Borja D. Kiza - Antropoceno obsceno

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""Mi amigo J y yo estamos básicamente de acuerdo: este mundo apesta. Nuestra única diferencia es que yo me quejo y él ha decidido disfrutar de la vida".
Para responder a la indiferencia de su amigo, el autor emprende un viaje lleno de encuentros esclarecedores pero no exento de escalas absurdas, poéticas, fracasadas, imaginarias…
¿Qué lógica subsiste en el Antropoceno, esa palabra que cada vez se pronuncia más y sin reparo? ¿Entendemos realmente lo que esconde este término? ¿Es un concepto que nos ayuda de verdad a comprender nuestra época o en el fondo se trata de una cortina de humo que sirve para engañarnos y retrasar el cambio de estilo de vida que las sociedades occidentales demandan con urgencia?
Antropoceno obsceno —híbrido de ensayo, reportaje periodístico y diario íntimo— propone un itinerario tan serio como delirante del Antropoceno (o Antropobsceno, en palabras del autor) para adentrarse en las cuestiones sociológicas, filosóficas, económicas, culturales, creativas… que conforman este nuevo mundo y tiempo en ocasiones obscenos.
Las entrevistas a Edgar Morin, Bernard Stiegler, Yayo Herrero, Gilles Clément, Valérie Chansigaud, Santiago Cirugeda y otros expertos de diversas disciplinas acompañan una lectura libre de formas y formalismos que no por ello renuncia al rigor que el tema y esta época exigen."

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En ciudades como París, donde los cataríes compran vecindarios enteros en el barrio de la Ópera y los fondos de pensiones ingleses y americanos compran inmuebles, hoteles e incluso negocios con actividad económica, el margen de maniobra es limitado. Pero si hubiera un o una alcaldesa que municipalizara el suelo, estableciera un bloqueo de los alquileres y organizara de otra manera la política inmobiliaria y territorial, la situación cambiaría. Obligatoriamente, perdería cierta fuerza durante un tiempo porque el capitalismo se lo haría pagar, pero una ciudad como París es sólida y al cabo de dos o tres años los turistas volverían y los capitalistas también. Yo creo que hoy esta relación de fuerzas no es apreciada en su justo valor por los responsables políticos, que van en el sentido del capitalismo planetarizado y hacen que ciudades como París se vuelvan lugares cada vez más homogéneos sociológicamente, de clase más bien alta, joven y relacionada con las nuevas tecnologías. Sin embargo, una verdadera ciudad es una ciudad variopinta, que contiene un abanico de edades, orígenes étnicos, lenguas... Igual que hay una biodiversidad en la naturaleza, hay una diversidad socio-cultural en las ciudades que hay, sin duda, que cultivar.

Mientras transcribo a Paquot, leo en la prensa que hace dos noches que los franceses ocupan la plaza de la République en París. En España, los medios relacionan la noticia más o menos con el proceso iniciado tras el 15-M3 en Madrid y otras ciudades. Algunos insinúan que las consciencias francesas están ya suficientemente maduras como para iniciar un movimiento ciudadano de envergadura. Maduras... ¿o podridas?

El paro sube lenta pero imparablemente desde hace años aquí. La gente pasea entre militares con metralleta desplegados por el estado de emergencia. El espacio de vida común se carcome, constreñido entre el racismo y el terrorismo. El gobierno socialista al que votaron confiando en sus valores de izquierda ha aplicado muchas de las medidas más conservadoras del país en décadas. La extrema derecha es, por el momento, la única fuerza capaz de aglutinar y rentabilizar políticamente el descontento popular. [Finalmente Enmanuel Macron y su proyecto En Marche! aprovecharán electoralmente esta frustración social antes de desatar, a finales de 2018, una de las mayores protestar ciudadanas de los últimos años en el país: el movimiento de los gilets jaunes.4] Los casos de corrupción en masa, que hasta ahora parecían una enfermedad limitada a los países del Sur, empiezan a aflorar en los despachos más respetados... Cada día los franceses ven más claro que, en el fondo, no son muy diferentes de los españoles, los griegos, los portugueses, los irlandeses... Los «pigs»5 de Europa.

¡Bienvenidos, vecinos! ¡Nuestra pocilga es vuestra pocilga! ¡Oink, oink...! Nada que reprocharles. Me digo que también nosotros necesitamos un buen número de revolcones en el fango y alcanzar un alto grado de putrefacción antes de reaccionar. Y, en todo caso, ¿para qué han servido nuestras pataletas? Me pregunto si el capitalismo, sistemáticamente, crea el caldo de cultivo de su propia destrucción y luego se lo bebe, a modo de vacuna, con el fin de inmunizarse de todas sus posibles amenazas. Pero, ¿qué sabré yo del capitalismo?

—¿Hay algo que pueda amenazar de verdad al capitalismo?

—Los movimientos de contestación, si algún día los hay, serán llevados a cabo por la clase media, un poco como los «indignados» de España. No serán los más pobres ni tampoco los más ricos. La clase media hoy constata que el sistema no funciona y que esto que vivimos no es normal. Sin embargo, como no cree en la política en su sentido clásico, lo manifiesta pero no desea ser elegida. En América Latina hay muchos partidos políticos en los que el candidato, la cara visible, aunque sea el más votado, no irá al Ayuntamiento. No quiere. Lo que quiere es que sus ideas orienten el debate público y que el número dos, que será efectivamente alcalde, esté obligado a dirigir el debate y sus promesas.

Pienso en Christian Schwägerl,6 que en La era del hombre: ¿destruir o replantear? La época decisiva de nuestro planeta dice: «La historia post-Revolución francesa y post-Revolución industrial se construye en el cuerpo de la clase media mundial.» Por ahora, no soy capaz más que de generar preguntas, y ni siquiera estoy seguro de que no sean completamente estúpidas...: ¿somos, entonces, la clase media occidental los responsables del lugar en el que nos encontramos hoy y de la situación a la que hemos llevado al planeta? ¿Somos los culpables del Antropoceno? Si es así, ¿cuál es el siguiente paso que forzaremos a dar a la humanidad? ¿El de la salvación o el del descalabro definitivo?

A J le da igual el futuro que él mismo genera, él no estará aquí para verlo. Y yo veo que, sin darme cuenta, nos defino, a J y a mí, como «clase media occidental». No me siento del todo cómodo con la etiqueta: ¿qué tengo que ver con un obrero de Leeds que trabaja desde sus dieciséis años y que hoy gana tres veces mi salario; con una repartidora de correos de Roma con su puesto de funcionaria asegurado o con una diseñadora web treintañera de Hamburgo que malvive y malcome en un pequeño estudio pero tiene un teléfono de alta tecnología y va a yoga todos los miércoles? J diría: «Todos nosotros, no somos ni ricos ni pobres». Pero, cada vez más a menudo, yo me confronto a otra definición igualmente inexacta y válida de nuestra clase: todos nosotros, somos pobres para los ricos y ricos para los pobres. Con los problemas de comunión social que ello suscita. Me permito, por ahora, aceptarme sin más como parte de esta vasta y basta barrica en fermentación que es la «clase media» europea. No puedo definir todo al milímetro a cada paso, se trata de avanzar. Schwägerl añade en su libro:

Hoy, la tensión mundial no es menor que la que precedió a la Revolución francesa. El Banco Mundial describe así el futuro: «En 2030, 1.200 millones de habitantes de países en vías de desarrollo formarán parte de la «clase media» mundial, es decir, un 15% de la población mundial, contra 400 millones hoy.» Pero, al mismo tiempo, [la clase media] está demasiado centrada en ella misma y no se preocupa suficientemente por la pobreza. Sus miembros no constituyen solamente el patrimonio histórico de la Revolución francesa, ellos diseñan igualmente la silueta del futuro. Dado que casi todo el mundo quiere vivir como ellos y que representan el modelo de vida deseado por excelencia, deben plantearse las siguientes cuestiones: ¿cómo vivimos, cómo podríamos vivir y cómo deberíamos vivir?

¿No entiende J la enorme responsabilidad con la que nos carga Schwägerl?

—Dentro de poco, el «nosotros» puede que incluya también a los robots.

—Estamos en los comienzos de la robotización, que va a llegar más rápido de lo que pensamos. Yo estoy en contra del Ministerio de Trabajo, creo que habría que crear un Ministerio de la Realización Personal que no se obsesione por reducir la tasa del paro, porque no va a hacer más que aumentar. Quizás nos hace falta recuperar el sentido inicial de «chômage» [«paro» en francés], es decir, del día de descanso en el que no trabajamos, un día para uno mismo, y no usar la palabra «paro» para estigmatizar al parado y marcarlo como alguien que no sirve para nada y que no trabaja. Hay que cambiar la mentalidad de la gente y crear un sistema de ayudas completamente diferente. El dinero está ahí, eso no es un problema, es cuestión de una nueva repartición y organización. Y hay que hacer entender a los estudiantes que salen del instituto y de las universidades algo que es bueno para ellos: que van a hacer varias cosas en su vida. Quizás tendrán un proyecto como arquitectos durante seis meses, después, en vez de tener seis meses de paro, lo llamaremos de otra manera y se ocuparán de su jardín, después darán cursos de música en el conservatorio, porque son músicos, después tendrán otro proyecto de arquitectura, después serán profesores durante un año... Este encadenamiento de actividades debe ser valorado por la sociedad en vez de estar estigmatizado como un recorrido atípico. Es simplemente un recorrido impuesto por el sistema capitalista. Hay que responsabilizar al sistema capitalista y decirle: vosotros precarizáis a todo el mundo, pues vamos a modificar la precarización porque, si no, somos nosotros los que vamos a intentar precarizar el capitalismo.

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