A menudo estas reuniones tenían lugar por la noche, de donde se originaron las suspicacias y las acusaciones de desorden sexual, que el panfletario desarrolló abundantemente. Para los parisienses, las “Iglesias secretas” se reunían en los bosques que rodeaban la capital. Naturalmente tales grupos aprovechaban el paso de predicadores, de vocación u ocasionales, en particular, de monjes, como el jacobino Canus, quien “donde podía iba sembrando valientemente la doctrina del Evangelio”, y particularmente en Lyon “con gran auditorio”.
Calvino y el ambiente ginebrino habían de mostrase, más tarde, muy reticentes, respecto a estos primeros núcleos evangélicos espontánea y débilmente organizados. Es, pues, muy interesante enterarnos a través de Forimond de Raymond de que el futuro Reformador participó y enseñó en uno de ellos. Ello fue en 1534, después de su huida de París. Pasando por Poitiers agrupará algunas personalidades de la ciudad en un “primer concilio calvinista” en un jardín y los llevó a una cantera:
Allí, Calvino hacía la exhortación. Así era llamado al principio, el sermón. Invocando al Espíritu Santo, para que tuviera a bien descender sobre el pequeño rebaño que se reunía en su nombre, leía algún capítulo de la Escritura, y entonces aclaraba, o más bien complicaba sus dificultades. Cada uno podía decir su opinión como si se tratara de una disputa privada. Esto prosiguió durante cierto tiempo. 37
Se trataba pues, del estudio de la Biblia en común tal como ya lo hemos hallado en estos grupos piadosos. Calvino lo instituirá más tarde en las reuniones pastorales en Ginebra, pero sin extenderlo a los laicos, a quien sus propias concepciones culturales sólo concedían el derecho al silencio. Todavía es más digno notarse —teniendo en cuneta la interdicción que había de pronunciar luego contra la administración de los sacramentos fuera de las Iglesias regularmente “construidas”— que entonces distribuía la comunión de sus compañeros de Poitiers: “Conduciendo a los primeros iluminados a las grutas de Crotelles —escribe Raemond— les enseño esta nueva manducación antes de haber conformado del todo el orden que estableció en su Cena”.
La primera eclesiología de Calvino
A partir de este momento, Calvino trabajaba ya en su Institución , impresa luego en Basilea. H. Strhol ha señalado en ella “el resultado de los estudios y las reflexiones de un sabio francés joven, que no había conocido aún por experiencia las exigencias pastorales y que vivía en el extranjero como refugiado”; podríamos añadir, sin duda: “y de un antiguo miembro, al menos ocasional, de los grupos evangélicos de su país”. La Iglesia no tiene en este un lugar muy considerable, y en esto precisamente nos encontramos ante la primera actitud de la Reforma, más preocupada por la verdad y la salvación que por la vida cristiana. No tiene tampoco la Iglesia un sitio determinado, puesto que de ella se trata, en esta edición, en pasajes distintos y dispersos. La visión que de ella nos da es propiamente luterana; y enlazando así con la concepción de los primeros reformados franceses. La Iglesia es la reunión de los elegidos, universus numerus electorum . Por ello es invisible y, propiamente hablando incognoscible. Es cierto que cada cual puede y debe saber si forma parte de ella, pero lo desconoce de los demás, aunque existan algunos signos de la elección: vida cristiana y uso de los sacramentos. Un “juicio de caridad” permitirá, como máximo, suponerlo, y, por tanto, reunir una agrupación humana que pretende representar a la Iglesia, cosa a que nos obliga el pasaje de Mateo XVIII, 17, en que Cristo habla de ellos como de una asamblea que tiene una disciplina.
¿Cómo juzgar acerca de la legitimidad de estas agrupaciones que pretenden proporcionar a la Iglesia invisible una especie de visibilidad fragmentaria e imperfecta? A este respecto Calvino hace suyas las notae , las “consignas” luteranas: simple predicación de la palabra, administración correcta de los sacramentos. La Iglesia, por ser la reunión de los verdaderos cristianos, ha salido de la enseñanza. Cuando Cristo ordenó a sus apóstoles que predicasen y que administrasen el bautismo todavía no existía una Iglesia ( cum nondum esset ulla ecclesiae forma constituta ). Hoy una cierta eclesiolatría protestante quiere ver en todas partes de la Escritura a la Iglesia en particular a partir del ministerio humano de Cristo: la Reforma estaba muy interesada en dotarla siguiendo en esto a la tradición en el momento de Pentecostés, de manera que señalaba claramente que la Iglesia no precedía al mensaje ni a los sacramentos, sino que ha salido de ellos, puesto que si bien la Iglesia tiene prioridad cronológica puede tener pretensiones a la superioridad de sus tradiciones.
A pesar de ello, los treinta años de la experiencia de la Reforma habían puesto de manifiesto, contra la certeza de Lutero que no basta que sea predicada de manera pura la Palabra para que se realice ya la promesa de Isaías LV, 11 (“no vuelve a mí sin efectos”); es preciso, además, que sea “escuchada rectamente”, como la lluvia es recibida por la tierra. Y gracias a esto se formará no la Iglesia, sino aliqua Ecclesia : la misma Iglesia humana es más bien un acto de fe que un objeto de nuestra vista. Y por lo que toca a subextensión, ésta no supera al grupo local. Más todavía que el mismo Lutero, Calvino se apoya en el texto de Mateo (XVIII, 20), de cara a los pequeños rebaños y a sus partidarios. “Donde están dos o tres personas reunidas en mi nombre, yo estoy en medio de ellos”. Y de este modo se confirma este principio esencial de la Reforma, la “particularidad” de la Iglesia de la cual ha escrito Karl Barth: “El Nuevo Testamento ignora por completo la noción de una Iglesia general organizada o por organizar, o simplemente ideal, respecto a la cual las comunidades particulares no serían más que partes”. 38[...]
Transcipción: Lemuel Reyes Santos
1. Artículo del Scottish Journal of theology , 1955, citado por D. Nauta, Calvin, Leader and Example , p. 241. Powell llega a una conclusión favorable al reformador.
2. Profesor hasta cerca de 1534 en diversos colegios parisienses, entre ellos el de la Marca (1524-1528), se vio arrastrado, por su conversión a las ideas nuevas, a Nevers, después a Burdeos, desde donde fue llamado a Ginebra. E.A. Berthauld, Mathurin Cordier et l’enseignement chez les prmiers calvinistes (París, 1875); J. Lecoultre, Mathurin Cordier et les origenes de la pédagogie protestante dans les pays de langue francaice (Neuchatel, 1926); P. Mesnard, Mathurin Cordier (1479-1564) (“Foi, Education”, abril-junio 1559, pp76-94).
3. Acerca de su fundador: A. Renaudet, Jean Standonck. Un refomateur catolique avant la Reforme ( Bul. Soc. Hist. Prot. fr. , 1908, pp. 1-81, refundido en su recopilación Humanisme et Renaissance ). Véase también: M. Godet, Le collège de Montaigu (Revue des Études rabelaissienes, 1909); id.,La congregation de Montaigu (París, 1912); I. Rodríguez –Grabit, Ignace de Loyola et le collège Montaigu (Bibl. Hum. rem.”, 1958, pp. 388-401).
4. J. Boussard, L’Université d’Orleáns et l’humanisme au début du XVIè siècle (revista Humanisme et Reinaissance , 1938).
5. E. J. de Groot, Melchior Wolmar. Ses raports avec les protestans francais et suises ( Bull. Soc. Hist. Prot. fr ., 1934).
6. R. Lebegue y otros, El humanismo europeo y las civilizaciones de Extremo Oriente. La universidad de París en tiempo de Calvino y de San Francisco Javier ( Bol. Asoc. Hist. Prot. fr. , 1934).
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