Lo contrario a este cosmopolitismo urbano era lo que pretendían aquellas pocas piezas de arquitectura urbana señaladas en los párrafos siguientes, que buscaban ser referentes paliativos y regeneradores de la ciudad, como en muchos casos verdaderamente ocurrió. Inicialmente, estas obras no fueron pensadas como parte de un proyecto más amplio, sino como acciones aisladas, con la intención de que en un futuro vago sirvieran como parte de un proyecto mayor no formulado entonces. En muchos de esos casos, los proyectos urbanos diseñados posteriormente las tomaron en cuenta, las tuvieron como punto de partida o las incluyeron como determinantes.
En Medellín fueron varias las obras significativas que pretendieron esta revitalización urbana. Una primera obra por destacar es el proyecto del Teatro Metropolitano, inaugurado en febrero de 1987, con diseño del arquitecto Óscar Mesa Rodríguez. Este, junto con el cercano Palacio de Exposiciones, construido en los años setenta, se convirtió en determinante para el desarrollo posterior del sector de La Alpujarra II, complementario al centro administrativo. La imagen arquitectónica, clara y contundente por sus prismáticos y austeros volúmenes de ladrillo —un rigor y ortodoxia geométrica que se va descomponiendo en un juego de alturas, entrantes, vacíos, luces y sombras—, lo erigió desde entonces como un símbolo de la ciudad metropolitana y el hito obligado del desarrollo posterior del sector. Cinco años después, en 1992, se comenzaría a construir en sus proximidades, en la parte norte, la sede administrativa de las Empresas Públicas de Medellín, la cual se inauguró en 1996:27 un edificio que se convertiría en el ícono urbano de los años noventa, reconocido popularmente como el “Edificio inteligente”. Ambas construcciones se convirtieron luego en parte y contraparte de los lenguajes con los que se definió e hizo tránsito la arquitectura urbana durante estos años, no solo en Medellín sino también en toda Colombia. Mientras en el Teatro Metropolitano el arquitecto apela con virtuosismo a una tradición moderna colombiana, por el carácter de sus formas y el uso del ladrillo, en el nuevo edificio se incorpora una versión local del high tech, es decir, arquitectura de alta tecnología, tratando de seguir las formas del edificio Lloyds de Londres, terminado de construir en 1986 con diseño del arquitecto Richard Rogers, siendo el de Medellín, más que un homenaje o una reinterpretación, una cita literal. Entre la acomodación topológica del primero y la novedad relumbrante del segundo, se fue dando forma a un área de expansión del centro de Medellín, para reconfigurar una centralidad metropolitana acorde con la realidad territorial, la cual, desde el urbanismo y la arquitectura, tendría una segunda etapa, a partir de 1998, dentro de un plan parcial, como parte de los proyectos del pot.
Ya no con piezas arquitectónicas de nuevo diseño y en áreas vacantes por fuera del propio centro, sino en el interior de este y acudiendo a lo preexistente, se trató de reorientar la manera de concebir la ciudad. Ante el arrasamiento de la arquitectura histórica en beneficio de la comercial, se dio inicio a la recuperación de un número limitado pero representativo de edificios históricos, pretendiendo con ellos intervenir a su vez el entorno inmediato. El Paraninfo de la Universidad de Antioquia y la Plazuela de San Ignacio, el Palacio de la Cultura y la Plazuela Nutibara, la Estación del Ferrocarril de Antioquia, el Puente de Guayaquil y el sector aledaño de la antigua Plaza de Cisneros son representativos de este tipo de intervenciones.
La restauración del Paraninfo de la Universidad de Antioquia28 se inició en 1986, y una primera etapa culminó en 1993, con el complemento de la intervención sobre la Plazuela de San Ignacio. La totalidad de la restauración continuaría hasta 1999. Allí se recuperó un pequeño oasis interior de patios, jardines, claustros y galerías, ajeno al tráfago exterior, lo mismo que tres fachadas urbanas, entre ellas la del acceso que está sobre la propia plazuela, que, con la intervención en pisos, monumentos, amueblamiento y arborización, revaloró un recinto urbano, pequeño en dimensiones y escala, pero significativo en términos urbanos e históricos. La restauración en tal sentido fue integral, pues abordó tanto el edificio como el espacio público.
La acción emprendida implicó la recuperación del sector, al que se le sumaría uno de los pocos edificios nuevos, representativos, de singular valor, cualificados y aportantes a la configuración del paisaje urbano en el centro de la ciudad, esto es, el edificio de la Unidad de Servicios San Ignacio de la caja de compensación Comfama, un proyecto diseñado por el arquitecto José Nicholls Posada (Codiseño J. Nicholls P. Ltda.), que planteaba un reto por la ubicación sobre el costado sur de una plazuela singular por su rectangular y mínima forma, por el valor histórico y por el grupo de edificios ubicados allí, pues aparte del Paraninfo de la Universidad de Antioquia están la iglesia y el claustro de San Ignacio, además de otros edificios del siglo xx, también importantes en su arquitectura. La obra realizada allí mantuvo la relación mediante una fachada de dos pisos, que complementa el marco de la misma y la escala. Un soportal o arcada en la fachada sobre el mismo andén establece el diálogo del edificio con el espacio público, y crea un recinto urbano para el usuario y el peatón; casi sobre el eje de la fachada, se levanta la torre de oficinas, con la parte menor del volumen sobre la fachada principal. Se destacan en este proyecto la arquitectura contemporánea de líneas posmodernas con gestos historicistas —frisos, cornisas y balaustres— y volúmenes grisáceos en bloques de texturas, en un conjunto que complementó y le dio vitalidad a esta parte del centro de Medellín a principios de los años noventa, lo cual se complementaría en los últimos años con la intervención en el claustro de San Ignacio y, en la parte contigua, con la restauración de la Facultad de Derecho —entre los años 2006 y 2007—, hasta recuperar y configurar uno de los pocos sectores históricos de la ciudad.
El antiguo edificio de la Gobernación de Antioquia o Palacio de Calibío, al ser trasladadas las oficinas administrativas a La Alpujarra, fue transformado en el Palacio de la Cultura Rafael Uribe Uribe. El proyecto de restauración del edificio se adelantó entre 1987 y 1999, recuperando la arquitectura y los espacios interiores después de años de deterioro, alteraciones y desidia. Sin embargo, la articulación de este edificio con la ciudad fue traumática, en la medida en que el espacio público complementario, esto es, la Plazuela Nutibara, fue cercenada con las obras del viaducto del Metro, el cual se empezó a construir también en 1987. Además de eso, el propio viaducto ocultó la fachada principal, pues la mole de cemento se construyó a pocos metros sobre el espacio público y a la altura de los pisos superiores del palacio, lo que constituye un acto de poca sensibilidad y sin ninguna consideración por la escala y las proporciones. Las obras de intervención en el espacio público del Metro trataron de paliar la crítica situación mediante el rediseño de la plazuela y la construcción de un pequeño anfiteatro para eventos culturales públicos, enmarcado por un edificio comercial; modificaciones que duraron poco tiempo, pues para el año 1999, con el proyecto Ciudad Botero, se demolieron las obras recién construidas y las viejas edificaciones aledañas, con lo que el palacio quedó como el único edificio de la manzana. En medio de esta propuesta, el edificio diseñado por el arquitecto belga Agustín Goovaerts en los años veinte, del cual solo se construyó una cuarta parte, se mantuvo con su controversial arquitectura en el foco de interés, ya no como sede de la institución política, sino como hecho patrimonial y cultural, pero definiendo con su simulada imagen pétrea el desarrollo urbano posterior en sus inmediaciones.
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