Entre 1868 y 1876 murieron Merino, Laso y Montero. Respecto de la situación de la plástica en este momento, Stastny asegura que “la obra de Laso y de Merino despertará admiradores y seguidores de segundo orden en la pintura peruana de la segunda mitad del siglo xix”, e identifica entre ellos a Montero (Stastny, 1967, p. 54). Majluf, por el contrario, se refiere a los tres y afirma que ninguno de ellos tuvo seguidores. Señala que la Academia de Dibujo dejó de funcionar por carecer de sustento, y que en la década de 1870, por iniciativa del crítico y pintor aficionado Federico Torrico, se fundaron la Sociedad de Bellas Artes y una Escuela Municipal de Pintura, pero todo se frustró por el estallido de la guerra del Pacífico (Majluf, 2001, p. 133).
El gusto imperante en el medio peruano era europeizante. Esto se desprende de la propia formación de los artistas y de los envíos de obras que realizaban, en las que predominan los temas literarios y heroicos, reconstrucciones arqueológicas y personajes sin relación con lo peruano, salvo en el caso de Laso; asimismo, los fondos tampoco correspondían al paisaje del país. Por otro lado, la burguesía peruana tenía por costumbre encargar obras a Europa o incluso traer a sus pintores “como Drexel, Gras y Monvoisin” (Mujica, 2006, p. 178). La carencia de galerías de arte para que los artistas exhiban sus obras los obligaba a aprovechar algún local comercial; muy pocas veces se organizaron exposiciones de arte. La crítica de arte tampoco fue practicada de manera sistemática, salvo por algunos artículos que aparecieron en revistas.
La costumbre de realizar el viaje a Europa para complementar la formación académica de los jóvenes pintores perduró hasta la fundación de la Escuela de Bellas Artes, entre 1918 y 1919. Así, en los periodos de la inmediata posguerra y de la reconstrucción, la segunda generación de artistas académicos también pasó la mayor parte de su vida en Europa, intentando integrarse en los circuitos oficiales. Es recién hacia fines del siglo xix cuando, poco a poco, se comenzó a desarrollar una pintura histórica que promovió sobre todo temas vinculados con la guerra del Pacífico y los retratos de los héroes. Destacan José Effio (1840?-c. 1917) y Juan B. Lepiani (1864-1933), cuyas obras son un poco más tardías. Lepiani realizó grandes composiciones que representan episodios de la guerra del Pacífico; mientras que Effio hizo pintura de género e histórica; se dedicó a la copia de láminas europeas y de cuadros históricos, incluyendo los de Lepiani, y también practicó una pintura costumbrista, de carácter muy personal.
CAPÍTULO 2
La presencia italiana en el siglo XIX
2.1 La migración italiana en el siglo xix
La llegada de italianos al Perú está documentada desde la conquista. Durante el último cuarto del siglo xvi, tres italianos sentaron las bases de lo que más adelante será la pintura peruana virreinal, ellos fueron el hermano jesuita Bernardo Bitti, Mateo Pérez de Alesio y Angelino Medoro22. Es cierto que no llegaron tantos como sucedió en otras zonas, debido en parte al control que limitó la inmigración de no españoles, sobre todo bajo el reinado de Felipe II. Pero “a fines del siglo xvi e inicios del xvii, existió en la Ciudad de los Reyes un núcleo de gente originaria de distintos lugares de la península itálica” (Radicati, 1984, p. 33). La mayoría de migrantes italianos que llegó al Perú en este periodo tuvo una condición económica acomodada, por lo que logró consolidarse socialmente a lo largo del periodo virreinal. Se dedicó a diversas actividades destacadas23 , como el establecimiento de negocios de navegación para el transporte de pasajeros y mercadería, así como empresas comerciales, no obstante que entre el siglo xvii y parte del xviii predominó una actitud de vigilancia sobre el funcionamiento de dichas empresas. Fue durante los primeros años del siglo xix, pero fundamentalmente después de la independencia del Perú en 1821, cuando se eliminaron las trabas coloniales y gente de diversos países comenzó llegar a las costas del Pacífico sur, especialmente a los puertos del Callao y Valparaíso. Aunque, según Leonardini (1998), en las primeras décadas del siglo “no se facilita el ingreso a los extranjeros debido a la depresión económica y al desorden político” (p. 68).
Es importante recordar que durante el siglo xix se produjo una diáspora italiana hacia toda América producto de diversos factores, entre los que figuran principalmente los problemas internos derivados del proceso de unificación en un Estado nación, conocido como Il Risorgimento; y, a consecuencia de lo anterior, las transformaciones económicas que se dieron tanto en el norte como en el sur de la península que afectaron la propiedad de la tierra e incrementaron las condiciones generales de pobreza de la masa de la población. También están los aportes de la Revolución Industrial y la invención de la máquina de vapor, cuya aplicación en la mejora de los medios de transporte contribuyó al desarrollo del barco de vapor y permitió que los viajes fueran más cortos, si se comparan con los realizados antes. En términos generales, el migrante italiano que llegó a América durante el siglo xix era campesino y obrero y estuvo incitado por la crisis política y económica que afectó la península. Solo unos pocos llegaron buscando aventura.
El auge de la inmigración italiana24 al Perú se dio hacia 1840 con el boom del guano, cuando el país se convirtió en el mayor exportador mundial de este fertilizante que se utilizaba para aumentar la producción agrícola en Europa. Según los estudios de Bonfiglio (1994)25, los italianos ocuparon el primer lugar en cuanto a origen nacional de inmigración europea. Para el caso peruano, los factores que impulsaron a los italianos a emprender el largo viaje fueron varios, entre los que destacan la búsqueda de mejores condiciones de vida, el interés por hacer fortuna, la atracción por lo cultural y la expulsión o huida ligada al movimiento Il Risorgimento que estremecía Italia. Finalmente, también está el interés científico por conocer el nuevo territorio; es el caso de Antonio Raimondi, quien llegó en 1849, recorrió el Perú y estudió su geografía, su flora y fauna, historia, etnografía y folclore. Publicó El Perú, donde trató de explicar la amplia riqueza del país para así crear un sentido unitario de lo peruano. A mediados de la década de 1860 había italianos muy ricos y trabajadores, y para 187626 ya eran más de 7000. Se establecieron sobre todo en las ciudades de Lima y Tacna y en el puerto del Callao, formando las tres principales colonias italianas en el país.
El fin del boom de la explotación del guano y luego el inicio de la guerra del Pacífico fueron condiciones adversas para la colonia italiana. Está documentada la participación de muchos italianos en esta guerra; ellos se hermanaron con los peruanos en contra del enemigo que buscaba apropiarse de las riquezas del país. Ante la inminente llegada de las tropas chilenas a Lima, permanecieron en la ciudad y la defendieron como bomberos voluntarios en las compañías Roma N° 2 e Italia N° 5 en el Callao, y Garibaldi N° 6 en Chorrillos, todas ellas fundadas por italianos. Luego de la guerra el flujo migratorio se niveló; los inmigrantes que llegaban eran, en su mayoría, parientes de los que ya estaban establecidos en el país.
El italiano era muy trabajador y llegó a estas tierras a forjarse un porvenir, llamado por un familiar o por un paisano, y no se dedicó a la agricultura sino al comercio y la pequeña empresa. Podía comenzar a trabajar como ayudante en una tienda o abrir un pequeño negocio y luego, con el producto de sus ahorros, formaba uno mayor o adquiría un fundo27, dejando el anterior a un familiar recién llegado o vendiéndoselo a un paisano que se iniciaba. Se desarrolló un proceso de cadenas migratorias de tipo familiar, y una movilidad ocupacional como rasgo característico de este grupo que generó un rápido ascenso económico ya desde la década de 1860.
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