b) Monólogo interior peyorativo: se da en aquellos que no advierten que las nociones, percepciones, opiniones y juicios afectan directamente las emociones y el comportamiento. Si tuviésemos que calificarnos, de un modo global, nuestro monólogo, ¿qué calificación le pondríamos hoy?, ¿podríamos cambiar el adjetivo peyorativo? Si la respuesta es sí, ¿qué adjetivo lo pondrías? Nuestras preocupaciones y ansiedades actuales están imbricadas en nuestro monólogo interior. Posemos nuestra mirada en el aspecto cognoscitivo, en las nociones o falsas creencias. Son las que subyacen en el monólogo interior peyorativo, como pueden ser los siguientes: “Yo no he sido lo suficientemente bueno”. “No puedo esperar que Dios me bendiga, ayude, proteja”. “No puedo pretender que mi amigo vaya a la iglesia. Tal vez piense que soy muy religioso y eso le puede molestar”.
La diferencia nocional es la que más incita un estado de ansiedad cronificado. Por eso, la solución está en asumirlas para luego redimirlas… Aunque parezca insólito, más de una vez, no logramos sanar la deficiencia porque no captamos específicamente a qué nivel o en qué plano esta: nocional, afectivo o religioso.
Para poder detectar cada vez más y con mayor precisión nuestro cometido, invito a profundizar estas pistas de reflexión a fin de disminuir o llegar a liberar posibles ansiedades que nos angustian y debilitan la vida.
Nos preguntamos, nos respondemos:
Como ambientación, entiendo que no está demás formularnos estas preguntas:
¿Aprendimos de otras personas a “vivir ansiosamente” o a preocuparnos de todo en vez de ocuparnos de…?
¿Cómo fue que llegamos a tener miedo del rechazo de otra gente, de morir, del fracaso, de lo que los otros pueden opinar o decir, de que no les guste porque tenemos poca o mucha cultura, etc.?
¿Tenemos la sensación de riesgo, como si pudiéramos ser atacados, castigados o heridos de alguna forma?
¿Nos sentimos tensos?, ¿cuál es la causa?
¿Experimentamos “acorralamiento” ?, ¿atinamos a pensar qué hacer?
¿Pedimos consejo u oración a un referente en la vida de la Iglesia?
¿Cuáles son nuestras alertas hoy, psicológica, biológicas, espirituales?
¿Tenemos “emociones amenazantes hoy” tales como la soledad, quedarnos sin trabajo, el deterioro y otras?
¿Nos falta el aliento? ¿Buscamos aliento en alguna parte de la Iglesia?
¿Nos falta formación, aquella que da forma a nuestra existencia cristiana?
¿Descubrimos cómo estamos a la expectativa de problemas?
¿Nuestros pensamientos se centran en la incomodidad y en la tragedia?
¿Vemos los noticieros para alimentar la tragedia en nosotros o para enterarnos de las noticias?
¿Pensamos, a menudo, en las posibles consecuencias desastrosas que podrían llegar a producirse?
¿Nos resulta difícil pensar en Jesús? ¿Qué abarca e implica pensar en Jesús?
“El corazón del hombre se fija un trayecto,
Pero el Señor asegura sus pasos”.
Proverbios 16, 9
4ª Predicación: “Ansiedad IV”
“El insomnio del rico acaba con su salud,
sus preocupaciones no le permiten dormir”.
Eclesiástico 31, 1-2
Muchas veces, sin darnos cuenta, atribuimos a ciertas cosas mayor importancia de la que realmente se merecen. Tal vez, tenemos nuestras expectativas, como en el caso del “insomnio del rico” que puede ser traslado a planes, proyectos, personas… Y parece que todo se nos viene abajo. La impresión es real dado que experimentamos una situación de derrumbamiento interior. Podríamos decir que es una situación de catástrofe interior. Y si nuestro interior es afectado por situaciones no generadas por nosotros, corremos el riesgo de prevaricar en la fe. Todos sabemos que opinar sobre otros no resulta tan complejo… No obstante, el munido interior de cada persona debe ser cuidado como lo más preciado.
El punto candente, como objeto principal de nuestra reflexión, pasa por evaluar si la preocupación que me produce ansiedad se debe que la absoluticé. El único absoluto es Dios, el único indispensable es él. Como nos advierte el libro del Eclesiástico, el capítulo 43, 27-28: “Podríamos decir muchas cosas y nunca acabaríamos. Mi conclusión es que sólo Dios lo es todo… ¡Él es más grande que todas sus obras!”
En la existencia humana hay situaciones diversas. Una de ellas se puede dar en el orden afectivo. Cuando nos propusimos conquistar un afecto y el ser amado dio su preferencia a otra persona, entonces, en vez de obsesionarnos en desplazar a esta otra persona, es mejor decir: “Señor, yo estoy hecho para algo infinito, estoy hecho para ti. Ese amor que me obsesionó no debe ser el centro de mi vida. No quiero arrestarme detrás de nada, porque tú eres el único absoluto.
Cuando en nuestro corazón colocamos algo “en lugar de Dios, la ansiedad se apodera de nuestra vida interior.
Aquí propongo advertir, evaluar y compartir el grado de propensión perfeccionista que tenemos.
La propuesta de Jesús: “Sean teleiós -completos, plenos- como el Padre Celestial”. Esto es una vocación al crecimiento, al perfeccionismo.
El obseso – compulsivo tiende mucho más que a crecer, a ser perfecto. Este es un doble diagnóstico de la ansiedad en el orden psico – espiritual.
“Obsesivo” tiene que ver con la mente. Una persona obsesiva piensa y re – piensa casi de modo constante sobre su obsesión, sea cual sea. No se propone descomprimir a través de una entrega de aquello que lo obsesiona, al Señor. El término “compulsivo” hace referencia al comportamiento o a la forma de obrar. Las personas compulsivas tienen que hacer, hacer, hacer. Un compulsivo puede llegar a lavarse las manos veinte veces al día…
El obseso compulsivo muchas veces no reconoce su tendencia perfeccionista, en el sentido en que la vamos entendiendo y es por eso que casi no se aceptan los errores que cometen. Lo que se plantea es que pueden decir lo que quieran respecto a la aceptación de su condición imperfecta, pero su discurso se lo lleva el viento en cuanto cometen un error. El grado en que experimentamos y actuamos según esta obsesión y compulsión es directamente proporcional al grado en que el sufrimiento es inevitable.
También es cierto que cuando conseguimos algo que nos obsesiona, la ansiedad nos puede carcomer por miedo a perder lo que conseguimos.
Observemos si no tendemos hacia querer tenerlo “todo”, en vez de conformarnos con “algunas cosas buenas”. Es cierto que hay que tener sueños (proyectos) y trata de mejorar, pero sabiendo que todo tiene un límite, que no somos todopoderosos ni infinitos. Y lo más importante, saber disfrutar de las pequeñas cosas que tenemos ahora, sin estar pensando en las que no tenemos.
Por lo general, luchando por el futuro, nos perdemos el presente. Y nos puede suceder como el hombre rico. Acudamos al Evangelio de Lucas, 12, 16-21: “Este hombre tenía muchas riquezas, pero nos las disfrutaba porque estaba obsesionado por acumular. Al final, cuando se sintió conforme con lo que tenía, le llegó la muerte, y ya no pudo aprovecharla”.
Puede ocurrir que no sea nuestro interés acumular dinero. Sin embargo, no nos sintamos fuera de este terreno. Existe la tendencia a acumular logros, objetos; obras que alimentan nuestro orgullo. Y en esa ansiedad por conseguir ciertas cosas, no nos detenemos, no disfrutamos lo que poseemos ahora entre las manos.
De lo contrario, la vida se nos va acabando sin vivirla. Por eso, terminamos debilitándonos, llenándonos de angustias tontas.
Nuestro secreto consiste en aceptar que Dios sea Dios en nosotros. Aquello de Gálatas 2, 20: “… y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí; la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dos, que me amó y se entregó por mí”.
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