Claudio Rizzo - La ansiedad y nuestros interrogantes

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Así como Dios me ha permitido presentar en la Feria Internacional del Libro 2019 el libro que titulé «El Sentido de la vida», hoy me da la bendición de publicar «La Ansiedad y nuestros interrogantes».
Vivimos en un mundo muy desordenado en el cual las personas viven bajo el influjo de una ansiedad flotante. Al cronificarse este modo de vivir, «el sentimiento de prisa y preocupación», hace lo suyo: roba el presente real y tensa hacia un futuro irreal, lo cual genera que, frente a las aspiraciones trascendentales que cada persona posee, se busquen caminos, salidas que no son siempre Jesucristo el Señor.
Esta misión predicativa de más de treinta y dos años consecutivos posibilitó que fuera y siga yendo a tantas comunidades eclesiales de sacerdotes, religiosos, monjas y laicos en las que dejo semillas del kerygma. En ellas no solo predico, sino que escucho. La escucha, incluso, me permite aseverar esta verdad que sostengo: es improbable renunciar a una cierta ansiedad en medio de la construcción del Reino y de la vida consagrada. Son muchos los «frentes abiertos» que debemos afrontar… Por eso, es ineludible pensar que la ansiedad no afecta a los bautizados.
Entiendo que no todas las personas tienen quienes las guíen en una espiritualidad profunda de modo que les permita «descargar sus inquietudes en el Señor, ya que él se encarga de nosotros» (1 Pe 5, 7).
No permitamos que la ansiedad logre ser huésped de nuestra alma, sabiendo que ella descansa en Dios (Salmo 62). La presencia viva de Cristo Resucitado en el alma de un bautizado, junto con la formación interdisciplinaria como la que habitualmente compartimos en mis predicaciones, ayudan notablemente a reorganizarse interiormente y a encauzar por caminos evangélicos los desafíos positivos y negativos que debemos afrontar cada día. Asimismo, doy gracias a Dios por ver a tantos hermanos «animados por el Espíritu» (Rom 8, 14).
Sé que este compilado de predicaciones favorecerá a quienes profundicen a la Luz del Espíritu los contenidos de este libro. Agradezco al Padre, en la persona de Jesucristo por la edición de mi Segundo Libro. También al Pueblo de Dios (sacerdotes, religiosas y laicos) que tanto entusiasmo mostró y muestra ante la posibilidad que la Divina Providencia suscita al poder editar predicaciones que con distintos matices contribuyen a superar y/o a sanar, en el sentido de ordenar situaciones, conflictos, desafíos que nos toca vivir socio cultural-política, económica y éticamente en nuestros días.
A la Virgen expreso mi gratitud sincera ya que desde agosto de 1987 me acompaña y guía en este Itinerario permanente del Anuncio de la Palabra y la doctrina de la Iglesia.
"Felices somos porque lo que agrada al Señor se nos ha manifestado" (Baruc).

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Enfermedades físicas.

Algún desempeño en público.

La muerte.

Pérdida de control o la búsqueda del momento oportuno.

Los cambios, lo desconocido.

Hechos que pueden producir pánico repentino:

Quedar encerrado en un ascensor.

Tener que hablar con extraños.

Miras hacia abajo desde un balcón.

Usar un baño público.

Estar solo en una habitación a oscuras.

Ver ciertos insectos o animales.

Viajar en avión o en barco.

Situaciones en las que podemos sentir temor:

El fracaso.

La intimidad.

Abrirse y expresarse a otros.

Cambios, en cualquier terreno: trabajo, vivienda, amigos, rutina.

La reducción de gastos.

La relación sexual.

Los gérmenes de cualquier índole.

El juicio de Dios.

Todo esto es sólo una lista de elementos con los que nos tenemos que contrastar para darnos cuenta de lo común que puede ser la ansiedad en nuestras vidas.

“Cuanto más secretos, más enfermos.

Y cuánto más libres demos

y más gratuitamente recibamos,

tanto más sanos”.

3ª Predicación: “Ansiedad III”

“No pretendas lo que te sobrepasa…

Hijo, no te ocupes con demasiados asuntos,

porque así no terminarás bien;

por más que corras no alcanzarás”.

Eclesiástico 3, 21; 11, 10

Cuando hay ansiedad, hay desorden..., el cual proviene de los proyectos que no son elaborados con sensatez, desde la capacidad de evaluarlos hasta ponerlos en oración y aguardar la respuesta de Dios. Más de una vez, somos sorprendidos por nuestro entusiasmo o por nuestra tendencia distímica. Y tal vez, lo que estamos elaborando es producto de nuestra tendencia fantasiosa o caprichos personales que derivan de la inmadurez que aún persiste en nosotros.

Para muchas personas el nerviosismo, la hiperactividad (“activismo”), suscita en ellos el deseo de hacer por un hacer. Es como si vivieran escapándose de algo… En realidad, las personas que padecen este tipo de ansiedad rehúsan la calma y no valoran la paz. Probablemente entienden la paz como aburrimiento o monotonía. Y no advierten que no hay nada más aburrido o dificultoso que la prisa constante, ya que ésta roba el presente real y tensa hacia un futuro irreal que sólo existe en la imaginación.

El hombre apresurado busca continuamente cosas cuando lo que falta es un encuentro con él mismo. Por eso, sanemos la deficiencia donde está, es decir, a nivel emocional. Nos puede ser útil leer al profeta Isaías, capítulo 30, 15: “Porque así habla el Señor, el Santo de Israel. En la conversión y en la calma está la salvación de ustedes; en la serenidad y en la confianza está su fuerza”.

La verdadera paz es una agradable calma que nos mantiene fuertes y saludables para poder disfrutar con intensidad de todo lo que Dios nos ofrece en la vida, en todo orden. Dios es ese abismo de paz que engendra vida, riqueza y hermosura. Dios es dynamis, es decir, movimiento. Por eso, cuando poseemos a Dios, el alma jamás está aburrida. El alma se cansa cuando transita por una noche oscura. De lo contrario, es mocionada por el mismo Espíritu.

No olvidemos que la actividad más intensa es la del corazón. El corazón que posee a Dios, aunque sea parcialmente, no se adormece. Frente a la vida, sea cual fuere su situación, experimenta que el poder de Dios no conoce fracaso y sabe que Dios no está ajeno a nada de lo que le pasa”.

Siempre tengamos en cuenta que la ansiedad nos convierte en personas superficiales porque nos mueve a pasar rápidamente de una cosa a la otra, sin llegar a la profundidad de nada. No soporta la quietud interior, sino que provoca la desestabilización psico – espiritual. En vez, si nuestra opción se dirige hacia la búsqueda de Dios, no nos haremos esclavos de los planes de la ansiedad. Aprendemos a “dejar para después” lo que puede esperar. Así, en la existencia, reina un orden lleno de vida.

A veces, la gente confunde la ansiedad en sus vidas con enojo o depresión, cuando en realidad lo que tiene es ansiedad. Siempre tenemos oportunidad de recordad la enseñanza de San Ireneo de Lyon (s. II): “Lo que no es asumido, no es redimido”. Justamente, muchas personas no detectan su ansiedad porque no la reconocen, dado que no entiende bien de qué se trata o nadie se lo explicó. Por tanto, entres esas personas, podemos estar cualquiera de nosotros. Valga entonces la posibilidad de (re) descubrir que la ansiedad es el temor a que podamos ser heridos, sufrir, tener pérdidas, incomodidades, peligros, inconvenientes u otras situaciones que no consideremos “buenas”.

Los investigadores en estrés aducen cuatro reacciones físicas ante una amenaza, la cual es enmarcada dentro de lo que podemos llamar “el síndrome de luchar o huir”. Nos puede ayudar a entender la naturaleza de la ansiedad.

> Cuando el cerebro percibe un peligro, envía una señal eléctrica a una glándula llamada hipotálamo, que actúa como una llave que conecta la mente con el funcionamiento corporal. Esta glándula libera una sustancia química para alertar a la glándula pituitaria. En ese momento se libera en la sangre la hormona adrenalina.

> Esta potente sustancia química estimula las glándulas suprarrenales, que segregan cortisona, epinefrina, norepinefrina y todo un conglomerado de sustancias químicas que causan efectos perceptibles.

> El esófago se pone tenso, nos agitamos, entramos en taquicardia, el estómago interrumpe sus funciones digestivas para desviar sangre a los músculos y todo nuestro sistema vascular se contrae, a fin de que no perdamos demasiada sangre en caso de una herida.

> De esta forma, el cuerpo se prepara para responder al peligro, ya sea luchando o huyendo.

¿Qué conclusión podemos esbozar con este planteo?

Cuando reaccionamos de la manera planteada ante el estrés, nuestro cuerpo, saludable y armónico, está pidiendo acción o resolución. Pero si el objeto de temor es algo de lo que no podemos huir, ni a lo cual podemos presentar batalla (debido a nuestra pobre fe, a la falta de confianza en Dios Salvador, etc.) y no sabemos qué otra cosa hacer, quizás sencillamente entremos en un estado de “ansiedad”.

Esto nos propone pensar que estamos como a la expectativa de los problemas, cada vez que la ansiedad se nos presente. No sólo podemos limitarnos a este tipo de expectativa, sino que puede ocurrir que prevalezca una tendencia imaginativa muy intensa como centrar nuestros pensamientos en la incomodidad o en la tragedia que podría suceder. Otros piensan en las consecuencias desastrosas que podrían llegar a producirse. Otros se preguntan dónde se habrá escondido Dios, tal es el caso del Salmo 143, 7c: “No me escondas tu rostro”. Otros experimentan una gran dificultad en la oración y aún al pensar en su Palabra.

La ansiedad responde, sin duda, a una gran variedad de causas y en la mayoría de nosotros se suman más de una…

Ante de intentar analizar la etiología de la ansiedad, sepamos que no todas las causas son generadas por nosotros, sino que se advierten otras generadas por agentes exógenos.

Las respuestas no deben ser taxativas ya que la ansiedad se descubre en la compleja advertencia de la interacción que genera problemas. Esto es, no se trata de una ecuación matemática sino de la habilidad de descubrir “las relaciones” que la originan. Y éstas, son muy personales. Sin embargo, la experiencia da a luz causas comunes que pueden ser de gran utilidad para nuestra reflexión:

a) Nacer ansiosos: cada vez hay más personas que nacen con la tendencia a reaccionar más sensiblemente que otras. Esto quiere decir que son más proclives a entrar en el síndrome de “luchar o huir”. Probablemente, estas personas estén más propensas a sentirse mal, a lo largo de la vida que aquellas que no tienen estas características congénitas. Claro que la presencia de Cristo en nuestras vidas modifica todo, incluyendo lo genético.

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