Blake Pierce - Antes De Que Anhele

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De la mano de Blake Pierce, autor de los éxitos de ventas #1 UNA VEZ DESAPARECIDO (un éxito de ventas #1 con más de 1200 críticas de cinco estrellas), llega ANTES DE QUE ANHELE, el libro #10 en la trepidante serie de misterio con Mackenzie White.ANTES DE QUE ANHELE es el libro #10 en la serie éxito de ventas #1 de Mackenzie White, que comienza con ANTES DE QUE MATE (Libro #1), un éxito de ventas #1 con más de 500 críticas!Llaman a la agente especial del FBI Mackenzie White cuando se encuentra un segundo cadáver en un depósito de alquiler. No parece que haya ninguna conexión entre ambos casos, pero cuando Mackenzie escarba un poco más a fondo, se da cuenta de que se trata de la obra de un asesino en serie—y de que pronto atacará de nuevo.Mackenzie se verá forzada a adentrarse en el cerebro de un demente cuando intente comprender una mente obsesionada con el desorden, los almacenes, y los sitios claustrofóbicos. Es un lugar oscuro desde el que se teme que no pueda retornar—y, aun así, un lugar que tiene que examinar a fondo si quiere tener alguna posibilidad de ganar el juego del gato y el ratón que puede salvar la vida de nuevas víctimas. Incluso entonces, puede que sea demasiado tarde. Un thriller psicológico oscuro de suspense estremecedor, ANTES DE QUE ANHELE es el libro #9 en esta fascinante nueva serie—con un nuevo personaje entrañable—que le tendrá pasando páginas hasta altas horas de la madrugada.   Entre otros libros de Blake Pierce, también está disponible a la venta UNA VEZ DESAPARECIDO (Un Misterio con Riley Paige—Libro #1), un éxito de ventas #1 con más de 1200 críticas de cinco estrellas—¡y una descarga gratuita!

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“En esa última ocasión que la viste, ¿parecía estar bien? ¿Actuaba de una manera distinta a la normal?”.

“No, estaba muy bien, de buen humor”.

“Por casualidad, ¿sabes lo que iba a llevar para guardar en el almacén?”

“Seguramente algunos de sus libros de texto de la universidad. Los ha estado llevando en el maletero durante un tiempo”.

“¿Sabes cuánto tiempo lleva alquilando esa consigna?”.

“Unos seis meses. Estaba trasladando cosas desde California y guardándolas. De nuevo… como tenemos esta cosa de que nos vamos a casar, en vez de llevar las cosas directamente a su apartamento, dejó algunas de ellas en la consigna. Es la razón por la que la alquiló para empezar, creo yo. Le dije que no lo necesitaba, pero no dejaba de repetir cómo haría todo mucho más fácil cuando nos mudáramos a vivir juntos”.

“Te pregunté si Claire tenía enemigos… ¿qué hay de ti? ¿Hay alguien que podría hacer esto para hacerte daño?”.

Barry tenía un aspecto de conmoción, como si jamás se le hubiera ocurrido algo así. Sacudió la cabeza lentamente y Mackenzie pensó que podía echarse a llorar. “No, pero casi desearía que lo hubiera. Me ayudaría a encontrarle el sentido a todo eso, porque lo cierto es que conozco a nadie que quisiera a Claire muerta. Era tan… era muy buena persona. La persona más encantadora que pudiera conocer”.

Mackenzie podía afirmar que estaba siendo sincero. También sabía que no iba a conseguir nada de Barry Channing. Colocó una de sus tarjetas de visita sobre la mesa y la deslizó hacia él.

“Si se te ocurre cualquier cosa en absoluto, haz el favor de llamarme”, le dijo.

Tomó la tarjeta y solo asintió.

A Mackenzie le pareció que debía decir algo más, pero era uno de esos momentos en que había quedado claro que no había nada más que decir. Se alejó hasta la puerta y mientras la cerraba tras salir, sintió un pinchazo de arrepentimiento al escuchar cómo se echaba a llorar Barry Channing.

Ahora la lluvia que caía afuera era poco más que una neblina. Mientras caminaba de vuelta a su coche, llamó a Ellington, esperando que la lluvia amainara por completo. No estaba segura de por qué le molestaba tanto. Lo cierto es que lo hacía.

“Al habla Ellington”, le respondió, como de costumbre, sin mirar a su pantalla antes de responder.

“¿Ya has terminado de ver la tele?”.

“Sí, la verdad”, le respondió. “Ahora mismo estoy trabajando con el ayudante Rising para tachar a la gente de la lista con la que ya se ha hablado. ¿Algo nuevo por tu parte?”.

“No, pero quiero ir a la consigna de almacén donde encontraron el primer cadáver. ¿Puedes obtener esa información de Rising y quedar conmigo delante de comisaría en unos veinte minutos? Y mira a ver si alguien puede poner al propietario al teléfono”.

“Así lo haré, te veo después”.

Terminaron la llamada y Mackenzie siguió conduciendo, pensando en el novio desconsolado que acababa de ver… pensando en Claire Locke, a solas en la oscuridad, muriéndose de hambre y aterrorizada en sus últimos momentos.

CAPÍTULO OCHO

Mackenzie y Ellington llegaron a U-Store-It a las 10:10 de la mañana. Las instalaciones se distinguían de las de Seattle Storage Solution en que estas estaban en un edificio de verdad. La estructura en sí misma daba la impresión de haber sido en su día una pequeña fábrica de algún tipo, pero el exterior había sido embellecido con un diseño sencillo que solo se revelaba a medias en las lucecitas que bordeaban el pavimento. Como habían llamado con antelación, había una luz encendida en el interior ya que les estaba esperando el propietario y manager del lugar.

El propietario les recibió en la puerta, un hombre bajito y con sobrepeso que llevaba gafas y se llamaba Ralph Underwood. Parecía encantado de contar con su presencia allí y no trató de ocultar el hecho de que le había impresionado la belleza de Mackenzie.

Les llevó por delante del edificio, que consistía en una pequeña sala de espera y una sala de conferencias todavía más pequeña. Había hecho un gran trabajo para conseguir que el lugar tuviera aspecto cálido y acogedor, pero todavía tenía el olor de una vieja fábrica.

“¿Cuántas consignas tiene aquí?”, preguntó Ellington.

“Ciento cincuenta”, dijo Underwood. “Todas las consignas tienen una puerta trasera para poder cargar y descargar mercancías con facilidad desde fuera en vez de tener que pasar por delante del edificio”.

“Parece bastante eficiente”, dijo Mackenzie, que nunca había visto un complejo de almacenamiento que estuviera ubicado completamente en un edificio distinto.

“Dijiste por teléfono que os interesaba enteraros de más sobre ese cadáver con que me encontré hace dos semanas, ¿correcto?”.

“Eso es correcto”, dijo Mackenzie. Había pedido a Rising que le enviara el informe y ahora estaba leyéndolo, en su teléfono. “Elizabeth Newcomb, de treinta años. Según el informe de la policía, la hallaron en su propia consigna de almacenamiento, muerta como consecuencia de una herida de arma blanca en el pecho”.

“No sé nada acerca de eso”, dijo Underwood. “Todo lo que sé es que cuando vine esa mañana y di una vuelta por el terreno como hago siempre, vi algo rojo en el bordillo de la puerta de la consigna. Supe lo que era de inmediato, pero intenté convencerme a mí mismo de que estaba equivocado. Sin embargo, cuando por fin abrí la consigna, ahí estaba. Tumbada en el suelo, muerta, en medio de un charco de sangre”.

Relataba la historia como si estuviera sentado delante de la hoguera en una acampada. Le irritaba un poco a Mackenzie, pero también sabía que la gente con tendencias dramáticas solían ser buenas fuentes de información.

“¿Alguna vez se ha encontrado algo como esto?”, preguntó Ellington.

“No, pero a decir verdad…. He acabado teniendo unas doce consignas abandonadas. Es parte del contrato que si nadie viene a abrir la unidad al menos una vez cada tres meses, puedo llamar al usuario para asegurarme de que siguen interesados en el espacio. Si no ha habido ninguna comunicación después de seis meses, vendo los contenidos en subasta, posesiones y todo”.

Aunque Mackenzie sabia de sobre que esto era práctica habitual, por lo que a ella se refería, le resultaba casi ilegal.

“Hay algunas cosas que se deja la gente en estas consignas que son… muy desagradables”, continuó Underwood. “En tres de las consignas abandonadas que me dejaron, había toda clase de juguetes sexuales. Alguien tenía quince armas dentro de la suya, entre las que había dos AK-47. Por lo visto, una de las consignas pertenecía a un taxidermista porque había cuatro animales disecados… y no hablo de ositos de peluche, ¿me entendéis?”.

Underwood les llevó a través de una puerta en la parte trasera del pequeño ala de la entrada. No había transición después de la puerta; atravesaron un pasillo muy ancho. El suelo era de cemento y el techo estaba a más de siete metros por encima de su cabeza. Ahora más que nunca, Mackenzie estaba convencida de que este sitio había servido como fábrica de alguna clase. Las consignas estaban divididas en agrupaciones de cinco, cada agrupación separada por un pasillo que bordeaba el lateral del edificio por ambos lados. Las agrupaciones estaban colocadas a ambos lados del edificio, dispuestas de tal manera que, cuando mirabas por el pasillo central del medio, parecía no tener un final. Ahora que ya estaban adentro, Mackenzie vio la profundidad y el alcance del lugar por lo que eran. El edificio tenía fácilmente cien metros de longitud.

“La consigna que queréis ver está por aquí subiendo un poco”, dijo Underwood. Siguieron caminando durante unos dos minutos, mientras Underwood seguía dándoles la paliza con las peculiares piezas de coleccionista que se había encontrado en algunas de las consignas abandonadas, además de tesoros como juguetes en condición inmaculada, revistas gráficas de gran valor, y una caja fuerte de verdad sin abrir que tenía más de cinco de los grandes en su interior.

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