Maurene Goo - Como en una canción de amor

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10:00 p. m.
Lucky es la estrella de K-pop del momento.
Con su voz de ángel, su peluca rosada y sus botas plateadas de infarto, acaba de hacer vibrar a todo Hong Kong al final de su exitosa gira por Asia. Y ahora está lista para conquistar el mundo: Estados Unidos la espera.
Pero en este momento… solo desea una cosa: una hamburguesa.
11:00 p.m.
Jack se cuela en un hotel elegante para conseguir una exclusiva para su trabajo secreto como paparazi.
Al salir, se cruza con una chica en pijama. Es bonita. Le resulta familiar. Captura su atención. Parece desorientada.
Es una chica desesperada por una hamburguesa.
12:00 a.m.
Nada volverá a ser lo mismo.
Vive un divertido romance de película de la mano de la autora de Creo en una cosa llamada amor.

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Ese era el problema. Seguía tan hambrienta como antes. Me deshice de mis sábanas y abrí la maleta. Me dejé la camiseta térmica puesta, pero me quité los pantalones del pijama y los cambié por unos jeans negros rasgados. También tomé mi gorra favorita de béisbol (una de color verde oliva que no llamaría jamás la atención). Mi peluca rosada estaba siendo custodiada por Ji-Yeon y ya lejos de mi cuero cabelludo… gracias a Dios. Así que me coloqué un tapado color beige claro y busqué mi calzado, pero no lo encontré por ningún lado.

–Nota para mí misma –murmuré–. Alguien me está robando los zapatos –busqué las pantuflas blancas del hotel debajo de la cama. Eso sería más que suficiente.

Estaba a punto de abrir la puerta y salir cuando recordé quién estaba allí fuera. ¡REN! Di un golpe a la puerta con el puño y caí de rodillas.

Luego, me enderecé. Mi cabello volvió a su posición. Yo era inteligente. Todo el mundo lo decía, incluso si solo era porque a mi sello discográfico se le había ocurrido decir que yo había estudiado en Harvard.

Ja… ja… ja.

Sí, está bien, había hecho el intento de ingresar en Harvard en mis épocas de almuerzos a base de patatas y mientras aprendía a hacer piruetas en el sentido contrario de las agujas del reloj.

Vamos. Piensa, Lucky, piensa.

Luego de un segundo, golpeé la puerta suavemente.

–¿Ren? –dije en una voz patética y suave.

–¿Sí? ¿Te encuentras bien? –la voz de Ren retumbó del otro lado de la puerta.

–Nada muy importante, pero… Ji-Yeon está durmiendo ya, y necesito una medicación. Es para mis calambres menstruales.

Pude sentir el asco a través de la pesada puerta.

–Lo siento –agregué con voz dulce.

–¿Qué es exactamente lo que necesitas? –preguntó, haciéndose el fuerte.

–Midol. O su equivalente chino. Diles para qué es, y ellos sabrán qué darte.

Lo oí refunfuñar por lo bajo y esperé a que el sonido de sus pasos pesados desapareciera. Unos segundos después, abrí la puerta y espié el pasillo. Estaba en el piso de los penthouses porque necesitaba privacidad, así que no había una sola alma a la vista.

Cerré la puerta suavemente, y me apresuré a avanzar por el pasillo. Corrí, marché, y luego volví a correr. ¿Cuál sería la mejor manera de escaparse sigilosamente?

Los elevadores estaban al final del pasillo, había uno abierto y esperándome. Corrí hasta llegar al interior y presioné el botón “1”. Me relajé apenas un instante, porque luego una mano apareció de la nada y detuvo el cierre de las puertas. Maldición. Di un paso para atrás y me ubiqué en el rincón, ocultando mi rostro.

–Gracias –dijo la voz masculina. Levanté la vista. Era un muchacho joven y asiático con una chaqueta en la mano. Me apretujé aún más contra el rincón para quedar lo más lejos posible de él, pero no me estaba prestando atención a mí.

El tipo sonreía y observaba todo con una especie de orgullo. Luego se quitó la camisa de dentro del pantalón y se despeinó el cabello.

Quería mirarlo. Era un muchacho raro. Raro, pero lindo. Con un cabello increíble. Alto. Hombros anchos y brazos largos. Pero con una vibra muy extraña, sin duda; una especie de euforia maníaca. Cuando lo oí reírse por lo bajo, me apreté aún más contra la pared del elevador. Loco.

Intenté calmar mi corazón acelerado, rogando que no se nos unieran más personas. Por suerte, así fue. Recién volví a respirar cuando el elevador se detuvo en el primer piso.

Cuando salí, estaba en un pasillo alfombrado, pero no era el lobby. Miré el elevador por si me había confundido.

–Si buscas la planta baja, ese sería el nivel “G” –dijo el muchacho desde dentro, apenas levantando la vista de su teléfono.

Con todo el orgullo que pude recuperar en ese instante, mentí.

–No, aquí venía –y me fui. Es verdad que no sabía dónde diablos estaba. Ni tampoco recordé que llevaba pantuflas.

Hoteles. Yo sabía de hoteles. Iría hasta el lobby y preguntaría lisa y llanamente dónde conseguir las mejores hamburguesas. Así que busqué las escaleras y bajé otro piso.

¡Qué fácil fue! ¡Lo logré! Festejé mientras nadie estaba mirando. Esto es demasiado sencillo para ti. Recuerda aquella semana que dormiste solo ocho horas en total y debiste ser hospitalizada por deshidratación luego de los MTV Asia Awards. Esto de fugarse no tiene nada de especial si lo comparas.

El lobby se veía impecable y simple. Mis representantes siempre me anotaban en hoteles boutique bien discretos, con la esperanza de que fueran mejores escondites que las grandes cadenas.

Dos de mis guardias de seguridad hablaban ávidamente con el aparcacoches y no me vieron cuando me detuve frente al mostrador de la recepción porque me ubiqué estratégicamente junto a una maceta con una pequeña palmera.

–Hola –saludé con la que esperaba que sonara como una voz normal y relajada–. ¿Podrían indicarme en dónde encontrar la mejor hamburguesa sin tener que ir demasiado lejos?

Uno de los jovencitos detrás del mostrador sonrió, atento.

–Claro, señorita. Hay un restaurante al estilo norteamericano en el centro comercial que está conectado a este hotel –su cabeza giró en la dirección de la puerta, pero luego me miró otra vez y supe que me había reconocido.

Maldición. La gente podía reconocerme incluso sin el cabello rosado. Me ajusté la gorra.

–Muchas gracias –le dije cuando ya me había dado vuelta para irme.

Avancé y crucé las puertas dobles de vidrio en dirección al centro comercial.

Los centros comerciales en Hong Kong eran cosa seria. Este era gigante, un laberinto infinito de vidrio y granito gris, con muchos niveles y dispositivos de iluminación esculturales que brillaban por doquier.

Me quedé quieta en el lugar. Estaba rodeada de gente. Y la mayoría era gente joven. ¿Qué era lo que hacían todos tan tarde en el centro comercial? Miré a mi alrededor y descubrí algunos bares y unos restaurantes elegantes que seguían abiertos. Una ciudad que nunca dormía.

Y no sabía si eran las pastillas para la ansiedad o qué, pero el pánico usual que le seguía a mi exposición ante las grandes multitudes no se hizo presente esta vez.

Quizás fuera también porque aún seguía viendo hamburguesas danzantes en mi mente. Por lo que seguí caminando, con la cabeza gacha y el cuello del tapado bien alto. ¿Se vería sospechoso? Me sentía como la maldita Pantera Rosa.

Llegué a un mapa del centro comercial y me detuve a mirarlo. ¿Qué diablos era aquello? Todo era digital. Toqué la pantalla varias veces, pero tanto pensar en cómo descifrar esa cosa iba a derretirme el cerebro.

Bien, Lucky. Sigue tu olfato. Sí, gran plan. Tenía una nariz muy sensible.

El centro comercial era infinito. Caminé y caminé, pasando por decenas de tiendas de lujo. Y restaurantes de lujo. Pero no había nada que prometiera una buena y grasienta hamburguesa. Unos minutos más tarde, terminé cerca de unas escaleras mecánicas que llevaban a la estación del metro. Pasear por un centro comercial en Hong Kong mientras luchas contra la medicación para el sueño y la ansiedad había sido una idea muy torpe. Me sentía atontada y de pronto todo se volvió borroso.

Tan ocupada en orientarme estaba que no llegué a ver al grupo enorme de personas que salía de la estación antes de que me llevara por delante.

Preocupada por no ser reconocida, seguí caminando con todos ellos hasta que sentí el aire fresco dándome de lleno en el rostro.

Cuando las personas se dispersaron, me encontré parada en las calles de Hong Kong.

Sola, en las calles de Hong Kong.

Capítulo seis JACK Han visto esa escena de Harry Potter en la que viaja en - фото 11

Capítulo seis

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