Sabes porqué estás haciendo esto, pensó. Nueve semanas aquí y has perdido nueve kilos además de tener el mejor tono muscular de toda tu vida. Te sientes como veinte años más joven y sé sincera… ¿alguna vez te has sentido así de fuerte?
No, nunca. Y aunque no estaba ni así de cerca de dominar el arte del boxeo, sabía que había asimilado las habilidades básicas.
Con esta firme creencia, avanzó con un empuje casi agresivo, amagó un izquierdazo, y dio un gancho de derecha. En cuanto este aterrizó justo en la barbilla de Margo, Kate lanzó un jab de izquierda… y luego otro. Ambos dieron de lleno, sacudiendo un poco a Margo. Sus ojos brillaron de sorpresa mientras retrocedía con estupefacción hacia el ensogado. Sonrió, sin embargo. Al igual que Kate, ella sabía que esto era solo una práctica y acababa de aprender una lección: estar atenta todo el tiempo a los amagos.
Margo respondió con dos jabs al cuerpo, uno de los cuales conectó con las costillas de Kate. En un instante esta se quedó sin aire, y para cuando recuperó el aliento, vio venir por su izquierda un tremendo gancho de derecha. Intentó moverse pero no lo había captado a tiempo. Azotó un costado de su protegida cabeza y la sacudió hacia atrás.
Se mareó por un momento. Su visión se volvió borrosa y sintió algo débiles sus rodillas. Pensó en dejarse caer, solo para recuperar el aliento.
Sí… demasiado vieja para esto.
Pero entonces la respuesta a eso fue: ¿Conoces otras mujeres mayores de cincuenta que al recibir este puñetazo puedan permanecer de pie?
Kate respondió con dos jabs y un golpe dirigidos al cuerpo. Solo uno de los jabs aterrizó pero el impacto en el cuerpo lo sacudió. Margo se fue de nuevo contra las cuerdas, con un poco de pasmo. Regresó del ensogado y lanzó con impaciencia un gancho. No buscaba pegar. Solo era para hacer que Kate alzara sus brazos para bloquearlo, de manera que Margo pudiera entonces conectar unos jabs al indefenso tronco. Pero Kate vio la ligera vacilación en la maniobra, sabiendo cuál era el propósito que había detrás. En lugar de bloquear el golpe, violentamente dio un paso a la derecha, no interrumpió la trayectoria en arco del puñetazo, y entonces lanzó un jab de derecha que conectó con el costado de la cabeza de Margo.
Margo se fue abajo de inmediato. Cayó sobre su estómago y rodó con rapidez. Se deslizó hasta su esquina y expulsó su protector bucal. Sonrió a Kate y sacudió su cabeza en señal de.incredulidad.
—Lo siento —dijo Kate, arrodillándose delante de Margo.
—No hay porqué —dijo Margo—. Honestamente es inconcebible como logras ser así de rápida. Siento que necesito disculparme. Porque por tu edad, supuse que serías… más lenta.
El entrenador de Kate, un sexagenario de pelo entrecano y larga barba blanca, pasó por entre las cuerdas, riendo suavemente, —Yo cometí el mismo error —dijo—. Tuve un ojo morado por cerca de una semana a causa de ello. Recibí el mismísimo puñetazo que te tumbó.
—No tienes de qué excusarte —dijo Kate—. El que aterrizó en mi cabeza fue tremendo. Casi me acaba.
—Debería haber sido así —dijo el entrenador—. Honestamente, fue un poco más fuerte de lo que me gusta ver en estos pequeños encuentros de práctica —miró entonces a Margo—. Depende de ti. ¿Quieres continuar?
Margo asintió y se puso de pie. De nuevo, su entrenador le colocó el protector dental. Ambas mujeres retornaron a sus respectivas esquinas y aguardaron la campana.
Pero no fue la campana lo que Kate escuchó. En su lugar, escuchó sonar su teléfono. Y era el timbre que había asignado para las llamadas que venían del Buró.
Empujó el protector de su boca y extendió sus manos enguantadas a su entrenador. —Lo siento —dijo—. Tengo que atender esa.
Su entrenador sabía acerca de su trabajo de medio tiempo como agente especial. Pensaba que era una dura (en sus palabras, no las de ellas) cuando rehusaba a retirarse del todo de ese trabajo. Así que cuando desató sus guantes, lo hizo tan rápido como fue posible.
Kate se deslizó por entre las sogas y corrió hasta su bolso de gimnasio, que se hallaba recostado de la pared. Siempre lo mantenía afuera y no en los casilleros, por si acaso recibía una llamada. Tomó el teléfono y su corazón se aceleró llevado a un tiempo por la emoción y el desespero cuando vio en la pantalla el nombre del Director Adjunto Durán.
—Habla la Agente Wise —dijo.
—Wise, soy yo, Durán. ¿Tienes un segundo?
—Lo tengo —dijo, mirando hacia al cuadrilatero con ganas de volver allí. El entrenador de Margo estaba trabajando con ella en cómo evitar las fintas—. ¿Qué puedo hacer por ti?
—Esperaba que te incorporaras a un caso. Es efectivo en este momento, y necesitaría que tú y DeMarco tomaran un vuelo esta noche.
—No sé —dijo. Y esa era la verdad. Era muy repentino y ella le había hablado a Melissa, su hija, varias veces en las últimas semanas, acerca de no estar tan disponible para trabajos de ultimo minuto. Había estado pasando mucho más tiempo con Melissa y Michelle, su nieta, por algo más de un mes y finalmente tenían algo bueno que marchaba, algo como una rutina. Algo como una familia.
—Aprecio que pienses en mí —dijo Kate—. Pero no sé si puedo incorporarme a este. Es muy de ultimo minuto. Y tomar un vuelo… eso lo hace ver como que es bastante lejos. No sé si estoy preparada para un largo viaje. ¿Dónde es, en todo caso?
—Nueva York. Kate… Estoy casi seguro de que tiene relación con el caso Nobilini.
El nombre le produjo escalofríos. Su cabeza comenzó a vibrar, y no por el golpe que Margo le había dado hacía unos instantes. Destellos de un caso de hacía casi ocho años surgieron en su mente cual cascada —provocadores, incitantes.
—¿Kate?
—Estoy aquí —dijo. Miró entonces hacia el ring. Margo se estaba estirando y trotaba con suavidad en su sitio, lista para el próximo asalto.
Era una pena que no volviera a subirse. Porque tan pronto como Kate escuchó el nombre, supo que tomaría el caso. Tenía que hacerlo.
El caso Nobilini se le había escapado hacía ocho años —una de las auténticas derrotas que había tenido en su carrera.
Esta era su oportunidad de cerrarlo —de echarle el cerrojo al único caso que la había superado.
—¿Cuándo es el vuelo? —preguntó a Durán.
—Dulles a JFK, sale en cuatro horas.
Pensó en Melissa y Michelle con un peso en el corazón. Melissa no lo comprendería, pero Kate no podía rechazar esta oportunidad.
—Allí estaré —dijo.
Kate consiguió empacar y salir de Richmond en menos de hora y media. Cuando se encontró con su compañera, Kristen DeMarco, en las afueras de uno de los muchos Starbucks en el Aeropuerto Internacional de Dulles, solo disponían de diez minutos antes del despegue; ya la mayor parte de los pasajeros del avión se hallaba a bordo.
DeMarco caminó con rapidez hacia Kate, café en mano, al tiempo que sonreía y meneaba la cabeza. —Si solo te decidieras y te mudaras a Washington, no andarías con estas prisas y casi llegando tarde todo el tiempo.
—No puedo hacerlo —dijo Kate juntándose con ella y apurando el paso hasta la puerta de embarque—. Ya es bastante que este llamado trabajo de medio tiempo me mantenga alejada de mi familia más de lo que me gustaría. Si vivir en Washington fuera un requisito, no lo haría en absoluto.
—¿Cómo están Melissa y la pequeña Michelle? —preguntó DeMarco.
—Les va bien. Hablé con Melissa viniendo para acá. Dijo que comprendía y me deseó suerte. Y por primera vez, creo que en verdad lo sentía así.
—Bien. Te dije que se convencería. Supongo que no será de lo más agradable tener a una arisca como madre.
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