La perturbación que engendra la ansiedad se diferencia de otras neurosis porque somos incapaces de precisar la incertidumbre y aprensión. No hay origen objetivo. Esta aprensión se conoce como ansiedad flotante. Mientras quien padece de fobia fija su ansiedad en un objeto específico, quien padece de neurosis de ansiedad está ansioso en toda circunstancia.
Algunas personas padecen períodos de preocupación y angustia intensas. Estas ocasiones van acompañadas de una diversidad de síntomas físicos como dificultad en la respiración, sudor excesivo, dolores de cabeza, mareos, temblores, palpitaciones del corazón, nerviosidad y falta de sueño. Los ataques de ansiedad pueden volverse muy graves y a veces se requieren medicamentos para aliviar los síntomas físicos. La persona puede incluso llegar a temer una gran catástrofe que piensa que va a ocurrir. Algunos optan por la prescripción de sedantes a fin de que el ataque no siga su curso.
La persona ansiosa padece de sensaciones de aprensión y tensión en circunstancias en que una persona bien equilibrada experimenta poca ansiedad o ninguna. Al decir verdad, ¡cuán pocos son “los equilibrados”! El equilibrio se obtiene a base de renuncias (abnegación).
Los Padres de Oriente distinguían tres grados de renuncia:
1. Corporal: abandono de todo lo que se posee.
2. Psíquica: despojarse de las pasiones (afectos desordenados); los que están fuera de un proyecto de amor bendecido.
3. Espiritual: la eliminación de las opiniones propias (docilidad), un no a la autosuficiencia.
La renuncia es un proceso encauzado hacia la conversión en el que todo nuestro ser “alma, cuerpo, capacidad de trascendencia” comienza a ser transformado por Dios y por nuestro sí a su Evangelio. Toda renuncia es un despojo, una mortificación. Col 3, 9 y ss. nos dice: “… ustedes se despojaron del hombre viejo y sus obras y se revistieron del hombre nuevo, aquel que avanza hacia el conocimiento perfecto, renovándose constantemente según la imagen de su creador”. Tomemos ahora la perícopa completa de Col 3, 5-11.
Este “desvestirse” es para “vestirse”. Esta es la moral teleológica, que tiende a un fin. Y ¿con qué nos vestimos? Con las armas del cristiano, con los sentimientos de Jesús y con una nueva vida. Podríamos sintetizar el concepto en morir para vivir.
No obstante, el “convertido” tampoco está exento de momentos de ansiedad. En este caso, la ansiedad suele manifestarse inesperadamente. A pesar de ello, dado el proceso de integración y transformación del convertido, la misma convivencia con Dios Uno y Trino, le permite darse cuenta y realizar los esfuerzos necesarios (ascesis) para desalojas la ansiedad que lo sorprendió. La ascesis abarca una conducta perseverante y cierto sentido común evangélico. Esto es aceptar una gimnasia interior que no conoce reposo y trata de no ceder por cualquier motivo. Siempre tengamos presente que la ascesis no es un “angelismo” (negación), ni “masoquismo” (castigo). Lo que yace a la base de toda ascesis cristiana es el Amor de Cristo y por Cristo.
Ascesis significa asumir una disciplina de vida. Así como nos lo enseñan los Padre de la espiritualidad, a la ascesis debemos comprenderla como “colaboración humana en la obra de Dios”. La ansiedad es una condición mental que acecha tras gran parte de nuestra actividad. Condiciona nuestra vida de relación de muchas maneras. A menudo nos restringe y pone límites a lo que Dios puede hacer en nosotros.
Por supuesto, no toda la gente se pone ansiosa en la misma medida y por las mismas razones. En algunos, la ansiedad puede ser leve y puede ignorarla. En otros, resulta tan intensa que prácticamente se paralizan emocionalmente y dejan de funcionar. Algunas personas ansiosas pueden parecer controladas y cabales, mientras que otras aparentan que no pueden ocultar su nerviosismo. Por eso, en todos los casos, pedir ayuda a quienes verdaderamente pueden ayudarnos con su inteligencia, con su consejo financiero, legal, cuánto más si es un hombre del Espíritu, etc. Esto es altamente saludable.
Acudiendo a la función homeostática del yo –capacidad de síntesis. Coincidamos que el primer tipo de ansiedad es aquel que parece “venir de la nada”. De pronto, la persona se ciega, el temor lo sobrecoge repentinamente y sin previo aviso. Es sólo el primer tipo, no se acaba aquí… es la ansiedad flotante.
Hay un segundo tipo de ansiedad. Tal vez, es más corriente que el primero; es aquel que se parece a una vaga sensación crónica de temor. Se da un leve toque de incomodidad en el plexo solar (centro neurovegetativo periférico). Muchos llegan a acostumbrarse a esta molestia y con el tiempo terminan ignorando los pensamientos e imágenes atemorizantes que acechan al borde de la conciencia.
Un tercer tipo de ansiedad es el de aquellas personas que se sienten bien la mayor parte del tiempo. Logran mantener con cierta facilidad el estado de bienestar, porque lo que se causa temor es algo bien circunscripto y de lo cual pueden mantenerse alejados. Por ejemplo, si se descomponen a la visa de sangre, pueden casi siempre evitar mirar una persona que sangra. Hasta tienen la opción de cerrar los ojos o volver la cabeza para evitar ver sangre.
Un cuarto tipo de ansiedad es el que invade totalmente la vida de algunas personas. Crece y se multiplica al punto de que llegan a sentir temor de casi todo (pantofóbicos). No salen de la casa ni para hacer compras, ni al médico, ni siquiera para visitar a su mejor amigo. Por eso, en este sentido, en lo que hace a lo específicamente psiquiátrico, existe internación domiciliaria.
Queda un tipo más de ansiedad que aqueja a esas personas que se sienten plagadas de imágenes recurrentes o “voces internas” que anuncian desgracias; es lo que algunos psicólogos han llamado “monólogo interior negativo”. Lo que atormenta a estas personas es aquello que está provocado por un constante monólogo mental que les advierte lo que podría ocurrir y quizás les indica las precauciones que debieran tomar, para evitar las catástrofes que parecen acechar a cada paso. Por ejemplo: “Y si se me adhiere una persona aburrida en el intervalo del retiro espiritual y no me puedo liberar…”, piensan. “Sería mejor que no vaya al retiro”. Llega a hacérseles natural predecir resultados trágicos. Al dialogar con ellos se ve con claridad que todo es peyorativo… Como se dice con frecuencia: se inventan problemas. Y todo debe ser despojado. Cristo, el Señor, no nos quiere así.
Nos preguntamos y nos respondemos:
Descubramos diez palabras y/o conceptos constitutivos de la ansiedad que debemos tratar de desplazar de nuestra existencia cristiana.
2ª Predicación: “Ansiedad II”
“Alma mía, recobra la calma
porque el Señor ha sido bueno contigo”
Salmo 116, 7
En estos retiros sobre la ansiedad, propongo que tengamos en cuenta lo que nunca debemos perder de vista y es que la ansiedad se entrelaza con la angustia, con la amargura, los temores y los apegos.
Intentemos desenmarañar algo sobre las “perturbaciones y la amargura” que trae consigo un estado de ansiedad. Dice la Escritura, en Hebreos 12, 15: “Estén atentos que nadie sea privado de la Gracia de Dios, y para que no brote ninguna raíz venenosa capaz de perturbar y contaminar a la comunidad”.
Hay conflictos interiores que surgen de raíces bien identificadas, tales como las anteriormente citadas. Sin embargo, otras están soterradas. Una de esas es la raíz de la amargura, la cual causa desesperación y angustia. Una vida sustentada por la amargura no puede prodigar amor ni interés por sí misma. Menos aún, por los demás. La único que produce la amargura es la “opresión”. Esto nos lleva a entender qué es la acedia como vaciamiento de amor.
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