«Sammy» era miembro de las JS y, a esa hora de la madrugada, quiso despedirse de nosotros, sus amigos. No sabemos qué fue de él, pero suponemos que está con vida en algún rincón de Chile. Era un tipo muy audaz, fuerte y robusto, a pesar de su mediana estatura. De tez morena y pelo negro liso.
—Compañero, soy del grupo que se queda cuidando la fábrica. La cuido para que la derecha no haga sabotaje en la producción de alimentos que la gente tanto necesita —nos decía cuando llegaba al Pabellón «J», de improviso.
El día martes 11 de septiembre de 1973 había clases de Historia de Chile III con el profesor Mario Céspedes, quien alcanzó a llegar, pero muchos alumnos y profesores no pudieron.
El profesor Céspedes era una persona muy conocida en el país. Tenía un programa en Televisión Nacional llamado «Chile a la vista».
—Los milicos están dando el golpe de Estado, están derrocando al gobierno del compañero Allende y están llamando a que los dirigentes comunistas para que nos entreguemos —dijo en la clase de Historia de Chile III, donde fui único estudiante que llegó—. Voy a pedir instrucciones —agregó, me dio la mano y se fue.
A los años siguientes, volví a ver al profesor Céspedes caminando por la plaza de Armas de Santiago. Lo saludé con el respeto que se merece y me alegré enormemente que estuviera con vida. Sus clases eran extremadamente amenas, llenas de anécdotas. En una de ellas, nos enteramos de la afición «chinganera» de un personaje político y modelo de la Junta Militar como Diego Portales Palazuelos, cuyos 3 hijos de su relación con Constanza de Nordenflycht debieron ser reconocidos por el Estado chileno después de su muerte el 6 de junio de 1837.
Hasta el golpe de Estado, viví en el pensionado de la Universidad, en el pabellón «J». Se comentaba que en ese lugar se refugiaban «los miristas», pero no era así. Era un pensionado abierto a todos los estudiantes con necesidades de residencia, buenos estudiantes y situación económica certificada por la asistente social de la universidad, la señora Sotomayor. Se decía que era el pabellón del MIR porque vivían algunos connotados estudiantes que militaban en dicho movimiento. Lo cierto es que en este lugar, compartí con Herbit Ríos Soto innumerables conversaciones, hasta que, de un momento a otro, el Bajo, como le decíamos, dejó de asistir a clases y al hogar universitario. Se comentaba que había partido al extranjero a prepararse para enfrentar la sedición.
El pensionado universitario era una edificación de tres pisos ubicado en el sector norte del Pedagógico. En el segundo nivel, disponía de un departamento para un profesor residente. En el primer piso, las piezas y baños comunes albergaban a los alumnos más nuevos, recién ingresados a la universidad. Luego se ubicaban las piezas duales e individuales, donde se establecían los alumnos de los cursos superiores. Había también un amplio salón de estudios a la entrada que también se convertía en recibidor de visitas. La marquesa y la ropa de cama debía proveerla el propio estudiante. La alimentación se hacía, mediante vales, en el casino de la universidad que se ubicaba entre los departamentos de Historia y Filosofía. El plato característico y base de nuestra alimentación universitaria era el mítico arroz con huevo.
Si bien la vida universitaria había alcanzado altos niveles de politización, había otros momentos en que la vida se relajaba y daba paso a la amistad, el amor y la camaradería. Los pensionados femeninos (L y M) eran el centro de esta actividad. Estaban en el patio central del instituto Pedagógico. En sus jardines se realizaban las charlas y encuentros sociales, especialmente de música entre estudiantes. Habituales eran las sesiones de canto y música, donde predominaban los temas de los The Beatles y los clásicos boleros latinoamericanos. Había destacados intérpretes entre los estudiantes y profesores. Así se recuerda a personas como el profesor Edison Otero, ayudante de don Juan Rivano, al estudiante Carlos Castillo, residente del Pabellón «J», más conocido como el Hippie , que solía usar una muy larga cabellera y su andar completamente descalzo. Estas sesiones solían durar hasta altas horas de la madrugada.
El 11 de septiembre de 1973, los estudiantes y los trabajadores tuvimos que abandonar la universidad. La Fuerza Aérea tomó posesión de los edificios aledaños al instituto Pedagógico, edificios particulares que tienen entre tres o cuatro pisos, instalando ahí sus ametralladoras, las llamadas, según se decía, punto 30 ó 50, ya no recuerdo cuál. No hubo enfrentamiento. Escapamos alrededor de las 10 a.m. por el sector donde se ubicaba la escuela de Periodismo, calle Los Aromos, luego enfilamos hacia Grecia para, en mi caso, dirigirme al sur por avenida José Pedro Alessandri (Macul).
En el camino, vi muchos camiones con efectivos militares. Se identificaban con una pechera de color naranja y brazaletes del mismo color en uno de los brazos. Todos provistos de gran armamento. No había locomoción colectiva. Temprano se habían retirado los buses y los pequeños taxibuses, comúnmente denominadas «liebres». Se observaban gruesas columnas de personas que volvían caminando a sus hogares. Caminé desde el Pedagógico hasta Departamental, pasado Vicuña Mackenna. Descansé en las cercanías del estadio Monumental, que, por esos años, era conocido como «El hoyo de Pedrero» Llegué a casa de una tía que me brindó refugio por algunos días. Pude observar el paso de los aviones que bombardearon La Moneda y sentir la balacera que se produjo en La Legua cercana a Sumar, uno de los lugares o cordones formados para defender al Presidente Constitucional. De mis tres compañeros de universidad y del profesor Ortiz, solo vine a tener noticias cuando aparecieron las primeras publicaciones sobre personas detenidas desaparecidas.
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