Miguel Ángel Quesada Pacheco - El Español de América

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El Español de América, de Miguel Ángel Quesada Pacheco, es un libro de texto que aborda las variaciones fonéticas, morfosintácticas, léxicas y dialectales de la lengua española hablada en América, en el cual se condensan, desde una perspectiva novedosa y sistemática los últimos estudios sobre la materia, sin dejar de lado aspectos históricos referentes a la implantación del castellano en el Nuevo Mundo.

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Segunda etapa (siglo XIX):

unidad o diferenciación

A partir de la época independiente, en América se formaron dos actitudes lingüísticas con fundamentos bastante opuestos entre los intelectuales de dicha época, en relación con España: una separatista y otra unionista.

La corriente separatista estaba encabezada por la llamada Generación de 1837 (bautizada finalmente, después de varios cambios, con el nombre de Asociación de Mayo, en 1846), la cual se basó en la filosofía del alemán Johan Herder, e incluía a pensadores como Juan María Gutiérrez, Juan Bautista Alberdi, Domingo Faustino Sarmiento y Esteban Echeverría, todos argentinos, pero también al uruguayo Bartolomé Mitre y al chileno José Lastarria. Todos ellos proclamaban una total independencia de España, la cual obviamente debía cubrir el aspecto lingüístico. Al decir de Alberdi,

Bajo la síntesis general de españolismo nosotros entendemos todo lo que es retrógrado, porque, en efecto, no tenemos hoy una idea, una habitud, una tendencia retrógrada que no sea de origen español. (cit. por Rosenblatt 1961:26).

Y Sarmiento, quien había sido purista en sus inicios, afirma en 1841:

Los idiomas, en las migraciones como en la marcha de los siglos, se tiñen con los colores del suelo que habitan, del gobierno que rigen y las instituciones que las modifican. El idioma de América deberá, pues, ser suyo propio, con su modo de ser característico y sus formas e imágenes tomadas de las virginales, sublimes y gigantescas que su naturaleza, sus revoluciones y su historia indígena le presentan. Una vez dejaremos de consultar a los gramáticos españoles para formular la gramática hispanoamericana. (cit. por Rosenblatt 1961: 27).

Según Guillermo Guitarte (1992: 78):

La «emancipación» del español de América consiste, por tanto, en reivindicar el derecho de los americanos en cuanto tales a entrar en la dirección del idioma y a desarrollarlo por sí mismos. No se trataba de legalizar barbarismos ni de crear nuevas lenguas en América, sino de presentar la forma que había adquirido el español en su historia americana y, según el lenguaje de la época, de adaptarlo a la vida moderna.

Quiere decir esto que, en primer lugar, había que aceptar las diferencias entre el español americano y el peninsular y, en segundo lugar, adaptar esas diferencias dialectales a la lengua oficial; por lo tanto, se debía cambiar la escritura. En 1842, Domingo F. Sarmiento decía lo siguiente:

Las lenguas siguen la marcha de los progresos y de las ideas; pensar fijarlas en un punto dado, a fuer de escribir castizo, es intentar imposibles; imposible es hablar en el día la lengua de Cervantes, y todo el trabajo que en tan laboriosa tarea se invierta, sólo servirá para que el pesado y monótono estilo anticuado no deje arrebatarse de un arranque sólo de calor y patriotismo. El que una voz no sea castellana es para nosotros objeción de poquísima importancia; en ninguna parte hemos encontrado todavía el pacto que ha hecho el hombre con la divinidad ni con la naturaleza, de usar tal o cual combinación de sílabas para entenderse; desde el momento que por mutuo acuerdo una palabra se entiende, ya es buena. [...] No es la palabra sublime, séalo el pensamiento, parta derecho al corazón, apodérese de él, y la palabra lo será también. (cit. por Cambours 1984: 40)

De ahí que Sarmiento abogara por reformas ortográficas que llevaran a un mayor distanciamiento del español americano con respecto del peninsular, y promulgó una reforma ortográfica: escribir con en vez de y sustituir por , tal como se puede apreciar en algunos periódicos americanos del siglo XIX y principios del XX (Guitarte 1992: 77). Sin embargo, Alberdi fue más lejos al afirmar que había que desprenderse del yugo lingüístico español abandonando el castellano como lengua materna, y que la lengua que podía mejor expresar el pensamiento independentista de la época, a la que todos deberían aspirar, era el francés (cfr. Blanco de Camargo 1991: 19-41). En resumen, y tal como recapitula Rosenblatt (1961: 40):

No hay que olvidar -es un hecho que no se ha dado en ninguna otra región hispanoamericana, al menos con esa profundidad- que fue la generación de 1837 la que enarboló la bandera de la libertad lingüística, la que inició la lucha contra el purismo y la tutela académica, la que sostuvo los derechos del pueblo (y hasta su soberanía) en materia de lengua, la que procalmó la devoción por la tierra y la inspiración americana.

Frente a esta tendencia emancipadora corre paralelamente un movimiento más bien de corte unionista, conservador, cuyo interés primordial era mantener ligadas la lengua y literatura en español a una y otra orilla del Atlántico; estaba encabezado por el gramático venezolano Andrés Bello y seguido por una serie de filólogos de todos los países, entre los que se pueden citar a Rufino José Cuervo (Colombia), Carlos Gagini (Costa Rica), B. Rivodó (Venezuela) y A. Batres Jáuregui (Guatemala), los cuales estaban atemorizados ante una irremediable ruptura lingüística: así como el latín se había desmembrado en diversas lenguas y dialectos después de la destrucción del Imperio Romano, del mismo modo ocurriría con el castellano en América. Para evitar tal desmembramiento, había que aunar esfuerzos con el fin de que todos los países americanos mantuvieran en estrecha unión sus hábitos lingüísticos castellanos, además de la literatura. Al respecto afirma Andrés Bello:

Juzgo importante la conservación de la lengua de nuestros padres en su posible pureza, como medio providencial de comunicación y vínculo de fraternidad entre las varias naciones de origen español. (Bello 1970:24).

Siguiendo el camino de Andrés Bello, el guatemalteco Antonio Batres Járuegui (1904: 6) afirma:

Entre los elementos de cultura que trajo España a América, uno de los que deben perdurar es el de la lengua castellana, que en el siglo XVI se encontraba en todo su auge y esplendor, extendida por inmensos territorios y quilatada por sublimes ingenios.

Este grupo de pensadores fundamentaba su filosofía lingüística en los siguientes criterios:

1. Hay una lengua común, el castellano, a uno y otro lado del Atlántico.

2. La lengua cambia y, por consiguiente, puede corromperse y desmembrarse. Esto permite distinguir entre lengua pura y castiza opuesta a la lengua impura o del vulgo, y los términos técnicos con los que se designan dichos cambios son los barbarismos, neologismos, provincialismos, idiotismos, solecismos y otros (cfr. Amunátegui 1909: VII-VIII).

3. Esta lengua común es una herencia que debe conservarse. Por lo tanto, conviene estudiar la lengua desde una perspectiva histórica, tanto en sus documentos coloniales como en la literatura del Siglo de Oro, para averiguar la antigüedad y el abolengo de sus elementos léxicos. Muchas palabras usadas por el pueblo, aunque obsolescentes en otros grupos sociales, deben respetarse y preservarse porque tienen abolengo. {5} Конец ознакомительного фрагмента. Текст предоставлен ООО «ЛитРес». Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес. Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.

4. Si se quiere luchar en contra del cambio que lleva a la corrupción y a la diferenciación, hay que compartir esfuerzos para mantenerse firmes en el idioma común, a través de la literatura.

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