su familia. Esperaba obtener algunas apreciaciones sobre la clase de hombre que era fuera de la casa y el trabajo.
—Bueno, esa es la cosa —dijo James Cortez—. Por lo que sé, Jack era el mismo hombre sin importar dónde estaba. Un hombre sin dobleces. Un alma noble que siempre quería ayudar a los demás. Si tuvo algún fallo, diría que se involucraba demasiado con su trabajo.
—Él siempre era bueno para los chistes —dijo Duncan—. La mayoría no eran graciosos, pero le encantaba contarlos.
—Eso es seguro —dijo Paul.
—¿No hay secretos que él les haya contado? —preguntó DeMarco— ¿Quizás una aventura o incluso el pensar en una?
—Dios, no —dijo Paul—. Jack Tucker estaba locamente enamorado de su esposa. Me sentiría seguro diciendo que ese hombre amaba todo lo que tenía que ver con su vida. Su esposa, hijos, trabajo, amigos…
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