José Altozano Dayo - El videojuego a través de David Cage

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Emociones. Sentimientos. Humanidad. Sensaciones. Ideas. David Cage es un férreo defensor del videojuego como medio expresivo y desde el principio de su carrera ha querido impregnar sus títulos con tales conceptos, plasmar su pasión para que otros la sientan como él. ¿Lo ha conseguido? Este libro es un estudio, no solo de David Cage, sino del videojuego en general; una guía que intenta ahondar en sus mecánicas, en su lenguaje, y que trata de desgranar la manera de entender este medio y las aspiraciones narrativas de uno de los principales nombres de esta nueva industria.¿Cómo puede un videojuego transmitir una emoción? ¿De qué manera cuenta una historia y qué puede aprender del cine? Y ante todo… ¿qué es una mecánica? Tal vez puedas encontrar la respuesta entre estas páginas y seguir haciéndote nuevas preguntas cada vez que te enfrentes a un nuevo videojuego. Igual que David Cage.

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DICE LA BIBLIA QUE, CUANDO MOISÉS ASCENDIÓ al monte Sinaí, su pueblo comenzó a dudar de que Dios realmente estuviese esperándole en la cima. Los días pasaban y no había señal alguna de Moisés, de si estaba vivo o si estaba ahí arriba hablando con nadie. El pueblo judío, inquieto y ansioso, empezó a hacerse preguntas: ¿era realmente Jehová quien había abierto las aguas del mar Rojo, quien les había guiado lejos del yugo egipcio? ¿Habían estado siguiendo a su auténtico profeta o era un loco que ahora mismo yacía muerto en lo alto de la montaña? Cuando finalmente Moisés bajó, tablas en mano, se encontró con que el pueblo elegido de Dios había elegido a otro dios: una bestia dorada a la que rendían pleitesía. Si eres jugador de videojuegos, y no digo gamer, que es un título cada vez más inútil, sino alguien que en cualquier medida disfruta de este medio (y el que hayas comprado este libro o siquiera lo estés hojeando la verdad es que ya me da una buena pista) lo más probable es que hayas sentido estas dudas. No religiosas, que también, sino respecto al medio: «¿Es legítimo? ¿No estoy perdiendo el tiempo? ¿Para qué sirve todo esto?».

Los videojuegos llevan años, no desde el principio, pero sí desde hace ya un tiempo, aspirando a convertirse en un Arte con mayúsculas. Si tienes relación con este medio, seguramente hayas escuchado alguno de estos chascarrillos, o quizá todos a la vez. Pequeños bocaditos de subestimación. Que si estás jugando a los matamarcianos, que si el «Comecocos», que en realidad se llama Pac Man, pero bueno, o si le estás dando a la maquinita, que todas se llaman «la Plei», y una miríada de equivalentes. Quizá hayas tenido mala suerte, seas masoquista o ambas y te hayas topado con aquel infame artículo de Roger Ebert. Es cansino, desmoralizador, y te quita las ganas de salir del sótano de la casa de tus padres para agarrar otra bolsa de Cheetos. Así no se puede.

Tonterías aparte, cada una de estas sandeces funciona como una minúscula gota de agua, que por separado no hacen nada y son la opinión de alguien que no sabe de qué esta hablando, pero juntas, con el tiempo, lenta pero progresivamente, empieza a minarte. Quizá, si tanta gente dice lo mismo, es que algo de razón tienen, ¿verdad? Será que los videojuegos son para niños. Eso de que solo encontrase niños para echarme unas partidas a Pokémon, ahora que lo pienso, era una señal muy clara, una del tamaño de un faro. Pero te gustan los videojuegos porque tienen algo especial, ese je ne sais qoi. Quizá sea que vives esas historias, que te permiten evadirte durante unas horas de tu trabajo, el instituto o porque tienes dos dedos de frente y prefieres jugar a Hearthstone (Blizzard, 2014) antes que ver The Big Bang Theory. Puede que disfrutes con esos mundos de fantasía o que te gusta ponerte a prueba y superar un gran desafío, pero hay algo ahí, y durante mucho tiempo la sociedad parece haberse negado a verlo. Así que te desesperas y buscas algo a lo que agarrarte, aunque sea un clavo ardiente. Lo que sea, siempre y cuando puedas señalarlo y gritar «¿Veis? ¡Los videojuegos son arte!». Ídolos falsos que creamos para adorar hasta que alguien, Dios, Jehová, nuestro Moisés, pero quien sea, que alguien venga y nos diga que ya está. Que hemos llegado y los videojuegos, al fin, son arte y no hace falta seguir buscando. El Ciudadano Kane de los videojuegos, esa entelequia.

Esa chorrada.

Si eres un seguidor del medio, es posible que te estés revolviendo en tu asiento, primero porque te estoy llamando obeso asocial y segundo porque lo que describo no es tan grave hoy como lo era hace unos años. No te preocupes, que yo soy un obeso mórbido, y sobre la segunda parte, eso ya lo cubriré, aunque más adelante. Ahora mismo estamos hablando de contexto, de un síndrome de inferioridad que lleva plagando este medio desde hace ya un tiempo. Creo que es una fase por la que pasamos todos, que los videojuegos son poco más que una etapa, algo inferior y en realidad nos estamos cerrando los ojos ante la verdad. Esta inferioridad adopta muchas formas y se extiende por muchas facetas de esta, nuestra querida industria, el mundillo del arte digital interactivo.

Una de las facetas más habituales que adoptan estos miedos es la del asco hacia la prensa de videojuegos. Es cierto que ha tenido sus malos momentos, meteduras de pata, y cada personaje que parece haber conseguido su titulación en una tómbola, y hablo a nivel global, pero también es verdad que ha ido madurando. A lo largo de los años ha enmendado ciertos errores y se ha abierto a nuevas formas de análisis, de escribir un artículo y contemplar el medio, pero aún así los hay que siguen viendo al periodista de videojuegos como poco más que una rata: «Los periodistas son una panda de corruptos y todos y cada uno de ellos están comprados por la industria para que hablen bien de sus juegos y los puntúen con notas altas». No voy a entrar en esto, que daría para otro libro, pero a pesar de que ciertos problemas perduren y la situación no esté como para tirar cohetes, ha habido cambios. Periodistas y medio, sujeto y objeto, todos hemos evolucionado. Es un cambio importante, tanto que, en comparación, la prensa de 2008 resulta, salvo escasas excepciones, obsoleta. En muy pocos años ha habido un avance significativo gracias a unos pocos nombres, pero las señales del progreso están ahí ¿Y significa eso que finalmente hemos llegado? ¿El videojuego es un arte y nadie me lo había dicho? No es perfecto, y esto es algo que cubriré a lo largo del libro, que para algo lo has pagado, querido lector, pero respondiendo a tu pregunta podrías decir que sí y los únicos que te lo negarían serían los mismos viejos y retrógrados que llevan diciéndolo de toda la vida. A esos no les vamos a convencer jamás, pero todas sus opiniones no pueden cambiar un simple hecho: ahora mismo estamos viviendo una edad de oro.

Aunque llevo hablando todo este rato y da la sensación de que me he ido por las ramas y este, en realidad, no era el tema ¿verdad? Este libro no es «la historia del videojuego» o «el videojuego en la sociedad» o «autopsia de la criatura conocida como gamer». Nada de eso: has visto un nombre propio en la portada y todavía no he mencionado ni a un tocayo. Menudo capullo que soy. Vaya un estafador. Pero pienso enmendar mis errores y demostrarte que puedo cambiar, porque estamos aquí para hablar de un hombre en concreto: David De Gruttola Cage, cofundador, director ejecutivo (CEO) y autor de la softografía, esto es conjunto de videojuegos, del estudio Quantic Dream, además de defensor a ultranza del videojuego como arte. Él, y junto a él muchos otros, yo mismo incluido en este heterogéneo grupo, ve el videojuego como potencial desperdiciado. No hay entrevista en que desaproveche la oportunidad de hablar de ello: el videojuego está obsesionado con pegar tiros, pegar a gente y conducir coches más deprisa que nadie.

Necesitamos decidir, como una industria, que la violencia y la sangre no son la única vía. Estamos en una industria en la que, si el protagonista no tiene un arma, los diseñadores no saben qué hacer. ¿Cómo puedo interactuar si no puedo disparar? 1

Esta es una idea que comparten muchos desarrolladores, diseñadores, jugadores y periodistas, pero no forman parte del videojuego por mera casualidad. No está ahí ni se mantiene ahí por tradición. De acuerdo, la tradición juega un papel, pero hay más en juego: como es el caso en tantas otras artes, el videojuego no nació queriendo expresar un deseo o inquietud humana. Los hombres de la prehistoria no pintaban bisontes porque les pareciesen la cosa más cuca del mundo sino como parte de un rito: los pintaban para analizar y estudiar a su futura presa, o quizá como una forma de pedir a los dioses que les favorecieran en la caza. Antes de que llegaran los posmodernos y Gaudí, la arquitectura servía a un propósito de supervivencia: resguardarse del frío y las lluvias, protegerse y tener un lugar estable donde crecer. El cine, ese arte tan amado y digno que es hoy, empezó sus días en los vodeviles, donde te ponían al tren llegando a la estación y luego salían las vedettes a bailarte el cancán. Diré más: sus padres, los hermanos Lumière, no creían en el futuro del cine y pensaban que sería un entretenimiento pasajero, y míralo ahora.

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