Enric Lladó Micheli - Presencia y poder
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De fondo, la voz del maestro: «¡Sampayo, trae ese capote!» y de repente aparece en escena una vaquilla encabritada, corriendo y dando brincos.
Es sorprendente ver cómo la vaquilla, a pesar de correr y saltar como loca, va pasando entre los aprendices sin rozarlos en ningún momento. Los respeta como si fueran firmes columnas de cemento y de hecho al cabo de un rato se limita únicamente a correr por el perímetro de la plaza, como evitando cruzar por el espacio que hay entre los muchachos, como si en ese espacio hubiera algo que prefiriera no traspasar.
«¡Prueba superada!» grita el maestro, y los aprendices asustados ponen pies en polvorosa para ponerse a buen recaudo, sin creerse todavía lo que acaba de pasar.
Pues bien, esta comunicación que emana de la presencia, esta fuerza que ejerce sobre los demás, es probablemente la mayor capacidad transformadora de la que dispones.
He podido estar en presencia de grandes maestros, terapeutas y comunicadores. He revisado miles de horas de grabación de algunos de los personajes más influyentes del último siglo. Y, en mi opinión profesional, todas sus «técnicas», lo que parece más evidente, son solo la superficie.
Pero no necesariamente lo que produce el cambio.
Lo verdaderamente efectivo es mucho más sutil. Su capacidad de transformación se encuentra en un lugar mucho más profundo.
Su verdadero poder emana de su presencia.
El velo de la aureola social
Muchas personas confunden el poder de la presencia con lo que podríamos denominar la «aureola social»: el efecto que ciertos personajes famosos o famosillos generan en otros por el mero hecho de aparecer en nuestro televisor o en las revistas.
No te equivoques. Esa aureola no la producen ellos, sino que la producen los que les admiran, la masa fan, los medios. La produces tú.
Si algún día tienes la oportunidad de hablar con alguno de estos personajes verás como en muchos casos esa aureola no aguanta ni cinco minutos una conversación medianamente profunda. En otros casos puede que quizás aguante un poco más, pero normalmente no suele resistir un segundo encuentro a solas.
Momento en el que se le viene a uno rápidamente a la cabeza aquello de «caga el Rey, caga el Papa y de cagar nadie se escapa». La portada del libro era estupenda, pero el libro era normalillo.
La aureola acaba de desvanecerse.
Es importante saber distinguir esta aureola para levantar el velo que puede tender sobre nuestros ojos.
Los liderazgos más oscuros, normalmente ausentes de contenido real, se suelen sustentar sobre la aureola social.
Desde las tiranías políticas más oprimentes, hasta los niños bullies del colegio. El clásico ejemplo es el del niño que se convierte poco a poco en el tirano dominador de los demás. Quien se atreve a disentir es excluido del grupo. El tiranillo no tiene ninguna cualidad especial más allá del miedo que genera a los otros niños de ser marginados del grupo. Un poder que ha ido creciendo poco a poco, partiendo prácticamente de la nada. El tiranillo realmente no tenía grandes cartas, pero las circunstancias han facilitado que las haya jugado bien.
Una presencia profunda aguanta perfectamente la falta de fans, la falta de medios, la conversación y el paso del tiempo. Esto es así porque es la propia persona la que desprende la aureola. No somos los demás los que se la generamos, ni los fans, ni la parafernalia, ni la vestimenta.
Una presencia profunda en realidad produce mucho más que una aureola. Más bien genera una especie de campo gravitatorio cuyo efecto deforma el espacio y nos atrae con una fuerza inexorable.
Figura 2. Una presencia poco profunda no ejerce ningún efecto sobre las personas de su alrededor, que siguen su trayectoria sin alteración.
Figura 3. Una presencia poderosa y centrada deforma profundamente el espacio y ejerce una fuerza sobre las personas a su alrededor de la que no es posible escapar.
La fuerza de una presencia realmente profunda y centrada puede ser tan notable que, en ocasiones, de manera inexplicable, somos incluso capaces de sentir que nos está observando sin ni siquiera haber entrado en contacto visual ni auditivo con esa persona. No sabíamos que estaba allí, pero percibimos claramente su presencia.
Pero, ¿a qué nos referimos específicamente cuando hablamos de una presencia profunda y centrada? ¿Cuáles son sus características?
Presencia descentrada
Muchas veces para describir un concepto nuevo resulta muy útil empezar describiendo el concepto opuesto.
Esta es una de esas ocasiones, ya que estamos mucho más familiarizados con lo que es una presencia descentrada de lo que lo estamos con la idea de una presencia centrada.
Por eso, cuando abordo este tema en mis talleres siempre empiezo preguntando por los comportamientos de las personas descentradas y entonces somos capaces de llenar pizarras enteras:
Interrumpe
No escucha
Utiliza un tono poco o nada agradable
No cumple
Llega tarde
Demuestra poco equilibrio
Es impulsiva
Muestra nerviosismo
Transmite un agobio visible
Denota cierta agresividad
Pide todo para ayer
En algunos casos expresa obsesión, en otros pasotismo
Ejerce una influencia negativa
Muestra preocupación continua
Tiene falta de criterios sólidos
Transmite falta de claridad en las ideas
Es poco razonable
Expresa cambios de opinión constantes
Muestra falta de organización
Genera desorden
No predica con el ejemplo
Transmite egoísmo
Te genera desconfianza
Seguro que fácilmente se te ocurre alguna que otra característica más para engrosar esta lista.
Una presencia descentrada genera una influencia desagradable, malas sensaciones, ganas de alejarnos. No sería la primera vez en la que alguien cargado de argumentos es incapaz de convencerte de algo, simplemente porque un gramo de ese mal rollo que genera su presencia pesa más que una tonelada de razones.
Lo divertido ahora es girar el dedo hacia uno mismo y darse cuenta de que, en mayor o menor grado, en más o menos ocasiones, todos nosotros exhibimos alguna de estas «virtudes». Cuanto mayor es la presión sobre nosotros, cuanto mayor el grado de exigencia, con más facilidad caemos en ellas.
A veces incluso las llegamos a «cronificar» y mostramos alguna de estas perlas de manera sistemática, hasta en las situaciones más banales, sin saber ni si quiera muy bien por qué. Sin ser capaces de entender nuestro propio comportamiento, respondiendo de manera automática, incluso a nuestro pesar.
En muchas ocasiones no somos conscientes de lo descentrados que podemos llegar a estar. Especialmente en estos tiempos que corren...
La sensación de urgencia permanente
Una señal inequívoca de que estás fuera de tu centro es esa sensación de urgencia permanente que puedes estar experimentando tanto en tu vida profesional, como en tu vida personal. La sensación de que todo es para ayer, de que todo corre prisa, de que no llegas a nada.
Esa sensación pretende darte la capacidad de rendir más y más, de llegar a todos los plazos, de hacerte eficaz. Y, sin embargo, a la larga, consigue todo lo contrario: te agota, te desmotiva y te coloca fuera de tu centro de manera crónica.
Voy a decirte algo que creo que necesitas saber y que puede que en un primer momento te resulte un tanto extraño: a no ser que seas bombero, médico de urgencias, soldado en el frente o piloto en pleno aterrizaje forzoso (por poner algunos ejemplos), lo tuyo no son urgencias reales.
Te puedo demostrar mi afirmación muy fácilmente con el siguiente razonamiento: resulta que en tu día a día laboral tienes un montón de tareas supuestamente muy «urgentes» que hacer y que te generan esta sensación de urgencia permanente tan estresante. Y, sin embargo, te pones enfermo unos días, o incluso una semana, o dos semanas, y no solo no pasa absolutamente nada, sino que resulta que nadie se ocupa de hacer esas tareas supuestamente tan urgentes.
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