Después de revisar la documentación, con mi grupo Aleph Cicop determinamos que existe una serie de puntos de referencia que circunscriben el supuesto lugar del tesoro: una batea de piedra, una piedra de dos ojos, un cerro de tres puntas, una antigua fundición indígena al interior de la región y algunos signos en las piedras. Con estos puntos ya conocidos, lo esencial sería encontrar una “áncora” o ancla grabada en una roca.
Durante muchos años nos abocamos a la tarea de encontrar esa ancla en la costa, o hacia el interior, desde la III Región, hasta la desembocadura del río Limarí por el sur, y en una de esas excursiones, en el momento de estar literalmente barriendo las piedras en un hermoso atardecer, casi en el ocaso del día, logré mi objetivo: ¡El Ancla! Sí, perdida entre unas piedras, semienterrada, se mostró ante mí después de casi cuatro siglos. Este es uno de los puntos clave como referencia para encontrar la bóveda. Además, coincidía con Orión parado desde ese punto y mirando hacia el noreste, constelación que representa a Osiris en el antiguo Egipto, dios de la eternidad. Fui un mudo espectador de tal acontecimiento.

Ancla grabada en la roca (este-oeste)
Lo más extraordinario de este grabado es que está orientado de este a oeste, el mismo sentido del paso de las constelaciones y también la dirección que indica la punta del ancla.
Siguiendo esta teoría hemos determinado coordenadas de trabajo que con nuestros equipos y materiales (gps, detectores de metales en modalidades vlf-tr, fotografías satelitales y aéreas), sumado a nuestro esfuerzo personal, han rendido frutos después de exhaustivas inspecciones, como el hallazgo de objetos que perfectamente pudieron pertenecer a estos piratas y que prontamente podrían ser derivados a la misma Universidad Smithsoniana para su certificación.
La tarea final consiste en ubicar el polvorín o subterráneo que fue construido por aquellos piratas, como he mencionado, si bien es posible que hayan utilizado alguna antigua construcción subterránea indígena o alguna formación geológica natural para llevar a cabo tal tarea, tapando y ocultando la entrada, no sin antes dejar anotada su posición aproximada (o exacta). La teoría dice que de una u otra manera, sabiendo interpretar los documentos, se puede llegar al lugar que estos antiguos personajes determinaron como la “entrada” a uno de los subterráneos, utilizando para ello vectores astronómicos y estudiando, al mismo tiempo, las características naturales del terreno (piedras, cerros, etc.). A su vez, en algunos documentos aparecen representaciones de Sagitario, Capricornio y pez austral como posibles “fechas” en las cuales sería visible el lugar.
No me referiré en detalle al siguiente documento; es complejo en su forma y definición. Solo decir que es un trabajo de años y es posible que la entrada sea el lugar marcado con la letra “E”.
Lineamientos astronómicos (secuencia).
“Quizás la entrada se encuentre en una quebrada y el subterráneo tenga la forma de las antiguas minas inglesas: excavaciones que dejan grandes pilares entre ellas y una profundidad cercana a los 10 metros o más, considerando la sedimentación acumulada por los años de lluvia y otros ele- mentos. La constitución geológica de la costa de esta región también apoya esta teoría, pues muestra que entre cinco y 12 metros de profundidad existen varias losas cementadas compuestas por moluscos fósiles (cal o piedra caliza), in- tercalada con arena o conchilla de fácil remoción. De ser así, bastaría excavar la arena bajo aquellas lozas para construir algún pasadizo o subterráneo secreto”. [*] Конец ознакомительного фрагмента. Текст предоставлен ООО «ЛитРес». Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес. Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.
La otra opción es la utilización de pequeños escondrijos en los acantilados cercanos al mar, con la entrada a alguna rompiente de relativa calma, para internarse en una pequeña embarcación. Luego de ello, producir de manera intencional un derrumbe para que dicha entrada quedase oculta.
La historia de Chile no considera este relato de los antiguos navegantes. Con mi grupo de exploradores e investigadores del Aleph Cicop hemos descubierto numerosas evidencias que dan testimonio de todo esto, aunque hoy en solitario y con más años de experiencia, sigo en esos trazos. Sin duda, todavía falta mucho trabajo por realizar, llevar a cabo prospecciones con tecnología de punta, obtener los permisos correspondientes y las facilidades para acceder a distintos lugares dentro de Chile que se enlazan con este tesoro, como por ejemplo, la isla Juan Fernández y el propio Coquimbo. Falta también obtener recursos y vincular a diferentes actores del quehacer cultural, social y patrimonial de Chile y del extranjero en esta aventura. Cicop aún tiene muchas respuestas que entregar sobre este asunto, no solo al medio local sino también al mundo entero. Tal vez la clave del tesoro esté más allá de nuestra lógica y entendimiento y requiera el uso de otras “zonas” de nuestro cerebro.
Este enigma debe ser transmitido a las nuevas generaciones, ello perpetuará la posibilidad de encontrar una de las claves que den finalmente con este maravilloso tesoro, que trasciende lo puramente material.
Coquimbo, abril de 2018
Fernando Santander, en Playa Blanca
Nota del editor
Tevo Díaz
Fue en una repisa llena de libros, en una pieza seguramente para visitas, donde por primera vez vi el ejemplar El tesoro de los piratas de Guayacán, de Ricardo Latcham. Tenía nueve años y me impresionó sobremanera el título. Estaba en la casa de mi tío abuelo, Hugo Zepeda Barrios, en la playa La Herradura, en la Región de Coquimbo. Lo visitábamos prácticamente todos los años. Mi madre era su sobrina y oriunda de la zona y mi padre era oficial de la Marina de Guerra de Chile, institución que tenía cabañas de veraneo justamente en esa misma playa. Desde el diminuto ventanuco del estrecho segundo piso de las casas en forma de A, veía el tranquilo mar coronado por el agreste paisaje de la Pampilla, lugar donde supuestamente estaría el tesoro, a la espera de ser descubierto.
A la casa de mi tío iba caminando por la orilla de la playa, bordeando una estela de algas con un fuerte olor a mar, que los lugareños recolectaban y dejaban ordenadamente secando al sol. Estaba prohibido pisarlas, decían que eran muy costosas y que los japoneses las utilizaban para fabricar finísimas cremas para la piel. También había conchas de diferentes tamaños, colores y tipos, que los artesanos recogían para hacer collares e ingeniosos adornos que vendían en el mercado La Recova, de La Serena.
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