En Brasil, la actividad artística e intelectual no era comparable a la de los virreinatos españoles –aunque no era insignificante, en especial en el siglo XVII, gracias a las obras del jesuita Antonio Vleira (1608-1697) y del abogado Gregorio de Matos (1633-1696)–. Los colonizadores portugueses no se vieron confrontados a culturas indígenas avanzadas, como la azteca, la maya o la inca, de modo que no tuvieron la necesidad de competir con estas, creando sofisticadas sociedades como los virreinatos españoles. Los templos aztecas fueron transformados en catedrales barrocas. Más aún, al permanecer cerca de la costa, los portugueses no emprendieron campañas épicas a gran escala ni migraciones masivas, como los españoles. Desde el principio, quizás a causa del carácter de los portugueses, Brasil estuvo más abierto a la influencia europea y fue menos confrontacional en su contacto con los pueblos originarios. Contrariamente a España, Portugal, donde los árabes habían sido derrotados mucho antes, no estaba absorbido por asuntos de pureza racial o doctrinaria. Por lo tanto, no se propuso convertir a los indios con el mismo celo. Entonces, como era de esperar, los relatos más apremiantes del encuentro entre las culturas son aquellos escritos por Jean de Léry en su Historie d’un voyage faite en la terre du Bresil autrement dite Amérique (1578), que aún son leídos con deleite por escritores y antropólogos.
La literatura de América Latina en tanto actividad consciente de sí misma surgió como resultado del proceso de la independencia, durante las primeras décadas del siglo XIX. Mientras los ex virreinatos y otras subdivisiones políticas (tales como las capitanías generales y las jurisdicciones de las audiencias) se convertían en naciones, sus elites aspiraban a fundar literaturas individuales. Una nueva nación tenía que tener una expresión de su propia esencia en el arte. Copiados de los modelos napoleónicos, al igual que los coloridos uniformes de sus ejércitos, estos nuevos estados redactaron constituciones, organizaron poderes legislativos, compusieron himnos nacionales e idearon banderas y una completa heráldica de legitimación y poderío. Su historia fue monumentalizada, los héroes, conservados y venerados y las estatuas, erigidas. La originalidad de cada nación, su carácter único, tenía que ser expresado y preservado. Los mitos nacionales se convirtieron en los cimientos de las literaturas nacionales, en extensos poemas dedicados a la naturaleza americana, como las odas de Andrés Bello.
La actividad literaria salió desde la celda monástica, el púlpito y la corte virreinal y se dirigió hacia los cenáculos, los cafés y los clubes políticos, los recientemente fundados periódicos y las gacetas. Los fundadores de las naciones y las literaturas a menudo eran los mismos. Se desarrolló la literatura latinoamericana en medio de una intensa actividad política, un rasgo que aún no ha perdido y que colorea muchos de los cuentos que empezaron a publicarse. (En suma, la política se convirtió tanto en un motivo de orgullo como en la plaga de la literatura latinoamericana moderna.) Intelectuales y escritores de diversos países latinoamericanos se reunieron en París alrededor de 1830, donde descubrieron sus parecidos y diferencias. Se trataba de exiliados, diplomáticos, hombres jóvenes enviados a Europa para ser educados allá. Por razones geográficas y políticas, habría sido imposible que se reunieran en cualquier ciudad de América Latina, de modo que su destino común, París, se convirtió en la cuna de la literatura latinoamericana moderna. Por supuesto que Francia era el eje de la actividad artística e intelectual de Europa y el lugar donde el cuento estaba consolidado como género, en las obras de escritores como Guy de Maupassant, Flaubert y muchos otros. Los modelos de las gacetas latinoamericanas eran, inevitablemente, sus contrapartes francesas. Lo mismo ocurrió con los cuentos. Los escritores latinoamericanos aprendían de los suplementos literarios que leían, imitaban y, a menudo, traducían.
Si el espíritu romántico celebraba lo particular, lo individual, lo local y lo diferente, en contraposición a las normas y reglas abstractas que el neo-clasicismo dictaba, entonces existía una contradicción en las actividades de los artistas e intelectuales latinoamericanos en París y en otros lugares. ¿Había una sola literatura latinoamericana o había muchas? Si una determinada conciencia, nacida de un entorno natural y social determinado, creaba el arte, entonces tenía que haber una literatura mexicana, una argentina y una chilena y no una latinoamericana. Este es un problema que no ha sido resuelto a nivel teórico, pero sí lo ha sido a nivel práctico. El imperio español había sido programadamente uniforme en cuanto a la lengua, le ley y la religión, razón por la que los nuevos intelectuales y artistas y sus sucesores hasta nuestros días, pensaron y siguen pensando que son muchas las cosas que tienen en común. Además, las comunicaciones modernas hicieron posible el intercambio de libros panfletos, ideas y los encuentros en Europa o en la misma América Latina. Fue posible para ellos conocerse, buscarse y publicar antologías que incluían las obras de escritores de varios países (la primera fue América poética, compilada por el argentino Juan María Gutiérrez, que apareció en Chile en 1846). Los escritores latinoamericanos más importantes conocen la obra de sus colegas y sienten que pertenecen a una tradición continental, a pesar de reconocer que trabajan al interior de literaturas nacionales que les proporcionan instituciones como las editoriales, empleo y las posibilidades de viajar. Con las excepciones usuales, a menudo causadas por la persecución política, los mejores escritores se empinan a la cima y dialogan con sus colegas, más allá de las fronteras nacionales.
La principal innovación en la literatura romántica latinoamericana del siglo XIX fue el empeño de mirar lo más directamente posible la realidad del continente, tanto la de la naturaleza, como la de la sociedad, en lugar de hacerlo a través del discurso de la filosofía neo-escolástica. Este cambio, que por supuesto había tenido lugar en Europa durante la Ilustración, llegó con demora a las antiguas colonias españolas, a raíz de la minuciosa perfección del adoctrinamiento católico, que estaba aliado a las instituciones de la Corona. En Brasil, este cambio hacia la observación directa de la realidad ocurrió algo más temprano e incidió en la fundación de agencias estatales dedicadas al propósito de aprender sobre los abundantes recursos naturales del país.
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