Emma Patricia Victorio Cánovas - El Perú Ilustrado. Semanario para las familias

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A mediados del siglo XIX, gracias a la invención de la fotografía y al desarrollo de la litografía, surgieron diarios, periódicos y revistas con ilustraciones que ocuparon un lugar importante en el impreso. El ejemplo más representativo es el semanario El Perú Ilustrado.En el libro El Perú Ilustrado. Semanario para las familias. Litografías y cultura visual en la posguerra (1887-1892), de Emma Patricia Victorio Cánovas, se investigan los argumentos que configuraron nuestra peruanidad a través de textos e imágenes que generaron sentimientos de pertenencia e identidad durante el periodo de posguerra. Además, los temas orientaban la comprensión del mensaje y el sentimiento del orgullo patrio, reivindicativo de una gran nación.Asimismo, la imagen publicitaria complementaba el discurso de recuperación de la autoestima presente en el semanario, y mostraba una sociedad en plena capacidad de satisfacer nuevas necesidades, asociadas al bienestar y a la idea de progreso de un país que buscaba conocerse.

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1.3 Aspectos culturales

Frente a la tragedia de la derrota, la producción intelectual del civilismo reconoció la falta de integración nacional y concluyó en la necesidad de integrar físicamente las regiones. La tarea fue la constitución de un Estado nación, lo que suponía una clase dominante, políticamente aglutinada, capaz de organizar la economía y la sociedad mediante la centralización estatal.

En este periodo apareció un nuevo tipo de intelectual positivista, promotor del conocimiento sustentado en la experiencia empírica, representado por el profesional (médico, geógrafo, economista, sociólogo, entre otros) y caracterizado por su gran sentido práctico. Manuel González Prada (1844-1918), iconoclasta y anarquista, personifica a este nuevo tipo de intelectual. Estuvo influenciado por el romanticismo, que enaltece el espíritu, condición fundamental para la reforma de la sociedad; y por la modernidad, al tratarse de un pensador autónomo, capacitado por el conocimiento y comprometido con el ideal liberador (Ward, 2009, pp. 54 y 89). Propuso que para alcanzar la democratización y la compactación del conglomerado peruano era necesario revolucionar la sociedad y la política del país; además, criticó a las generaciones pasadas que llevaron al Perú a una guerra inútil y “sostiene que el medio nacional está enfermo y urge corregirlo con una inyección de cultura francesa […], modelo para el progreso” (Ward, 2009, p. 55) y planteó la lectura de libros extranjeros como fuente de inspiración para mejorar el medio nacional.

En 1888 dio dos discursos memorables, uno en el Teatro Politeama donde “lanzó su famosa arenga diciendo que el verdadero Perú no era la estrecha costa poblada de criollos y extranjeros, sino la muchedumbre de indios tras la cordillera” (Contreras y Cueto, 2000, pp. 170-172), y el otro en el Teatro Olimpo. En ambos condenaba a los culpables de la guerra. A la vez, reconoció la importancia del indígena como parte fundamental de la nación, pero no así al quechua ni al pasado incaico, y rechazó la herencia hispana de la cultura peruana.

González Prada organizó el Círculo Literario, en el que se discutían temas diversos; no solo literarios, sino también políticos y económicos. En 1891 lo convirtió en el partido político llamado La Unión Nacional, rescatando algunas ideas civilistas, como la inmigración europea como un medio para “mejorar la raza”, pero luego de su permanencia en Europa el partido pasó a ser radical, antioligárquico y populista.

Clorinda Matto de Turner (1852-1909) es otra representante notable de la nueva intelectualidad por iniciar el indigenismo en la literatura, que en parte se había gestado ya en los autores civilistas de antes de la guerra. Con su novela Aves sin nido denunció la terrible situación de los indígenas en la sierra. “El indigenismo se convirtió en el lenguaje de los genuinos círculos intelectuales surgidos después de 1890” (Gootenberg, 1998, p. 263). Matto también vio en la escritura un medio para la transformación de la sociedad. Comenzó su carrera dentro del romanticismo y derivó hacia el naturalismo. Como afirma Ward (2009, p. 75), la literatura para ella tiene una función dual: racional y emotiva; realiza el estudio de los valores y propone una moral, su meta es el mejoramiento de las costumbres. Escribió muchos ensayos, artículos y semblanzas que no han sido muy difundidos. Es interesante la comparación que planteó entre la novela y la fotografía al afirmar la capacidad de ambas por reflejar la realidad. Fue directora de El Perú Ilustrado desde octubre de 1889 hasta julio de 1891.

Matto de Turner y González Prada desempeñaron un rol muy importante en la posguerra. Cabe señalar que el renacimiento del indigenismo en Lima y otras ciudades también fue una respuesta a los levantamientos campesinos, entre ellos el de Atusparia y el de Junín. La actividad cultural es amplia por estos años y se refleja especialmente en el interés por el conocimiento del territorio peruano, que se hace evidente a partir de la fundación de la Sociedad Geográfica de Lima en 1888, ente promotor del nacionalismo científico; y a través de la reconstrucción de la Escuela de Ingenieros.

De esta época destacan también, entre otros nombres, Javier Prado Ugarteche, filósofo, político y escritor e hijo del expresidente; Mariano H. Cornejo y Carlos Lissón, sociólogos; Manuel Vicente Villarán, profesor de derecho; José Matías Manzanilla, abogado y legislador; José Arnaldo Márquez; y las escritoras de novelas sociales Mercedes Cabello de Carbonera y Margarita Práxedes Muñoz. Todos ellos compartían la doctrina positivista y racionalista, criticaban duramente la guerra, las prácticas tradicionales de la iglesia y el pasado hispánico, pero “eran optimistas respecto al futuro, al que concebían dirigido por una elite progresista e ilustrada” (Klarén, 2004, p. 250).

1.3.1 La plástica

Durante la segunda mitad del siglo xix, el desarrollo artístico del Perú estuvo marcado por el arte académico europeo siguiendo los modelos de la Escuela de Bellas Artes de París. Para comprender la importancia de esta influencia es necesario anotar que la formación de los artistas comenzaba muy temprano con algún maestro que daba clases particulares, luego el joven aprendiz podía asistir a la Academia de Dibujo y Pintura20, dirigida por el quiteño Javier Cortés desde 1827. Para completar su formación era requisito realizar el viaje a Europa, y así los pocos artistas locales que llegaron a los centros de estudio en Francia, Italia y España aprendieron a expresarse en el lenguaje artístico de sus maestros europeos. El conjunto de sus obras se conoce como la pintura de salón, es decir, obras de temática histórica y de técnica conservadora, que se aceptaba en los salones parisinos. Se trató de una pintura académica que, en general, se puede ubicar entre el clasicismo y el romanticismo.

Muy pocos artistas regresaban para quedarse en el Perú. Ellos formaron parte de una élite intelectual de la nación. De este grupo sobresalen Ignacio Merino (1817-1876), Francisco Laso (1823-1869) y Luis Montero (1826-1869), quienes constituyen la primera generación de pintores académicos.

Ignacio Merino pasó gran parte de su vida en Europa, donde se formó como artista. Vivió en Lima entre 1838 y 1850, periodo en el que fue profesor y asumió la dirección de la Academia de Dibujo y Pintura a la muerte de Cortés, en 1839. Su obra destaca por el dominio técnico y el equilibrado manejo de la composición. Se orientó hacia el romanticismo y prefirió la temática histórica, anecdótica y literaria. Realizó algunas obras que reflejan tímidamente un carácter costumbrista, como La jarana, pintada entre 1850 y 1855.

Luis Montero se formó en Italia y se dedicó a los retratos y a la pintura de género. Su obra Los funerales de Atahualpa21 destaca por la presencia temprana de un tema propio de la historia nacional, pero los personajes indígenas no se ajustan a la realidad física, pues las coyas recuerdan a las matronas italianas, y el inca yacente, único personaje indígena masculino, presenta bigote.

El más interesante de los artistas mencionados es, sin duda, Francisco Laso, considerado

probablemente el primer pintor peruano. En un estricto sentido cronológico, lo es por pertenecer a una generación nacida con la independencia, que tuvo entre sus manos la ruptura definitiva con el arte colonial. En un sentido más amplio, se reconoce su papel fundador y pionero en la creación de una iconografía nacional. Pero quizá menos evidente, Laso fue también uno de los pocos artistas peruanos que asumieron la pintura como una actividad intelectual (Majluf, 2003, p. 13).

Laso regresó al Perú y recorrió el sur, principalmente Cusco y Puno. Impresionado por esa experiencia, desarrolló un estilo propio que reflejó un temprano interés por lo peruano, un arte comprometido y de denuncia velada de las desigualdades de su sociedad. El habitante de la cordillera (1855) es su obra más notable. En ella representó al indígena con “la intención alegórica de indicar el estado de sujeción de la población nativa” (Stastny, 1969, s. n.). Fue pintada en París y recibió críticas favorables. Laso fue un artista muy minucioso; prueba de ello son los numerosos bosquejos que explican el proceso de creación de cada una de sus obras. También fue un artista moderno que aprovechó los avances tecnológicos del momento, ya que utilizó la fotografía para construir sus composiciones. Aunque realizó dos viajes más a Europa, volvió al país y se dedicó sobre todo a la vida pública.

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