El ser humano no puede dilatarse más que en la inmensidad, en el infinito. Aunque encuentre útil, interesante, indispensable, todo lo que ya es visible, determinado, medido, clasificado, acabará por sentir que eso no satisface más que a una parte de sí mismo, y que es insuficiente para llenar su existencia. ¿Por qué les gustan tanto los cuentos a los niños? Y, ¿por qué también los adultos, en su mayoría, en cuanto pueden se refugian en mundos extraños, fantásticos, irracionales? Porque es una necesidad innata del ser humano: ha sido creado para vivir en los dos mundos, objetivo y subjetivo, material y espiritual, visible e invisible; así pues, posee capacidades para entrar en relación con estos dos mundos, y tiene necesidad de los dos. Sólo que no hay que confundir: la realidad que percibimos gracias a los cinco sentidos, no es la que percibimos gracias a los sentidos del mundo espiritual; son dos mundos diferentes, y su conocimiento necesita instrumentos diferentes.10
Los científicos deben contentarse con estudiar, observar y dar resultados de sus observaciones, eso es todo. No pueden pronunciarse sobre la vida psíquica del hombre, su vida moral, espiritual. Existe una frontera que no pueden franquear con los medios de qué disponen, no les está permitido reemplazar la religión por la ciencia, y todavía menos destruirla. Lo que pueden destruir, son las falsas creencias, y esto es una buena cosa. La verdadera religión no tiene necesidad de sobrecargarse con errores y supersticiones, y la verdadera ciencia no puede perjudicar a la verdadera religión: Dios no se ofenderá si no creéis que Él creó el mundo en seis días, y se sentirá tanto menos ofendido ya que, en realidad, crea incesantemente.
Pero querer combatir la religión en nombre de la objetividad y de la razón, es una tentativa destinada al fracaso. No podemos suprimir el sentimiento religioso, al igual que no podemos suprimir otros sentimientos. Éste también es un terreno en el que la razón por sí sola, es inoperante porque, lo repito, el sentido de lo sagrado, la necesidad de sentirse unido a este mundo divino en el cual tiene su origen, está inscrito en la estructura del ser humano. Podemos intentar negarlo, extirpar las raíces; aunque en ciertos momentos pueda parecer que lo consigamos, estos resultados no durarán y nos veremos obligados a constatar todos los estragos que una tal tentativa habrá producido, no solamente en los individuos, sino también en la sociedad.
Por otra parte, toda esta gente que predica la objetividad y la razón, ¿acaso han conseguido introducirlas en su vida? Miradles: se debaten entre angustias, miedos, cóleras, celos y todo tipo de pasiones incontroladas. ¿Dónde están aquí la objetividad y la razón?... Pero ellos aceptan todos estos sentimientos inferiores, incluso los encuentran naturales. Mientras que los sentimientos superiores que pueden inspirar la fe en una Entidad sublime, que ha creado el cielo y la tierra, la confianza, el reconocimiento, el amor, la adoración por este Ser, los encuentran ridículos. Al igual que el intelecto, la razón es muy útil cuando hay que poner un poco de orden en el terreno del sentimiento; digamos que hace limpieza, sí, pero solamente limpieza, no el vacío. Cuando limpiáis vuestra casa, movéis los muebles y los objetos para poder pasar el aspirador, sacar el polvo, después los ponéis nuevamente en su sitio, no los tiráis por la ventana. Entonces, si la razón debe hacer limpieza también en vosotros, no es para desembarazarse del verdadero sentimiento religioso, sino para que aparezca en todo su esplendor, una vez rechazadas las falsas creencias.
Teorías materialistas pueden, por un momento, llegar a seducir a la gente hasta el punto de apartarles de la inmensidad, pero esto es tan sólo pasajero. Que guste o no a todos estos “grandes pensadores”, el Creador ha construido al ser humano de tal manera que a éste le es imposible pasar sin Él. Si cree poder hacerlo, lo conseguirá sólo durante un cierto tiempo; muy pronto, después, se sentirá mutilado y se verá obligado a regresar hacia otra comprensión del mundo y de él mismo. Así pues, es inútil perder el tiempo indignándose y enfureciéndose contra gente incorregible que tiene necesidad de creer en un Creador del universo, en mundos invisibles poblados de entidades espirituales, en una vida después de la muerte, en el poder de la oración: permanecerán incorregibles. Porque ellos ahí, contactan con la realidad del hombre y del universo, y contra esta realidad nadie puede hacer nada.
¿Qué se sabe del ser humano? Se han necesitado milenios para llegar a conocer su cuerpo físico, y no existe la certeza de que se haya descubierto realmente todo. En cuanto a su ser psíquico, espiritual, excepto para los Iniciados y los místicos, no se conoce casi nada.11 ¡Diréis que los psicólogos, los psicoanalistas, los psiquiatras tienen un gran en duda su saber, observo que su oficio consiste en ocuparse de los enfermos. Esto está muy bien, pero yo hago la pregunta de otra forma: ¿no sería mejor dar a los humanos un saber que les permitiera vencer sus angustias y sus tormentos antes de que su estado les obligue a consultar un psiquiatra? Si recibieran un verdadero saber, no tendrían que consultar a nadie.
Pero, ¿quién se preocupa por dar a los humanos un saber que les permita desarrollarse de manera armoniosa, para poder afrontar las dificultades interiores y exteriores que puedan encontrar? Esperan que se pongan enfermos para intervenir. Cuando ya no saben dónde están, cuando se disponen a suicidarse, o bien después de haberlo ya intentado, entonces se les tranquiliza diciéndoles que se les ayudará para que encuentren la paz, el equilibrio y el sentido de la vida. Y mientras tanto, ¡se les atiborra de medicamentos! Evidentemente, cuando las cosas han llegado a este punto de gravedad, no hay otra cosa que hacer. Pero ¿hasta cuando vamos a esperar a que la gente enferme para ocuparnos de ellos? Diréis: “¡Pero esto es la ciencia!” No, esto son solamente algunos fragmentos de los conocimientos. La ciencia, la verdadera, es otra cosa.
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