1 ...7 8 9 11 12 13 ...17 –¿Cómo?
–Pues posibilitando que nazcan niños con un cerebro diferente, una forma de pensar y sentir distinta a la nuestra. Al principio no nos daríamos cuenta, pero cuando fueran adultos y empezaran a influir en el mundo, lo harían de forma distinta a como lo han hecho hasta ahora nuestros dirigentes.
–Caramba tío, ¿y eso podría estar pasando ya?
–No tenemos manera de saber si los cerebros de los niños que están naciendo ahora son distintos al nuestro en su forma de conceptuar la vida, pero sí, podría estar ocurriendo. Los niños que están llegando hacen preguntas demasiado inteligentes, tienen una creatividad y un sentido común nada común, y suelen ser muy listos. Pero, no, no nos desviemos de lo que estábamos diciendo.
»Estábamos en los comienzos de la vida. Todas las células de los seres vivos, incluso de los virus, tienen ADN. En los seres pluricelulares, por ejemplo el ser humano, compuesto por unos 50 a 100 billones de células, cada una de ellas tiene en su núcleo una doble hélice de ADN de manera que con solo una célula se podría reconstruir a la persona, pues toda la información de como es un individuo se encuentra codificada en esa maravillosa molécula. Por eso se pueden clonar animales, e incluso se podrían clonar personas; aunque eso está prohibido.
–Ya he visto alguna peli donde se clonaban seres humanos, pero eso daba lugar a muchos problemas.
–Es que en la clonación humana no solamente estaría en juego el ADN, sino también la conciencia, el espíritu humano, la memoria. Podríamos clonar a una persona, pero… ¿se clonaría también su forma de ser, su personalidad, sus recuerdos? No lo creo.
–Sería emocionante ¿verdad tío? Ver qué pasa al clonar a una persona. –Julio entornó los ojos mirando al vacío.
–Pero no podemos jugar a ser Dios, Julio. Eso está bien para la ciencia-ficción. No tenemos derecho a jugar con la vida de una persona. No sabemos lo que pasaría con ese clon, lo que sentiría o las deficiencias que tendría. Tal vez crearíamos un ser doliente que sufriría lo indecible. Es mejor dejar esta cuestión a la naturaleza, que lo ha hecho bien durante milenios.
–Vale tío Manuel, sigue con el origen de la vida. Es que hace poco leí una novela de ciencia-ficción en la que se fabricaban cientos de miles de clones perfectos para constituir un gran Ejército invencible, soldados agresivos, crueles, sin miedo, sin familia.
–Podría ser la tentación de un dictador loco. Esperemos que eso nunca se pueda llevar a cabo. Sigamos con el comienzo de la vida.
»La panspermia postula que la molécula de ADN contiene una programación cuya consecuencia final aún no conocemos, pero que se desarrolla originando toda clase de especies compatibles con el medioambiente con el que interactúa, desde los virus al ser humano, al cual se le considera la cúspide de la pirámide viviente por tener conciencia autorreflexiva, una cultura escrita transmisible, y manos para manipular y construir herramientas.
–O sea, que nosotros mismos nos decimos que somos los mejores del mundo mundial –dijo Julio golpeándose levemente el pecho.
–Eso piensan la comunidad científica y la religión. El problema de esta teoría es lo siguiente: ¿quién o qué ha programado el ADN? Podríamos volver otra vez a Dios o a los extraterrestres, pues parece muy improbable que esta complicada molécula se haya construido por «casualidad». Si nos vamos a los extraterrestres podríamos seguir preguntando: ¿quién los ha creado a ellos o de dónde han salido? Y si apelamos a Dios, podríamos preguntar: ¿quién es Dios? y ¿por qué? Una pregunta que las religiones intentan contestar, aunque no dan respuestas satisfactorias a la ciencia.
–Resulta interesante tío; por todas partes aparecen extraterrestres en nuestra genealogía.
–Dios también es un «extraterrestre» si pensamos que este concepto puede atribuirse a cualquier ser que no sea oriundo de este planeta, y Dios, de existir, no lo sería.
–Pues no lo había pensado así, claro. Dios no es «terrestre», vive en el «cielo» y nunca ha nacido ¿no?
–El «cielo» es solo un concepto que define una dimensión espiritual diferente a la material. Los primeros humanos definían el cielo como algo azul, con sus nubes o estrellas, como la morada de los dioses, ya que era algo inalcanzable. Ahora que hemos llegado al cielo y más allá, nos damos cuenta de que ese «cielo» divino es una región distinta, impalpable, una nueva dimensión diferente a las nuestras conocidas, alto, ancho, largo y el tiempo. Pero eso es otra historia; no divaguemos, vayamos a la última teoría de la vida.
–Adelante tío, soy todo oídos –exclamó Julio con el bolígrafo en ristre dispuesto a tomar notas.
–La última teoría y más aceptada por los científicos es la «Teoría Sintética de la Evolución», basada en la propuesta de Charles Darwin que preconizaba una «evolución de las especies por selección natural», combinada con las leyes de la herencia de Mendel y con el reciente descubrimiento del ADN. Aunque el compatriota y contemporáneo de Darwin, Alfred Russel Wallace, llegó a las mismas conclusiones prácticamente al mismo tiempo e incluso envió a Darwin una carta adjuntando su teoría cuando este aún no había publicado la suya, el nombre de Darwin ha quedado asociado a la evolución por selección natural de forma indisoluble. Ya casi nadie recuerda al señor Wallace, aunque el propio Darwin reconoció que era coautor de la teoría, algo que calificó de «extraordinaria coincidencia investigadora».
–Pues no sabía que otro científico postulara la misma propuesta de Darwin y al mismo tiempo.
–Es que Wallace estaba en Asia en plena selva y Darwin en Londres donde gozaba ya de cierto prestigio y de buenas relaciones, algo que le faltaba a Alfred.
–Siempre he pensado que si descubres algo sensacional lo menos importante es quien seas.
–Pues no del todo. El descubrimiento hecho por alguien ya reconocido es mucho más valorado y en menos tiempo y con menos oposición que si lo hace alguien desconocido. Son cosas de la sociedad humana.
–¿Y no pudo Darwin copiar a Wallace?
–Hay quien ha formulado sospechas, pero los expertos han descartado esa posibilidad, aunque siempre queda la duda. «La Teoría Sintética de la Evolución» propone que la vida ha surgido «por casualidad» en este planeta, debido a los múltiples cambios originados en su proceso de formación a través de unos cuatro o cinco mil millones de años. Según sus postulados, primero se combinaron ciertos elementos químicos de la atmósfera terrestre de manera que se formaron aminoácidos levógiros que fabricaron las primeras moléculas de ADN dando lugar a las bacterias procariotas en el mar. Estas bacterias unicelulares no tienen núcleo sino que el ADN está «flotando» dentro de su citoplasma, el líquido interno celular. Puede decirse que la vida comenzó cuando la primera célula se rodeó de una membrana que la separó del resto del mundo.
–¿Los procariotas fueron los primeros seres vivos?
–Sí, son los más sencillos de estructura y aún existen. A continuación, pasados unos cuantos miles de años, tal vez millones, estas células primigenias se dotaron de un núcleo donde guardar plegado el ADN y así especializarse más, absorbiendo y realizando una simbiosis con una bacteria e integrándola en el funcionamiento celular, la mitocondria, la cual produce energía metabolizando el oxígeno. Estas células con núcleo, que denominamos eucariotas, son las que conforman nuestro cuerpo.
–¿La mitocondria celular es una bacteria? –preguntó extrañado Julio.
–Esa es la última propuesta a la que han llegado eminentes biólogos. Para que se desarrollase totalmente la vida compleja multicelular hacía falta un sistema que usara la energía de forma eficiente y el oxígeno lo proporcionaba, pero había un problema.
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