Roberto Aguado Romo - La Emoción decide y la Razón justifica

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La Emoción decide y la Razón justifica: краткое содержание, описание и аннотация

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Este libro es quizás la forma más precisa de sintetizar los conocimientos científicos sobre los motores que intervienen en nuestro comportamiento. Con esta afirmación se manifiesta sin complejos que nuestra esencia está más cerca del sentir que del pensar.
Se sitúa a la persona como elemento esencial de la motivación científica y lo ofrecemos novelando historias reales como espejo que muestra todos los ángulos que nos arrastran al sufrimiento o nos elevan a la satisfacción.

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Y salió de la habitación, andando con sus zapatones de la manera más natural que pudo.

Según salía Pedro de la habitación, Félix le miro y sonrió, verle andar con esos zapatones, la peluca y la nariz en la mano era una situación un tanto grotesca y esperpéntica. Pedro sintió vergüenza, estar vestido de payaso nunca le había dado vergüenza, pero estar medio vestido es como si estuviera desnudo, abrió la puerta y mirando a Félix también sonrió. Fue como un sello que garantizaba un vínculo entre ambos.

Nada más salir de la habitación, con la sensación de haber conseguido abrir el hermetismo de Félix y, a la vez, de haberse desnudado por primera vez en muchos años, se dirigió al vestuario, se cambió lo que le quedaba de payaso y se vistió de Pedro, dirigiéndose al control de la planta. En él se encontraba Elvira, una enfermera con mucha experiencia en traumatología.

– Hola, Elvira –saludó Pedro–. ¿Me puedes localizar a Natalia o a Marta?

– Ahora mismo las llamo por el busca, ¿las esperas en el OCS?

– Bien, muchas gracias, Elvira. Allí las espero.

Pedro se dirigió hacia el OCS (Office of Clinician Support), que es la Oficina de Apoyo Médico, un lugar seguro, diseñado para hablar, para proporcionar un canal de comunicación entre los facultativos. En este lugar es habitual realizar reuniones clínicas y, también, compartir confidencias personales, se diseñó para estos menesteres.

Pedro conocía desde hacía muchos años a Natalia, que es psicóloga clínica y lleva en el hospital seis años, es una profesional que sabe trabajar en equipo y está muy especializada en el tratamiento del dolor. Marta es la psiquiatra que realiza las interconsultas del hospital y trabaja con aquellos pacientes que necesitan de una intervención con psicofármacos. Ambas habían visitado a Félix en un par de ocasiones, pero no habían conseguido un vínculo terapéutico. Pedro sabía que tenía que transmitirles su conversación con Félix y que, además, tenía que referirles que no había intervenido como payaso y sí como psicólogo.

Pedro tomaba un café, se encontraba muy nervioso, amaba desde hacía mucho tiempo a Natalia, pero en los últimos cuatro años era la primera vez que estaría delante de ella sin estar vestido de Escarabajo. Se abrió la puerta del OCS y entraron Natalia y Marta.

– ¡Oh, qué sorpresa, hoy no tenemos a Escarabajo! –dijo Marta mirando a Natalia–. ¿Qué nos cuentas, Pedro?

– Hola, Natalia y Marta –saludó Pedro con una sonrisa–. He estado visitando a Félix como payaso pero, en mitad de la conversación, me he dado cuenta de que el simbolismo de la felicidad no siempre es la mejor manera de llegar a un paciente y menos si éste tiene 53 años y un perfil de personalidad como el de Félix.

– Bien, cuéntanos –murmuró Natalia impaciente.

– Félix es una persona con una pérdida temprana muy importante, sus padres fallecieron en un accidente de tráfico cuando él tenía 14 años. A partir de ahí, ha tenido tanto miedo de volver a unirse a alguien que no ha permitido que nadie le diga lo que tiene que hacer. Es maquinista de trenes y, en este momento, vive solo, tiene un hijo de 20 años al que no ve desde que se separó y, aunque tiene amigos, nadie que le eche en falta porque no aparezca unas semanas. Es aventurero, habitualmente viaja en su moto cuando no va en su tren; es como si, mientras se mueve, fuese libre. La sensación de permanecer en un lugar le devuelve al dolor que sintió ante la pérdida de sus padres.

– Buen trabajo, Pedro –señaló Marta–. ¿Crees que tenemos que medicarle?

– Me gustaría intentar seguir hablando con él, en muy poco tiempo me ha dicho cosas muy íntimas, se ha abierto, creo que podemos ayudarle con psicoterapia mientras esté en el hospital. Quería pediros permiso, yo sé que en este hospital mi ocupación no es quitarle los pacientes a Natalia.

– Por mí no hay ningún problema, Pedro –dijo Natalia–. La suerte es que nuestro payaso es psicólogo y, como dices, hay personas a las que la alegría, el absurdo y el pensamiento mágico les ayuda mucho, para eso está el payaso; sin embargo, hay otros pacientes que necesitan hablar de persona a persona y creo que tú has conseguido, quitándote la máscara, que él se pueda quitar parte de la suya. La pregunta que me surge es si otros payasos, no siendo psicólogos como lo eres tú, se involucrarían en algún momento con los pacientes de la misma manera que lo has hecho tú.

Se notaba que a Natalia no la hacía mucha gracia que se metieran en su territorio y, sobre todo, le dolía que algunas personas crean que pueden hacer psicoterapia desde cualquier territorio o profesión. Nadie, si no es médico, manda medicinas, pero, ¿cuántas personas sin ser psicólogos hacen psicoterapia? Aunque ellos lo llamen de otra forma.

Pedro sonrió a Natalia, sabía que se había pasado de sus funciones, pero estaba seguro de que si se volviera a producir la misma situación haría lo mismo. En realidad, Félix no se abrió con ellas dos y él lo había conseguido, no respetó del todo sus labores pero, en estos casos, los límites están para superarlos, siempre que el fin y los medios que se utilicen sean honestos.

– Bueno –dijo Marta–, pues a trabajar, que todavía me quedan unos cuantos pacientes que ver. Gracias por la ayuda, Pedro, nos vas diciendo. Natalia, te veo luego.

Natalia y Pedro se quedaron en el OCS solos. Entre ellos había algo más que amistad y la pequeña reprimenda estaba más condimentada por sus sentimientos hacia Pedro, que por la importancia de que en este caso ella no hubiese podido llegar a un paciente y Pedro sí.

Ambos estudiaron en la misma facultad. Natalia siempre fue un curso por delante; Pedro, en los primeros dos años de carrera no se dedicó mucho al estudio, estaba más encandilado por el teatro y el circo, de hecho, su proyecto como payaso surgió en segundo de carrera, curiosamente, a partir de ese momento no suspendió ninguna asignatura. Pedro tiene un año más que Natalia, en unos meses cumplirá treinta y cuatro, vive solo en un estudio de Madrid y no ha vuelto a tener ninguna relación seria desde que Natalia abandonó el piso en el que vivían juntos. A partir de ese momento solo se han visto en los pasillos del hospital, reuniones, pero no habían estado solos frente a frente en los últimos cuatro años. Natalia se fue sin decir los motivos, es como esa canción de Félix Crespo que canta María Aguado y que tiene por título “No por nada”, algunos de sus versos dicen:

Me escondí en mi pasión, como en una prisión,

condenada por quererte así,

sin tener que pensar, sin buscarme un disfraz

que me aparte de ti…

Un regalo tu voz, en tu boca un adiós

y en mi ser tu mirada…

No era noche de amor, me dijiste que no por nada,

si calla mi guitarra, solo se me escucha llorar,

no era noche de nada, no, por nada…

Siempre que se han visto, Pedro se ha preguntado por qué Natalia se fue, es todo un misterio, lo que sí sabe es que, a partir de ese momento, ninguno de los dos han vuelto a tener una relación que dure más de un par de semanas. Tras irse Natalia, Pedro se quedó en esa casa sin salir varios días y el día que salió, lo hizo vestido de payaso, ahí nació Escarabajo. Lo primero que hizo Escarabajo fue ir al hospital donde trabajaba Natalia. No fue difícil que lo admitieran, él no cobra por ese trabajo, es un voluntario más, que dedica dos horas tres veces a la semana. Cuando Natalia le vio aparecer se alegró mucho, aunque nunca se lo dijo, y ahora estaban solos, como si Félix hubiese sido la excusa para que estuvieran allí. Marta, que sabía la historia los había dejado solos, todo cuadraba.

– ¿Qué tal estas? –preguntó Pedro.

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