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Todos fueron culpables.
La historia de una niña inmigrante violada y asesinada en Carrizal Bajo.
Lilian Olivares De la Barra
© Inscripción Nº 247.516
Derechos reservados
Noviembre 2014
ISBN Edición impresa Nº 978-956-14-1484-6
ISBN Edición digital Nº 978-956-14-2616-0
Diseño: versión | producciones gráficas Ltda.
Fotografía: Alex Fuentes Catrin (afuentes@agenciastock.com)
Diagramación digital: ebooks Patagonia
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CIP-Pontificia Universidad Católica de Chile
Olivares, Lilian.
Todos fueron culpables / [Lilian Olivares de la Barra].
237 p. : il.
Incluye bibliografía.
1. Abuso sexual infantil - Chile.
2. Derechos del niño - Chile.
3. Inmigrantes - Chile - Condiciones sociales.
I. t.
2014 362.760983+DDC23 RCAA2
ÍNDICE
Prólogo
Capítulo 1 · Tambo Quemado
Capítulo 2 · Cama de espinas
Capítulo 3 · La Cenicienta
Capítulo 4 · El miedo
Capítulo 5 · Incendio en Carrizal
Capítulo 6 · La gran sospecha
Capítulo 7 · Atrapado
Capítulo 8 · Pruebas del crimen
Capítulo 9 · Juicio oral
Capítulo 10 · Justicia humana
Capítulo 11 · El humano testimonio de una jueza
Epílogo
La historia en imágenes
Cronología en la historia de los Pacajes Canqui
PRÓLOGO
Hubo una vez en el norte de Chile una niña boliviana llamada Paola. Digo boliviana porque es posible que, si no hubiera tenido esa nacionalidad, si no hubiera sido inmigrante, no le hubiera ocurrido lo que le sucedió.
Paola Pacajes Canqui.
La primera vez que el abogado Ramón Suárez me habló de ella, me dijo que era una cenicienta a la que nunca le calzó el zapato. Y esa frase que me siguió rondando se hizo carne cuando, a pedido de la Fundación Amparo y Justicia, me dediqué a averiguar su vida desde el día en que su madre, la entrañable Mery Canqui, cruzó la frontera vestida como las típicas mujeres aimaras en busca de mejores horizontes en el norte y formó familia con Simón Pacajes, boliviano como ella.
Fundación Amparo y Justicia, que dirige Ramón Suárez, supo de la existencia de Paola cuando la Unidad Regional de Atención a Víctimas y Testigos (URAVIT) de Copiapó recurrió a esa entidad en busca de ayuda. Fue a mediados del año 2011.
En julio de 2013, la institución me invitó a escribir un libro sobre esta historia. Los numerosos casos de abusos sexuales a menores de edad que se conocían a través de la prensa habían sensibilizado a la opinión pública y puesto el tema en la agenda-país. Pero ninguno de ellos revelaba el rostro más oscuro de la infancia negada, esa que intenta amparar la Fundación, como el que me tocó conocer a través de este encargo.
Se trata de un fenómeno que está surgiendo especialmente en las zonas mineras, donde llegan centenares de extranjeros humildes en busca de plata rápida. Son gente joven, que tiene hijos y que, por satisfacer la necesidad vital de alimentarlos, se ven obligados a dejarlos al cuidado de extraños y finalmente terminan en la vagancia. Esos niños hijos de inmigrantes están palpando los peligros de la calle y el abuso por su condición de afuerinos.
Le pasó a Paola y aún peor.
Este libro cuenta la historia de una niña abusada no sólo por la vida de calle, sino por las propias instituciones destinadas a brindarle protección a la infancia. Por momentos se puede leer como una novela. En algunos pasajes puede parecer un cuento policial donde se busca al culpable. Pero, finalmente, termina siendo un reportaje-denuncia contra los servicios dependientes de SENAME, los tribunales de familia, incluyendo a los jueces, curadores ad litem y sus consejeros técnicos, las autoridades y todos quienes permitieron que sucediera lo que le ocurrió a Paola.
Recorrí Copiapó, Carrizal Bajo, Vallenar, La Serena y Santiago en busca de los hilos de esta trama. Compartí momentos familiares inolvidables con los Pacajes Canqui, de alegrías y de penas insondables.
Me estremecí con el relato de una asistente social que logró levantar el velo de algunos de los secretos de Paola y que siente la impotencia de no haber hecho más. Quedé admirada con la honestidad profesional de una jueza que hizo un descarnado mea culpa, dejando en evidencia no sólo sus errores, sino que también las increíbles negligencias que se cometen en un sistema judicial de familia que urge rectificar.
Y conocí al asesino. Y a la cuidadora de Paola. Y a la anciana que compartía con ella la habitación cuando en Carrizal Bajo ocurrió la tragedia.
Lo que hay en este escrito no hubiera sido posible sin la generosa colaboración del equipo de profesionales y asistentes de Amparo y Justicia, que puso a mi disposición todos sus conocimientos, tiempo, archivos y apoyo logístico para que tomara forma la historia de Paola.
Agradezco a la Fundación la oportunidad que me dio de escribir para revelar lo que nunca se atrevió a decir la niña boliviana.
LILIAN OLIVARES DE LA BARRA
CAPÍTULO 1
TAMBO QUEMADO
Todo terminó en Carrizal Bajo.
Mery Canqui no estuvo ahí. No conoció hasta entonces esa caleta de pescadores ubicada a tres horas de Copiapó, donde las aguas calmas y cristalinas no se condicen con el extraño letrero que alguien colocó al llegar al lugar donde suelen ir los vallenarinos de veraneo: “Cuidado con el cuco”.
Paola, su hija, pasó dos veranos en Carrizal Bajo. Todavía la recuerdan el dueño de la botillería de la esquina, donde compraba fósforos, el del almacén de la vuelta, donde iba a buscar el pan, y la alcaldesa de Mar, encargada de velar por el cumplimiento de la normativa marítima.
Apenas alcanzaba, empinada, el mesón del almacén.
La veían, también, en la improvisada tienda que instalaba cada verano doña Leo, su cuidadora, en la esquina de las calles Errázuriz con Freire, frente a la cancha de fútbol. Ahí ayudaba a doña Leo a vender su mercadería, ropa que traía de la ciudad, verdura y papas fritas. Y en la casa del lado, la pintada de amarillo, estaba la abuela. Paola dormía en la pieza de la abuela, la madre de doña Leo, separadas sus camas por un pequeño velador.
Si uno caminaba en dirección al Pacífico, por Freire, llegaba a la caleta. No eran más de cuatro cuadras. Pero nunca nadie vio a Paola jugando en la playa. La niña boliviana, de ocho años, tenía otras ocupaciones.
Mery Canqui nunca estuvo ahí. Aunque después que pasó aquello que dio origen a esta historia, una tarde de angustia como tantas que siguieron después de los hechos, Mery vio a su hija en la playa de Carrizal Bajo.
No había pasado más de una semana. Estaba esa tarde en la cocina de su casa en Copiapó, terminando de lavar unos platos, cuando pensaba y volvía a pensar que las cosas no podían haber sido como le dijeron. De repente, se sintió traspuesta y entró en una especie de sopor. Se escuchó diciendo:
—Paola, Paolita, hija, dime qué te pasó.
Y entonces la vio en la playa, en Carrizal Bajo, desnuda a la orilla del mar. Tenía sangre en el cuerpo. Su niña, su pequeña Paolita.
—¡Dime quién fue!
Volvió a escucharse a sí misma.
Al día siguiente, en la feria, casi se estrelló con un hombre y supo que era él.
* * *
Tres horas y 22 minutos separan a Arica de Tambo Quemado. En esa localidad boliviana, fronteriza con Chile, nació Mery Canqui Atahuichi el 18 de abril de 1973.
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