De igual manera se ha producido una larga discusión sobre la calidad literaria del texto. Esta ha tenido su punto de partida en la afirmación de Suetonio de que Augusto habría sido un escritor “elegante y ponderado” que “procuraba por todos los medios expresar su pensamiento con la máxima claridad.” Aulo Gelio probablemente exageraba al declararse, luego de la lectura de unas cartas de Augusto, “arrebatado por la elegancia del discurso, ni difícil ni forzada, sino fácil, por Hércules, y simple” 18. Esta discusión ha llegado a tantos resultados como analistas han participado en ella. Lo que nos parece interesante de destacar es la relación estrecha que existe entre el mensaje a transmitir y el estilo adoptado para hacerlo. Desde este punto de vista se puede señalar, a modo de impresión personal, que RGDA . está bien lograda en cuanto a los objetivos propuestos.
La redacción de la inscripción denota el uso insistente de la primera persona: hice; anexé; como resultado de mis acciones, etc. Todo tendiente a destacar con claro voluntarismo el marcado protagonismo en su obra. Se advierte una tensión entre los rasgos autoritarios del uso lenguaje y la referencia a los conceptos de moderación y consenso que se utilizan de manera reiterada y que sirven de plataforma para el discurso del autor. Por último en relación con la cuestión de fondo y forma se puede señalar que el texto fue pensado desde sus inicios para ser materializado en una inscripción.
Augusto, restaurador de lo antiguo y creador de lo nuevo
Una de las ideas expresadas de forma más reiterada por Augusto en RGDA . consiste en señalar que su obra fue de restauración de la República romana en cuanto forma de gobierno, de reposición de las costumbres y de la piedad antiguas, así como también de algo que puede denominarse ‘un modo romano de ser republicano’. Estos aspectos son objeto de menciones directas en el texto, pero se pueden advertir también como inspiración en algunos pasajes que entregan noticias específicas sobre un determinado punto, como es el caso de la mención a la restauración de los templos en la ciudad de Roma, donde subyace el concepto de piedad hacia los dioses (véanse los comentarios a XIX,2 y XX,4, a modo de ejemplo).
La inscripción se abre y se cierra con referencias directas a la pacificación de Roma y a la restauración de la República como un efecto directo de ese primer logro. En I,1 se lee que “A los diecinueve años alisté un ejército por decisión personal y financiado por mí con el cual devolví la libertad de la República oprimida por el dominio de una facción”; mientras que en XXXIV,1, esto es, al momento del cierre, se encuentra que: “En mi sexto y séptimo consulado, luego de haber extinguido las guerras civiles, teniendo todo el poder con el consentimiento de todos, lo transferí al arbitrio del Senado y del Pueblo romano” 19.
Probablemente sean estos los pasajes más comentados de la inscripción a lo largo del tiempo. Un análisis detallado servirá para dar cuenta de los conceptos y de las formas de escritura adoptadas por Augusto. En efecto, a los diecinueve años Augusto –entonces Octaviano– alistó un ejército personal con el cual se propuso reclamar la herencia política de Julio César, asesinado ese año (44 a. C.). Pero deduce, a continuación, y a modo de consecuencia directa de esta acción, su triunfo sobre Marco Antonio ocurrido bastante después en los años 31 y 30 a. C., a quien identifica simplemente como “una facción”. La idea central que el lector puede hacerse es que el hecho inicial fue la pacificación de Roma luego de las extensas guerras civiles que habían llegado a un punto máximo con el asesinato de César 20. Cuatro años después de lograda la paz (27 a. C.) habría procedido a transferir de modo libre y voluntario la totalidad del poder desde sus manos al Senado y al Pueblo Romano (XXXIV,1), estableciendo de esta manera el carácter central y de mayor profundidad del nuevo régimen. Aunque se trate de hechos iniciales –recuérdese que Augusto gobernó hasta el año 14 d. C., esto es, 41 años más– en el texto aparecen antecediendo y concluyendo todas las noticias y referencias mencionadas. En términos generales, pero muy claros, a la paz habría seguido la restauración como resultado de un acto claro de voluntad política.
La restauración política habría sido acompañada por un intento de reponer las costumbres antiguas (VI,1 y VIII,5) y las formas tradicionales de la piedad romana (VII,3; XIX,2; XX,3; XXIV,1 y 2), aspectos en los cuales el autor insiste bastante con la probable finalidad de señalar que se habría tratado de una intención real y no de una mascarada política. Este aspecto se encuentra presente también en una parte muy significativa de la producción literaria más cercana al régimen de la época, especialmente en Virgilio, quien construyó un Eneas cuyo rasgo distintivo fue el de la piedad, algo que también aparece como central el en el poeta Horacio y en varios pasajes de Ovidio.
Según sus propias palabras, Augusto habría sido alguien que deseaba restaurar y conservar un orden, y desde su posición de poder habría llevado adelante una búsqueda de consenso vuelto hacia las virtudes tradicionales de Roma. Consenso, antes que nada con el Senado romano, un organismo bastante modificado en cuanto a sus integrantes y poderes, pero cuyos miembros terminaron por aceptar el nuevo espacio concedido en la vida política romana y actuaron dentro de él. La contracara habría sido la decisión del emperador de contar de manera efectiva con este organismo para el desarrollo de su gobierno, entregarle de forma regular responsabilidades a sus integrantes, señalando, cada vez que le resultaba posible, que actuaba de acuerdo con la voluntad del que, de manera teórica al menos, seguía siendo el organismo rector de la vida política romana. Entre ambos hubo tensiones a lo largo del extenso gobierno de Augusto, pero no parece haberse llegado a una oposición irreconciliable 21. Tácito, de manera ácida, señala que los senadores aceptaron riquezas y honores y en recompensa se mostraron dispuestos a servirlo 22.
¿El Senado romano? La pregunta que cabe hacerse es, justamente, de cuál Senado se habla en forma específica. Este cuerpo que había ido acumulando una serie de poderes a lo largo del tiempo, más por la vía de la práctica que por un proceso legislativo, había experimentado una serie de cambios durante el complejo y convulsionado siglo I a. C., y muy especialmente en los años en que Julio César detentó el poder.
Augusto, desde su irrupción en la actividad política romana el año 44 a. C. demostró tener claridad en la necesidad de acercarse a los grupos sociales poderosos dentro de la sociedad romana, y esto representaba a la aristocracia senatorial y los caballeros del Orden Ecuestre. Con el paso de los años y disponiendo de poder suficiente, fue elaborando, modificando y ampliando este concepto. Por lo que al Senado se refiere, lo consideró una institución necesaria y de la cual esperaba que abasteciera al gobierno con una parte de sus funcionarios.
Pero se trataba de un Senado reformado en una serie de aspectos: con 600 integrantes (un tercio menos que en los años inmediatamente precedentes, pero con el doble de miembros de lo que Augusto habría deseado), sus componentes fueron impelidos a desarrollar una vida ejemplar en lo político y lo personal, y se adoptaron varias medidas para cautelar este cumplimiento. Para ingresar al Senado reformado se debía tener, según el censo, bienes equivalentes a 1.000.000 de sestercios, contra los 400.000 anteriores. Para aristócratas y caballeros no parece haberse tratado de una gran suma, pero para algunos romanos e italianos sí podía llegar a serlo, y ellos recibieron apoyo directo del emperador cuando, según él, el caso lo ameritaba. Fue por esta vía que llegó a contar con un grupo de incondicionales dentro de la corporación.
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