Omraam Mikhaël Aïvanhov - La fé que mueve montañas

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La fe debe ir acompañada de un largo trabajo, es el resultado de esfuerzos repetidos día a día; es algo vivo que nunca debemos separar de nuestra vida cotidiana. Esto es lo que debemos comprender para poder descifrar el sentido de las palabras de Jesús: "Si tuvierais la fe de un grano de mostaza, diríais a esta montaña: Desplázate de aquí a allá, y se desplazaría…

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En principio, quizá os resultará difícil distinguir claramente la creencia de la fe, ya que el límite que las separa está mal definido; se funden la una en la otra, del mismo modo que lo físico se funde, poco a poco, en lo psíquico, sin que podamos asegurar dónde termina uno y dónde empieza el otro. Sus del espectro: el rojo, por ejemplo, no es el naranja, y sin embargo no sabemos exactamente dónde se encuentra el límite entre ambos. Asimismo, a pesar de que la fe sea diferente de la creencia, está íntimamente unida a ella.

Para vivir tenemos necesidad de apoyarnos en determinadas creencias, son como soportes para nuestra vida afectiva e intelectual. Sin estos soportes, la existencia no es posible, sería como avanzar entre arenas movedizas. Tanto internamente como externamente, necesitamos creer que tenemos algo sólido bajo los pies. Es por ello por lo que siempre es útil creer en cosas buenas, puesto que aunque uno se haga ciertas ilusiones, esto ayuda a mantenerse en disposiciones constructivas. Lo esencial es llegar a ser consciente, esforzarse en reemplazar estas creencias borrosas por conocimientos verdaderos, y no poseer a los cuarenta años, la misma inseguridad que a los veinte.

Podemos incluso decir que la fe es un trabajo sobre las creencias, y aquel que no está decidido a hacer este trabajo, a menudo se convierte en víctima de supersticiones. Porque creencias y supersticiones, las dos van juntas. Cómo el ser humano siempre tiene necesidad de creer en algo, quienes no han comprendido lo que es realmente la fe, se aferran a todo tipo de nimiedades: tal objeto les trae suerte, tal número o tal día de la semana les resulta beneficioso y tal otro perjudicial, el encuentro con tal o cual persona es interpretado como un buen o mal augurio, etc... No niego que pueda darse un significado a los objetos, a los números, a los días, a los encuentros, pero esto jamás substituirá una fe fundada en las grandes leyes que rigen nuestra vida psíquica y espiritual.

¿Queréis que os de una definición de la superstición? Ser supersticioso es pensar que podremos cosechar allá dónde no hemos sembrado. La verdadera fe, por el contrario, es esperar que después de haber sembrado, recolectaremos, en esta vida o bien en otra, o también a través de nuestros hijos. Si sembráis buenas semillas en un terreno fértil y en una época favorable, germinan y crecen. Quizás se malogren algunas semillas, pero la mayoría crecerán y darán frutos. Cuantos hombres y mujeres que nunca han trabajado en el terreno intelectual, afectivo o psíquico, esperan cosechar, y cuando constatan sus fracasos, se revelan contra la injusticia. ¿Pero de quién es la culpa? Aquellos que siembran y plantan, no se sienten jamás decepcionados. Cuando se posee la verdadera fe, no nos sentimos decepcionados. Los que se decepcionan son los que esperan cosechar imposibles.

Y puesto que tener fe es hacer crecer semillas, éstas un día nos alimentarán, a diferencia de la creencia que finalmente nos deja hambrientos. La creencia se puede comparar con la hipnosis. Si hipnotizáis a alguien, podéis persuadirle, por ejemplo, de que está comiendo una buena cena. Al volver en sí mismo, podrá detallaros incluso el menú y se sentirá satisfecho por todo lo que ha probado; sin embargo, su estómago estará vacío, y de seguir con este régimen, periclitará. Pues bien, así es cómo las creencias inducen a error a la mayoría de personas, mientras que la fe les hace saborear frutos reales cada día, frutos nutritivos que son el resultado de su trabajo.

Los seres que se contentan con creencias, interiormente seguirán siendo pobres, débiles, inseguros, aunque físicamente sean muy vigorosos. La creencia no alimenta. Sólo la fe alimenta, y para llegar a la fe, hay que estudiar, experimentar, esforzarse. Si en la antigüedad la Iniciación estaba reservada a ciertos seres, no era tanto por los secretos revelados que otros no debían conocer, sino por el hecho de poseer cualidades que les permitía realizar algo con estas revelaciones. Las verdades espirituales sólo enriquecen a aquel que tiene un intelecto para comprenderlas, un corazón para desearlas, y sobre todo una voluntad para empezar el trabajo y perseverar. A los demás, no les aportan nada, incluso les pueden ser perjudiciales.

Si reducimos la religión a unos artículos de fe, independientes de la experiencia y de los actos que debieran acompañarles, esto conseguirá separar la religión de la fe, y de este modo, sólo quedarán creencias que no salvarán a nadie. Los perezosos jamás son salvados. Sin trabajo, sin esfuerzo, sin experiencias, ¿qué resultado cabe esperar? Mientras los creyentes vayan repitiendo fórmulas, gestos, ritos ininteligibles, su fe no moverá las montañas, no hará ningún milagro. Y cuando hablo de milagro, no me refiero a curar enfermos, ni a resucitar muertos, sino a transformarse a sí mismo, a resucitarse uno mismo.

Ya es tiempo de aprender a no confundir más la realidad de la fe con la ilusión de la creencia. Si vuestra salud mejora, si vuestro pensamiento se ilumina, si vuestra fuerza aumenta, si vuestro amor se engrandece, es que os alimentáis de fe. En cuanto a las creencias con las que imagináis que os alimentáis, se parecen a esas golosinas que se venden en las ferias. ¿Conocéis estos dulces llamados “barba de papá”, que tienen la consistencia del algodón y con los que los niños se divierten? Pues no sólo no les alimentan, sino que además les estropean los dientes. Así es cómo mucha gente absorbe creencias, toneladas de sueños, de promesas, en las que no hay nada sólido: azúcar y algodón... Creen, creen, no cesan de creer y los resultados que obtienen son totalmente opuestos a los que esperaban.

¿Creer? Pero no hay que creer más, ¡hay que saber! La fe es la condensación de un saber inmemorial. Allí dónde no conocemos, no hay fe. Así pues, estudiad, reforzaos, trabajad cada día con las virtudes divinas: el amor, la sabiduría, la verdad, la bondad, la justicia8 que son semillas que sembraréis en vuestro camino, y al final de este camino, os espera la plenitud de la vida, la resurrección.

5“Buscad el Reino de Dios y su Justicia”, Parte III, cap. 3: “La oración”.

6“Sois dioses”, Parte IV, cap. 1, I: “La ley de causa y de consecuencias”.

7“Sois dioses”, Parte IV, cap. 1: “Leyes de la naturaleza y leyes morales”.

8“Sois dioses”, Parte VII, cap. 2, I: “El plexo solar y el cerebro”.

IV

CIENCIA Y RELIGIÓN

Desde hace siglos, en Occidente, asistimos a combates que sin cesar se libran entre la religión y la ciencia. Durante mucho tiempo, la religión ha sido suficientemente poderosa para conseguir la victoria; era ella quien dictaba su ley hasta el punto de condenar ciertos descubrimientos bajo el pretexto de que contradecían los textos bíblicos o los dogmas de la Iglesia. Y la persona audaz que, por ejemplo, ponía en duda que Dios hubiese creado el mundo en seis días, o pretendiera que la tierra girara alrededor del sol, se arriesgaba a terminar en la hoguera. Después, poco a poco, la situación se invirtió: conforme a sus progresos, la ciencia adquirió preponderancia y se vengó de la situación anterior llegando a ridiculizar a la religión, que se vio obligada a batirse en retirada. Ahora todo el mundo reconoce que la religión ha perdido su influencia, algunos evidentemente lo lamentan, mientras que otros se alegran por ello. Pero lamentarlo o alegrarse no es lo que dará respuesta a los problemas que atormentan a los hombres.

Para simplificar, digamos que la ciencia concierne al mundo visible, la religión al mundo invisible; la incomprensión que existe entre los hombres de ciencia y los hombres de fe, viene del hecho de que unos fundan sus certezas sobre una realidad visible, objetiva y los otros, sobre una realidad invisible, subjetiva. Pero unos y otros tienen un punto de vista incompleto, puesto que cada uno por su cuenta tiene tendencia a privilegiar un aspecto en detrimento de otro.

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