Luis Carlos Villamil Jiménez - Viruela en Colombia

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Los hechos y personajes que lideraron la lucha contra la viruela en Colombia constituyen el aspecto central de este escrito. Temas como el cordón sanitario, el degredo, la variolización y la vacunación brazo a brazo, que se practicó desde 1804 con la llegada de la vacuna al país, son medidas que proceden de España; luego, se habla de la producción de la vacuna colombiana preparada en terneras en el laboratorio central, denominado Parque de Vacunación, donde además de eliminar los efectos adversos del brazo a brazo y se inició el desarrollo de protocolos que permitieron la obtención de una excelente vacuna, que sería utilizada en la prevención, el control y la erradicación temprana de la viruela en nuestro país.

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Como lección de esta historia no se podría desconocer que, así como en 1518 la viruela diezmó la población azteca al producir más de 7 millones de muertos, en tiempos contemporáneos las enfermedades reemergentes, las amenazas por bioterrorismo, las tensiones geopolíticas y los intereses económicos ponen en riesgo la soberanía y la seguridad sanitaria de las naciones, lo que constituye una prioridad para nuestros países. Esto nos lleva, primero, a reconocer nuestras capacidades —de lo que hemos sido y de lo que somos capaces—, y, segundo, a desarrollar e implementar políticas que permitan fortalecer nuestras competencias para responder a las verdaderas prioridades de la salud pública. Un nuevo parque de vacunación en Colombia sigue siendo una tarea pendiente.

Con una impecable edición, la Sociedad Colombiana de Historia de la Medicina y la Editorial de la Universidad de la Salle presentan a la comunidad científica esta obra dentro de la Colección Historia de la Medicina y la Salud Pública en Colombia. Dichas instituciones nos invitan a redescubrir el pasado a través de la visión crítica de reconocidos profesores de epidemiología, virología e historia de la salud pública. Además, con esta obra se rinde un homenaje a Jorge Lleras Parra, médico veterinario graduado en la primera escuela de veterinaria en el país fundada por el doctor Claude Véricel, y se reconoce la meritoria labor del Parque de Vacunación, convertido en el Laboratorio Lleras Parra, y después en el Instituto Nacional de Salud.

Tengo la convicción de que la lectura de este libro constituirá una importante experiencia para el estudiante universitario, el investigador y el profesor de epidemiología y salud pública, pues es un deber de la universidad colombiana conservar la memoria histórica y llevar a la posteridad las invenciones desarrolladas mediante la investigación de los personajes de la salud pública.

HERNANDO NIETO ENCISO MD, MSc.

Expresidente de la Asociación Colombiana de Salud Pública

Miembro activo de la Sociedad Colombiana

de Historia de la Medicina

Notas

1Comunicación interna entre el doctor Esparza y el doctor Sotomayor a través de correo electrónico.

Introducción

LA VIRUELA, POR SU RÁPIDA difusión, alta letalidad y alianza constante con la guerra, el hambre y la pobreza, ocupó una posición relevante en la historia de la salud pública global: desplazó a la peste como azote de la humanidad, derrocó dinastías y facilitó la conquista del continente americano. Esta enfermedad era desconocida para los aborígenes americanos, hasta que fue introducida por los conquistadores españoles, lo que ocasionó epidemias catastróficas entre los indios, contribuyendo a la hecatombe poblacional que sufrió América en el siglo XVI (Esparza, 2000).

A su entrada al continente, en 1518, la viruela eliminó en Santo Domingo a un tercio de la comunidad indígena; en Jamaica, Cuba, Guatemala y Nueva España cobró la vida de más de la mitad de la población. Según el testimonio de Suárez de Peralta, fue de mucha ayuda para los españoles (Cordero del Campillo, 2001). En 1558, ocurrió la primera gran epidemia en la Nueva Granada, probablemente introducida por los esclavos traídos de La Española. Las epidemias periódicas asociadas a la pobreza, las precarias condiciones higiénicas, los frecuentes conflictos civiles, la actividad mercantil en los puertos, la presencia de viajeros infectados y la deficiencia de los servicios de salud, trazaron las rutas de la enfermedad que, por ríos y caminos, llegó a la capital y ocasionó una gran mortandad entre los indígenas (Soriano Lleras, 1966).

Hacia finales del siglo XVI, en ciertas regiones de Inglaterra, era común escuchar de las mujeres que se desempeñaban en las actividades de ordeño bovino que no sufrirían de viruela, ni sus caras estarían marcadas por las cicatrices de las pústulas por haber sufrido la enfermedad conocida como la viruela de las vacas. En mayo de 1796, se presentó un brote de viruela vacuna en el condado de Gloucester, en el que la ordeñadora Sarah Nelmes adquirió la enfermedad de la vaca Blossom (Bazin, 2000). El 14 de mismo mes, con la linfa de las lesiones de las manos de Sarah, el médico rural Edward Jenner inició sus experimentos inoculando al niño James Phipps, y así dio comienzo a la era de la vacunación (Weiss y Esparza, 2015).

Jenner denominó la materia que tenía la viruela de las vacas (cowpox) Variolae vaccinae, del latín vacca, de esta manera indicaba que debía ser de este animal la viruela que debía conferir protección cruzada contra la viruela humana (Weiss y Esparza, 2015). Esta alternativa para combatir la enfermedad resultaba una esperanza controvertida y apasionante; así, la época de la incertidumbre, las rogativas y las variolizaciones parecía superada: los vacunadores se convirtieron en protagonistas. De esta manera, con la adopción de la inoculación del cowpox (vacunación) para diferenciarla de la inoculación de la viruela (variolización) para la prevención de esta enfermedad, se comenzó a denominar a este procedimiento mundialmente vacuna y vacunación.

En Lombardía, el médico Luigi Sacco (1769-1836) encontró vacas con lesiones similares a las descritas por Jenner, de manera que replicó el experimento tomando material directamente de sus pústulas para iniciar la vacunación; así combatió una epidemia en la región y se convirtió en el director general de la vacunación en la República Cisalpina. Además, Sacco afirmaba que se podía obtener una vacuna con material cultivado en animales distintos a las vacas que presentaran formas similares de viruela como los caballos, las ovejas o las cabras (Tuells y Duro Torrijos, 2015).

En 1803, en vista de las frecuentes epidemias en el Nuevo Mundo, en especial en la Nueva Granada, Carlos IV apoyó la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, dirigida por Francisco Javier de Balmis y Berenguern y secundado por José Salvany Lleopart. Esta excursión contaba con un grupo de 22 niños expósitos, al cuidado de la enfermera Isabel Zendal Gómez, que sirvieron de vehículos de la Variolae vaccinae hacia los dominios americanos, filipinos y chinos. De este modo, Salvany ingresó al Nuevo Reino de Granada, Ecuador y al Virreinato del Perú para iniciar el primer programa global de salud pública en Suramérica.

Con la llegada de la linfa de la vacuna a la Nueva Granada, se extendió la vacunación brazo a brazo, logrando con este método miles de inoculaciones, sin embargo, ante la pérdida de la linfa vacunal traída por Balmis, se inició un proceso de importación de linfas de Francia e Inglaterra, lo que constituyó a la vacuna en un centro de interés para políticos, opositores de los diferentes gobiernos y para las iniciativas privadas con fines de lucro que tenían el fin de contar con licencias de producción, venta y aplicación de la vacuna.

Durante la segunda mitad del XIX, la Regeneración trajo consigo una interesante transformación de la investigación en el campo de la salud en Colombia, que en parte se vio reflejada en la creación de la Facultad de Medicina y Ciencias Naturales en la recién constituida Universidad Nacional de los Estados Unidos de Colombia (1867), en la que, posteriormente, con la llegada de Claude Véricel (doctor en Veterinaria de la Universidad de Lyon), se inició la formación de médicos veterinarios. Asimismo, se reforzó la investigación en salud animal y pública con la incorporación de la bacteriología en el análisis de laboratorio, lo que dio comienzo a una etapa de investigación interdisciplinaria —aun temprana de una sola salud— que abría nuevos caminos en la lucha contra las enfermedades y la producción de biológicos.

Respecto a la vacuna antivariolosa, para atender en forma centralizada su producción, la Junta Central de Higiene creó una institución especializada: el Parque de Vacunación, que funcionó durante un año en el hospital de la Escuela Veterinaria. El 11 de noviembre de 1897, con la dirección de Jorge Lleras Parra y la asistencia de Federico Lleras Acosta —médicos veterinarios discípulos de Claude Véricel—, se inició un programa sostenido para la producción del biológico empleando modelos animales; de esta manera, se produjo industrialmente la llamada vacuna animal, eliminando así la vacunación brazo a brazo.

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