“¿Algún indicio de que estuviera drogada?”, preguntó Mackenzie.
“Ninguno. Todavía queda otro análisis químico que tengo que recibir, pero en base a todo lo demás que he visto, no espero nada de él”.
Mackenzie supuso que el moratón que tenía en la nuca junto con la mordaza que habían encontrado sobre su boca fueron más que razón suficiente para que Claire Locke no montara ningún lío o alarma cuando le llevaron a su consigna de almacén. Pensó de nuevo en las cintas de video, segura de que el conductor de uno de esos coches era el responsable de su asesinato, y de la muerte de la otra persona que habían encontrado la semana anterior, según los informes.
Mackenzie volvió a mirar el cadáver con el ceño fruncido. Sentir cierto remordimiento por alguien a quien habían asesinado era una reacción natural, pero Mackenzie estaba sintiendo un grado más intenso de tristeza con Claire Locke. Quizá fuera porque podía imaginarla completamente sola en esa consigna de almacén, incapaz de moverse apropiadamente o de pedir ayuda.
“Gracias por la información”, dijo Mackenzie. “Mi compañero y yo vamos a estar en la ciudad unos días. Dinos si aparece cualquier cosa en ese informe químico”.
Salió de la morgue y regresó al piso principal. De camino a la diminuta oficina desde la que estaban trabajando Ellington y ella, de detuvo en el mostrador de comunicaciones y pidió una copia del archivo actual sobre Claire Locke. Lo tenía en la mano dos minutos después y se los llevó a la oficina.
Se encontró a Ellington mirando fijamente al monitor, reclinado en su butaca.
“¿Encontraste algo?”, le preguntó ella.
“Nada concreto. He visto otros siete vehículos entrar y salir. Uno se quedó unas seis horas antes de salir. Quiero comprobar con el departamento de policía para ver con quiénes de estas personas ya han hablado. Para que Claire Locke acabara en esa consigna, alguien que aparece en estas cintas ha tenido que llevarla hasta allí”.
Mackenzie asintió para mostrar su acuerdo y empezó a examinar el archivo. Locke no tenía antecedentes criminales en absoluto y no es que los detalles personales ofrecieran gran cosa. Tenía veinticinco años, graduada de la UCLA hace dos años, y había estado trabajando como artista digital con una empresa de marketing local. Padres divorciados, su padre vive en Hawái y su madre en alguna parte de Canadá. No tiene marido, ni hijos, pero había una anotación al final de los detalles personales que afirmaba que habían informado a su novio de su muerte. Le habían llamado el día anterior a las tres de la tarde.
“¿Cuánto tiempo te queda con eso?”, le preguntó.
Ellington se encogió de hombros. “Otros tres días más, por lo visto”.
“¿Estás bien aquí mientras yo me voy a hablar con el novio de Claire Locke?”.
“Supongo”, dijo con un suspiro jocoso. “Llega la vida de casados, será mejor que te acostumbres a verme sentado delante de una pantalla todo el tiempo, sobre todo en temporada de fútbol”.
“Está bien”, dijo ella. “Siempre y cuando no tengas problema con que yo salga por ahí y haga mis cosas mientras tú lo haces”.
Y, para demostrale lo que quería decir, volvió a salir por la puerta. Le gritó mientras se iba corriendo: “Dame unas cuantas horas”.
“Sin duda, pero no esperes tener la cena preparada cuando regreses”.
El humor que compartían le hacía increíblemente feliz de que McGrath les hubiera permitido trabajar juntos en este caso. Entre la lluvia y las nubes que había afuera y la peculiar tristeza que sentía hacia Claire Locke, no sabía si hubiera sido capaz de manejar este caso adecuadamente por su cuenta. Sin embargo, con Ellington a su lado, sentía como si llevara un trozo de su hogar con ella, un lugar al que regresar si el caso se ponía demasiado abrumador.
Volvió a salir afuera. Había caído la noche y a pesar de que la lluvia había vuelto a estabilizarse en forma de leve sirimiri, Mackenzie no pudo evitar pensar que se trataba de una especie de señal de mal agüero.
Mackenzie no sabía nada sobre el novio, ya que no había nada acerca de él en las notas. Lo único que sabía era que se llamaba Barry Channing y que vivía en 376 Rose Street, Apartamento 7. Cuando llamó al timbre del Apartamento 7, le respondió una mujer que parecía tener cincuenta y muchos años. Parecía cansada y entristecida, y obviamente no le hacía ninguna gracia tener una visita después de las nueve de una noche lluviosa de domingo.
“¿Les puedo ayudar en algo?”, preguntó la mujer,
Mackenzie casi vuelve a comprobar el número sobre la puerta, pero en vez de eso dijo, “estoy buscando a Barry Channing.”
“Yo soy su madre. ¿Quién es usted?”.
Mackenzie le mostró su placa. “Mackenzie White, del FBI. Esperaba poder hacerle unas cuantas preguntas sobre Claire”.
“Lo cierto es que no está en condiciones para hablar con nadie”, dijo la madre. “De hecho, él…”.
“Por Dios, mamá”, dijo una voz masculina, que se acercaba a la puerta. “Estoy bien”.
La madre se echó a un lado, haciendo espacio para que su hijo saliera a la entrada. Barry Channing era bastante alto y llevaba el pelo rubio cortado al estilo militar. Al igual que su madre, parecía que estaba falto de sueño y era evidente que había estado llorando.
“¿Ha dicho que son del FBI?”, dijo Barry.
“Sí. ¿Tienes unos minutos?”.
Barry le miró a su madre con el ceño levemente fruncido y después suspiró. “Sí, tengo algo de tiempo. Hagan el favor de entrar”.
Barry llevó a Mackenzie al interior del apartamento, por un pasillo estrecho, hasta una cocina de aspecto común. Su madre, entretanto, se quedó más atrás en el pasillo, fuera de su vista. Cuando Barry se acomodó en una silla ante la mesa de la cocina, Mackenzie escuchó cómo se cerraba una puerta con bastante fuerza en alguna otra parte del apartamento.
“Disculpen eso”, dijo Barry. “Estoy empezando a pensar que mi madre se sentía más cerca de Claire de lo que lo estaba yo. Y eso ya es decir, teniendo en cuenta que le compré un anillo de compromiso hace dos semanas”.
“Lamento mucho tu pérdida”, dijo Mackenzie.
“He oído mucho eso últimamente,” dijo Barry, mirando al mostrador. “Fue inesperado y aunque lloré como un bebé cuando me lo dijo ayer la policía, me las estoy arreglando para mantener el control. Mi madre vino para quedarse conmigo y ayudarme hasta que pase el funeral, y le estoy agradecido, pero se pasa de protectora. Cuando se vaya, seguramente podré dejar que salga el dolor, ¿sabes?”.
“Te voy a hacer lo que puede parecer una pregunta estúpida”, dijo Mackenzie. “¿Conoces a alguien que pueda tener alguna razón para hacerle esto a Claire?”.
“No. La policía me hizo la misma pregunta. No tenía ningún enemigo, ¿sabes? No se llevaba muy bien con su madre, pero nada de un nivel que causaría algo como esto. Claire era una persona bastante privada, ¿sabes? No tenía amigas íntimas ni nada… solo conocidas. Ese tipo de cosas”.
“¿Cuándo le viste por última vez?”, preguntó Mackenzie.
“Hace ocho días. Vino por aquí para ver si tenía algo que necesitara poner en su consigna de almacén. Nos reímos acerca de ello. Ella no sabía que yo tenía el anillo, pero los dos sabíamos que nos íbamos a casar. Empezamos a hacer planes para ello. Que ella me preguntara si tenía algo que poner en su almacén era otra manera de reforzarlo, ¿sabes?”.
“Después de ese día, ¿cuánto tiempo pasó antes de que empezaras a asustarte? No veo que denunciaras su desaparición ni nada por el estilo”.
“Bueno, estoy yendo a clases en el colegio de la comunidad, haciéndome con mis GPA para volver a la universidad y terminar del todo. Es un montón de trabajo y eso es además de un trabajo al que voy entre cuarenta y cuarenta y cinco horas a la semana. Así que hay unos cuatro o cinco días que pueden pasar sin que Claire y yo nos veamos. Claro que, después de tres días sin mensajes ni llamadas, empecé a preocuparme. Pasé por su apartamento para ver que estaba a salvo, pero no me respondió. Pensé en llamar a la policía, pero me apreció estúpido. Y realmente, en el fondo de mi mente, me preguntaba si a lo mejor simplemente se había largado y me había dejado. Que a lo mejor la idea de casarse le había asustado o algo así”.
Читать дальше