Omraam Mikhaël Aïvanhov - La fé que mueve montañas
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Aquellos que leen la parábola de Jesús se sienten sorprendidos, sobre todo, por la desproporción que existe entre la altura de la montaña y la de la semilla, porque una montaña es enorme y un grano de mostaza es minúsculo, y puesto que se detienen ahí, no pueden interpretar correctamente esta parábola. Para interpretarla correctamente, es preciso, en primer lugar, reflexionar sobre la naturaleza y las propiedades de la semilla. Si el hombre cuya fe tuviera solamente el grosor de un grano de mostaza, pudiera un día mover montañas, es porque este grano, una vez sembrado en su corazón, en su alma, crece y se desarrolla. Cuando se convierte en un árbol, los pájaros del cielo, es decir, todas las entidades luminosas del mundo invisible vienen a habitarle. Y estas entidades no llegan con las manos vacías, traen regalos del Cielo: la sabiduría, el amor, la pureza, la paz, la fuerza... y gracias a estos regalos, el hombre adquiere, poco a poco, el poder de mover montañas.
Para un cristiano es esencial comprender lo que quería decir Jesús cuando hablaba de esta fe capaz de mover montañas. Si no, nos contentamos con repetir palabras vacías de sentido. Como también lo fueron las palabras del Sermón de la montaña: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto...” El ser humano es tan débil, tan vacilante. ¿Cómo podrá desplazar una montaña? Y teniendo tantas lagunas, tantos defectos, ¿cómo conseguirá la perfección de su Padre celestial? No es posible. Y entonces, por incomprensión, por negligencia, por pereza, sí, sobre todo por pereza, dejamos de lado la quintaesencia de la enseñanza de Cristo.4 ¡Es tanto más fácil insistir sobre las debilidades y las imperfecciones humanas imaginando así, según dicen, dar pruebas de lucidez, de razón, de modestia! Pero Jesús no tenía esta modestia, tenía las más altas ambiciones para el ser humano creado a imagen de Dios: si el ser humano lo desea, si hace esfuerzos, un día conseguirá la perfección de su Padre celestial. Y si tiene fe, conseguirá mover montañas, es decir, que todos los poderes le serán dados, pero en primer lugar poderes sobre sí mismo.
La fe es pues comparable a una semilla que hay que sembrar, pero evidentemente, no se trata de cualquier semilla. Esta semilla que se convertirá en un árbol en el cual los pájaros del cielo vendrán a habitar, no es tan fácil de reconocer; y por el contrario, ¡es muy fácil confundirla con las semillas de creencias y de supersticiones de todas clases! He aquí porqué los cristianos todavía no han movido muchas montañas. Así pues, lo primero que hay que hacer, es aprender a reconocer esta semilla que es la fe.
3“Sois dioses”, Parte IV, cap. 2: “La reencarnación”, I: “La enseñanza de los Evangelios”.
4“Sois dioses”, Parte I, cap. 1: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”, y Parte, cap. 3: “De la semilla al árbol”.
III
FE Y CREENCIA
Un día, un cura dirigiéndose a sus feligreses que en su mayoría eran ricos, les dijo: “Hermanos, cómo podéis ver, nuestra iglesia es vieja y necesita ser restaurada; pero como ello cuesta mucho dinero, deberíamos pensar qué podemos hacer...” Los feligreses contestaron al unísono, que rogarían a Dios para que les ayudara a encontrar el dinero necesario. “¿Cómo? – dijo el cura indignado –, sois multimillonarios y, ¿queréis molestar al Señor para obtener una suma de dinero que os es tan fácil de conseguir por vosotros mismos?”
Pues bien, esto es a lo que muchos creyentes llaman fe: reclaman la intervención divina para arreglar sus asuntos, cuando ellos podrían desenvolverse muy bien solos si se decidieran a hacer lo que es preciso. Cuando los humanos son un poco altruistas, rezan por la paz en el mundo, para que haya menos desgraciados... Pero sobre todo, cuentan con el Señor para asegurar su bienestar, su comodidad, su seguridad. Alguien va de vacaciones, una oración: “Señor, guarda mi casa...” Pero he aquí que a la vuelta, descubre que la casa ha sido “visitada”. Entonces se enfurece y se pregunta porqué el Señor no se quedó allí, fiel en su sitio, vigilando. Pues sí, el Señor es un portero, debe vigilar la casa mientras que él, “el dueño”, se pasea...
Diréis: “¿Pero acaso la oración no es una expresión de nuestra fe?... ¿No hay que rezar?...” Sí, hay que rezar. Pero rezar no consiste en dirigir reclamaciones al Señor.5 El Señor nos ha dado todos los medios materiales y espirituales para cubrir nuestras necesidades, e incluso las de los demás, y la oración sólo nos debe servir para elevarnos a fin de encontrar estos medios. Hace ya tiempo que Dios hizo su “trabajo”, si se puede decir así; no es Él quien ahora debe procurarnos lo que nos falta, nos corresponde a nosotros buscarlo. ¿De qué sirve rogarle que nos dé salud o el afecto de los demás, si seguimos llevando una vida que nos enferma o nos vuelve antipáticos? Y ¿de qué sirve rezar por la paz si continuamos transportando en nosotros mismos verdaderos campos de batalla?...
Es cierto que la oración es una manifestación de la fe, pero la fe debe ser comprendida como esta fuerza que empuja al hombre a ir más allá, a superarse. Sólo que hay una fe inspirada por el esfuerzo, la actividad, y una fe inspirada por la pereza. ¡Cuánta gente llama fe a lo que en realidad no es más que una creencia o incluso una confusión!
Para justificar sus torpezas, sus errores, sus fracasos, alguien os dice: “Ah, pero yo creía que...” Pues si, creía, creía, pero creer sólo ha servido para extraviarle. Y lo más grave, es que este “creyente” seguirá creyendo... y perdiéndose. ¿Hasta cuando? Hasta que aprenda a sustituir sus creencias por la fe, la verdadera fe, la que está fundada en un saber. Instintivamente sentimos la diferencia entre creencia y fe puesto que llegamos a decir: “Yo creo” cuando expresamos una incertidumbre. Cuando decimos: “Creo que vendrá mañana”, en realidad no estamos muy seguros de ello, es una creencia. Y la pregunta: “¿Creéis que...?” significa que exploramos un terreno desconocido. Trabajar sobre lo conocido, o sea, sobre un terreno donde hemos adquirido una larga experiencia gracias a un trabajo pacientemente realizado, esto es verdaderamente la fe.
Tomemos un ejemplo muy sencillo. Un jardinero posee diferentes semillas: las siembra y puede decir, sin temor a equivocarse, que aquí aparecerán lechugas, allá rábanos, etc. Y esto puede verificarse puesto que se trata de un saber fundado en el estudio y la experiencia. Así pues, en sus creencias, muchas personas son como el jardinero que espera cosechar sin haber sembrado nada, o que siembra semillas de zanahorias pensando que verá crecer puerros. Esperan cosas irrealizables porque no poseen ni sabiduría ni experiencia. Sólo podemos recolectar lo que hemos sembrado. Entonces sí, podemos tener fe. Ved como, de nuevo, volvemos a encontrar esta imagen de la semilla utilizada por Jesús en la parábola del grano de mostaza.
No hay pues que hacerse ilusiones. Si encontramos fracasos en lugar de los éxitos esperados, es que no hemos sembrado nada, o no hemos sabido sembrar las buenas semillas. Esto puede comprobarse en todos los ámbitos, incluso en el de la religión. Muchos dicen ser creyentes, espiritualistas, pero cuando vemos en qué condiciones se debaten, uno se pregunta qué es lo que han comprendido. ¿Cómo podemos ayudarles? Sería un progreso si pudieran admitir que se equivocan, que todavía no saben lo que es verdaderamente la fe. En lugar de esto, se indignarán, replicarán con viveza diciéndoos a qué religión pertenecen, en lo que creen; enumerarán las oraciones que recitan, las ceremonias a las que asisten, etc... ¿cómo podéis dudar de su fe? He aquí gente desgraciada, enferma, murmuradora, celosa, agriada; envenenan su vida y la de su alrededor pero, ¡tienen fe!
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