Esa era yo. Lucky, la de un solo nombre. Lucky, la de la voz angelada que había hecho que los ojos de Joseph se llenaran de lágrimas cuando audicioné por primera vez. Lucky, la del rostro pequeño y “natural” y ojos grandes que ya había lanzado mil productos de belleza. Lucky, la de la altura perfecta, que la hacía resaltar por encima de las otras muchachas. Lucky, la de los movimientos femeninos y precisos que jamás se equivocaba. Lucky, la del inglés perfecto.
Estaba encerrada en una botella, y el sello discográfico había colocado en mí todas sus esperanzas y sus sueños norteamericanos.
Sin presiones.
Unas horas después del concierto, Joseph y Ji-Yeon seguían en mi habitación del hotel, con una laptop abierta colocada sobre la mesa de café de mármol. Joseph quería revisar mi última actuación día.
Podría irme a la cama. Ya había llegado lo suficientemente lejos en mi carrera y ahora tenía más libertad que la que había tenido en el pasado. Pero sus miradas expectantes inflaban aún más el globo de la presión que sentía dentro.
–Sí, claro. Hagámoslo –dije con una sonrisa incómoda.
Con un toque en la barra espaciadora, Ji-Yeon dio inicio al video.
Desde mi posición reclinada en el sofá afelpado, me vi en la pantalla saltar, girar, dar vueltas en el escenario. Mis manos siempre moviéndose ondulantes cerca del rostro mientras cantaba. Mi voz se sentía algo metálica desde los parlantes de la vieja computadora.
Vimos el material completo, de principio a fin. Estaba tan cansada que apenas podía prestar atención; pestañaba para mantenerme despierta. De pronto, la imagen de mí misma en la pantalla se transformó en una hamburguesa danzante.
Mmm… Una hamburguesa.
La presentación había salido perfecta. Una mínima explosión de confeti se disparó sobre mi cabeza con muy poca gracia. La incapacidad de alegrarme por el resultado me hizo sentir culpable, así que acomodé mi posición y enderecé la espalda.
El video terminó, y Joseph aplaudió.
–Buena chica –dijo con una sonrisa enorme–. Esto es lo que nos dice que vas a lograrlo. Eres confiable.
¡ Confiable ! Eso sí que es música para los oídos de un artista. Fingí toser y me llevé el puño a la boca para ahogar y tapar la explosión de risa que me iba trepando por la garganta.
Joseph enderezó la cabeza.
–Tengo una idea.
Ay, Dios, otra idea, no.
–¿Por qué no miramos tu primera presentación de “Heartbeat” para compararla con la de hoy? –me sonrió–. Reproduciremos los dos al mismo tiempo para ver cuánto has avanzado.
–Bueno, esta es mi idea de un viernes por la noche a todo trapo –declaré.
A pesar de que Joseph y Ji-Yeon hablaban inglés fluido, noté que no habían entendido mi sarcasmo.
Ji-Yeon se arrodilló y sacó una tablet para colocar junto a la laptop. Luego, buscó el video en YouTube hasta que lo encontró.
El video tenía dos años. Mi cabello lucía un tinte color café y lo llevaba corto y ondulado. Ese mismo corte sería luego imitado por miles de adolescentes justo después de que la actuación saliera al aire. Las primeras tres notas señalaban el comienzo de la canción, y la cámara descendió por mis ondas, mis caderas, y siguió descendiendo y descendiendo. Llevaba unas botas negras y sin tacón. Esas botas sí me gustaban.
A medida que avanzaba la canción, noté que me estaba inclinando hacia adelante sentada en el sofá hasta que quedé literalmente en el borde de mi asiento. No pude evitar notar lo amplio de mi sonrisa, el optimismo en mis pasos, el brillo en mis ojos. Cuando volví a fijarme en la actuación de hoy, que iba en simultáneo, lo que vi en mis ojos fue un vacío. Dos charcos oscuros de nada misma. Me quedé mirando fijo a la Lucky de dos años atrás.
A los trece años, luego de audicionar en el estudio de L. A. para el sello discográfico del que ahora soy estrella, me mudé de Los Ángeles a Seúl, sola y a seis mil millas de mi familia, y me enviaron a una especie de campamento de entrenamiento. Mis representantes esperaron un par de años para la cirugía estética. Querían darme un aspecto natural. La cirugía de doble párpado se había transformado en algo tan común en Corea del Sur que era extraño que una estrella pop no la tuviera. Y luego, una discreta cirugía de nariz. Lo que la gente solía llamar el “combo K-pop”.
Fui parte del grupo musical de mujeres Hard Candy por dos años antes de ser lanzada al estrellato. Mis representantes me quitaron del grupo y me convirtieron en una solista. En un abrir y cerrar de ojos, vencí en todos los rankings, todos mis shows tenían localidades agotadas, gané todos los premios que pude ganar. Y una de las claves de mi éxito había sido la falta de escándalos. Ni una foto de mí bebiendo alcohol. Ni un novio. Ni aires de grandeza.
Yo siempre fui humilde, graciosa y reservada.
Perfecta.
Los medios amaban eso de mí. Me trataban como una especie de princesa; mis fans me protegían con uñas y dientes. Las historias que uno podía oír sobre mí siempre se concentraban en mis buenas acciones y mi éxito. En ese orden. Porque mi música no era particularmente diferente. Por el contrario, era la mejor versión de lo que siempre era popular: pegadizo, animado y combinado con baladas dulces y enternecedoras.
–¿Ves eso? –dijo Joseph, señalando a la vieja Lucky–. Aquí arruinaste el paso. Eso jamás lo harías ahora. Deberías estar orgullosa de lo mucho que has mejorado.
No estaba orgullosa. Me sentía incómoda. Recordé a la vieja Lucky. La alegría durante mis presentaciones, lo emocionada que me sentía antes de cada show, cada sesión fotográfica, cada lanzamiento. En aquel entonces, me había sentido una verdadera artista por la mera alegría de amar lo que estaba haciendo. Por tener la posibilidad de hacerlo, y punto.
Creía que todavía sentía la alegría de estar sobre el escenario, pero ver a la vieja Lucky junto a la actual Lucky hacía que el contraste fuese demasiado obvio.
Dios mío.
No había punto de comparación con la antigua Lucky.
Mientras lidiaba con el peso del arreglo floral que tenía el tamaño de un San Bernardo, saqué mi teléfono y avancé por el pasillo; el sonido de mis pasos amortiguado por la alfombra mullida.
Busqué rápidamente a Teddy Slade: la película que estaba filmando aquí en Hong Kong se llamaba Endless Night . Esquivé un aparador elegante en el pasillo mientras iba leyendo la lista del elenco y el equipo de producción. Clavé los ojos en un nombre.
Bien, había dos habitaciones en este piso. Tenía un cincuenta y cincuenta de posibilidades. Si no era una habitación, sería la otra. Me quedé de pie frente a la primera puerta y respiré profundo. Bajé las flores y me quité la chaqueta. La hice un bollo y la arrojé en el pasillo. Luego, escondí mi teléfono en el centro de las flores.
Mi camisa blanca estaba arrugada y desaliñada, pero me la metí en los pantalones negros y rogué para que el arreglo de flores mutante me cubriera. No pude hacer nada con el calzado.
Volví a cargar las pesadas flores en mis brazos y llamé a la puerta. Tres golpes fuertes y seguros. La sangre se me subía a la cabeza, la adrenalina de siempre me invadía.
Cuatro meses atrás, me había infiltrado en una fiesta VIP para impresionar a la muchacha que tanto me gustaba, Courtney. Estábamos en un restaurante y vi que estaban subiendo a algunas celebrities por las escaleras.
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