—Estoy lejos de ser arisca —dijo Kate al tiempo que llegaban a la puerta de embarque. Con todo, pensó en lo que estaba haciendo cuando recibió la llamada y pensó que estaría bien aceptar ese calificativo… al menos en parte.
—Lo último que escuché —dijo Kate—, es que estabas trabajando en un triple homicidio allá en Maine.
—Sí, lo estaba. Lo cerramos hace cerca de una semana —como seis agentes en total en esa cosa. Cuando recibí la llamada de Durán sobre este caso, me dijo que planeaba enviarte y preguntó si quería hacer equipo contigo. Yo, por supuesto, me abalancé sobre esa oportunidad. Le dije que me gustaría hacer equipo contigo siempre que fuera posible.
—Gracias —dijo Kate. Lo dejó hasta allí, sin embargo. En verdad significaba mucho para ella, pero no quería ponerse sentimental con DeMarco.
Abordaron el avión y ocuparon sus asientos, una junto a la otra. Una vez se pusieron cómodas, DeMarco buscó en su bolso de mano y sacó una gruesa carpeta repleta de papeles y documentos.
—Esto es todo sobre el archivo Nobilini —dijo—. Considerando tu historia con respecto al mismo, supongo que lo conoces al derecho y al revés.
—Probablemente —dijo Kate.
—Es un vuelo bastante corto —señaló DeMarco—. Preferiría escucharlo de ti, en lugar de repasar notas y archivos.
Kate hubiera pensado igual. Lo que la sorprendía era lo bien dispuesta que estaba a compartir los detalles del caso con DeMarco. El caso, a través de los años, había sido como una verdadera molestia en el fondo de su mente, pero ella siempre había logrado apartarlo, por no querer concentrarse en el único y verdadero fracaso de su carrera.
Así que mientras el avión comenzaba a posicionarse en la pista, Kate empezó a repasar las líneas del caso. Mientras lo hacía, haciendo un alto para dar espacio a la monotonía de los anuncios que precedían al vuelo, se dio cuenta que ahora todo se veía novedoso. Quizás era todo el tiempo que había pasado desde que ella realmente lo había manejado, o el retiro a medias (o ambos), pero el caso lo sentía ahora vivo y activo.
Le contó a DeMarco los detalles del caso, localizado en un suburbio de lujo justo en las afueras de la ciudad de Nueva York. Solo un cuerpo, pero el caso había tenido la presión de alguien en el Congreso con quien la víctima estaba estrechamente relacionada. Nada de huellas, nada de pistas. El cuerpo, de un tal Frank Nobilini, fue hallado en un callejón en el distrito de Midtown. La mejor conjetura: que él se dirigía al trabajo y cubría a pie la única cuadra desde el estacionamiento a su oficina. Solo una simple herida de bala en la parte trasera de la cabeza, estilo ejecución.
—¿Como podría ser estilo ejecución si alguien claramente lo secuestró y lo arrastró al callejón? —preguntó DeMarco.
—Esa es otra pregunta sin respuesta en el caso. Supusimos que Nobilini fue traído a empellones, obligado a ponerse de rodillas, y luego baleado por detrás de la cabeza. Sangre y pequeños fragmentos de su cráneo estaban esparcidos por toda la pared del edificio, junto al cuerpo. Las llaves de su BMW estaban todavía en su mano.
DeMarco asintió y permitió que Kate continuara.
—La víctima era de una pequeña población, un pequeño y bien acomodado suburbio llamado Ashton —dijo Kate—. Es la clase de pueblo que atrae visitantes a sus pretenciosas tiendas de antigüedades, costosos restaurantes, y propiedades inmaculadas.
—Y eso es lo que no entiendo —dijo DeMarco—. En un lugar como ese, las personas tienden a chismorrear, ¿correcto? Uno pensaría que alguien habría sabido algo o escuchado rumores acerca de quién fue el asesino. Pero no hay nada en estos archivos —dijo esto último mientras tamborileaba sus dedos sobre la carpeta.
—Eso siempre me desconcertó —dijo Kate—. Ashton es un lugar acomodado. Pero fuera de eso, es también una comunidad con lazos estrechos. Todos se conocen entre sí. En su mayor parte, todos son corteses entre sí. Vecinos que ayudan a vecinos, buenos resultados en los eventos solidarios de la escuela, una comunidad integrada. El lugar es de una pulcritud única.
—¿Qué motivo pudo haber tenido el asesino? —preguntó DeMarco.
—Nada supe al respecto. Ashton tiene una población de un poco más de tres mil. Y seguro, aunque atrae una buena cantidad de personas de la ciudad de Nueva York y otras áreas adyacentes, tiene una tasa de criminalidad increíblemente baja. Así que, aunque el asesinato de Nobilini no ocurrió en realidad en Ashton, es por eso que tuvo tanta repercusión hace ocho años.
—¿Y nunca hubo otros asesinatos como este?
—No. No hasta hoy, aparentemente. Mi teoría es que el asesino notó la presencia del FBI y se asustó. En un pueblo de ese tamaño, sería fácil de notar la presencia del FBI —Kate hizo entonces una pausa y tomó la carpeta en manos de DeMarco—. ¿Qué tanto te contó Durán?
—No mucho. Dijo que había que darse prisa y que leyera los archivos del caso.
—¿Viste qué clase de pistola fue usada en el asesinato? —preguntó Kate.
—Lo vi. Una Ruger Hunter Mark IV. Parecía extraño. Parecía profesional. Esa es una pistola costosa para esta clase de asesinato incidental sin motivo aparente.
—Estoy de acuerdo. La bala y el cartucho que hallamos facilitó el reconocimiento. Y a pesar de lo costoso y atractivo de esta pistola, el hecho de que fuera usada nos dijo todo lo que necesitábamos saber: era alguien que sabía muy poco sobre el oficio de matar personas.
—¿Cómo es eso?
—Cualquiera que supiera lo que estaba haciendo sabría que la Ruger Hunter Mark IV dejaría un cartucho. Lo que hace de ella una terrible elección.
—¿Debo suponer que este último hombre fue asesinado con un arma similar? —preguntó DeMarco.
—De acuerdo con Durán, es exactamente la misma arma.
—Así que este asesino decidió hacerlo de nuevo ocho años después. Extraño.
—Bueno, tendremos que esperar y ver eso —dijo Kate—. Todo lo que Durán me comentó fue que la víctima se veía como si hubiera sido colocada como un puntal, y que el arma empleada para matarlo era del mismo modelo que la que asesinó a Frank Nobilini.
—Sí, y esto es en Midtown, en la ciudad de Nueva York. Me pregunto si esta última víctima está también conectada con Ashton.
Kate solo se encogió de hombros mientras el avión experimentaba un poco de turbulencia. Le había hecho bien recorrer los detalles del caso. Le había quitado las telarañas al caso y ahora se sentía como si fuera reciente. Y quizás, Kate supuso, ocho años de espacio entre ella y el caso original podrían permitirle mirarlo con nuevos ojos.
***
Había pasado un tiempo desde que Kate había estado en Nueva York. Ella y Michael, su fallecido esposo, habían venido allí para una escapada de fin de semana no mucho antes de que muriera. La congestión y el ajetreo del lugar nunca terminaban de maravillarla. Hacían que los atascos de Washington, DC, parecieran triviales en comparación. El hecho de que fueran las nueve en punto de un viernes por la noche no era de mucha ayuda.
Llegaron a la escena del crimen a las 8:42 p.m. Kate aparcó el auto alquilado tan cerca como pudo de la cinta de escena del crimen. La escena era un callejón trasero localizado en la Calle 43, con el rebullicio de la Estación Grand Central a pocas cuadras. Había dos patrullas aparcadas frente a frente delante del callejón, sin bloquear la cinta amarilla de escena de crimen o el callejón mismo, pero haciendo evidente para cualquiera que quisiera echarle un vistazo a lo que estaba sucediendo que su curiosidad tendría repercusiones.
Cuando Kate y DeMarco se acercaron al callejón, un fornido agente policial las detuvo junto a la cinta amarilla. Pero cuando Kate mostró su placa, se encogió de hombros y levantó la cinta. Observó ella que él no hizo siquiera el intento de revisar a DeMarco cuando se inclinó para pasar por debajo de la cinta. Se preguntó sin demasiado interés, si DeMarco, una mujer abiertamente homosexual, se ofendía cuando un hombre la revisaba o si lo consideraba un cumplido.
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