Poco antes de que empezara la Segunda Guerra Mundial se reunieron los mandatarios del Reino Unido, Norteamérica y Rusia, o Unión de Repúblicas Soviéticas y Socialistas, y se dividieron el pastel del mundo. Tres años más tarde (1943), en Yalta, ratificaron el reparto en forma de tratado, y al finalizar la Segunda Gran Guerra pusieron manos a la obra.
Dejaron y hasta animaron a Alemania para que iniciara el conflicto, a sabiendas que al final saldría vencida, tal y como había sido derrotada en la Primera Guerra Mundial, pues con ello esperaban reducir a la población mundial e instaurar un Nuevo Orden económico y político, con la esperanza de que las relaciones sociales y las tradiciones culturales también cambiaran en el mismo sentido.
Alemania perdió la guerra.
Norteamérica ganó en poder y economía, sustituyendo a Inglaterra como dueña y policía del mundo en todo Occidente.
Rusia se quedó con el bloque oriental, un gran territorio, millones de habitantes con los que experimentar un nuevo sistema político, social y cultural, y materias primas inconmensurables.
La Gran Bretaña, Reino Unido o Inglaterra, que es lo mismo, mantuvo su tradicional Commonwealth, pero perdió poder y riquezas en África, América y Oriente, dejando a China del lado comunista, y a Japón del lado capitalista.
La ONU se afianzó en pocos años.
La OMS se autodenominó garante de la salud mundial, que debía ser única y responder a los mismos medicamentos, protocolos médicos, males y enfermedades sin tomar en cuenta los diferentes entornos, contextos y tradiciones que sobre la salud existían (y existen) en el planeta.
La OMS, ¿garante de la salud mundial,
o vendedor de medicamentos?
La UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura), UNICEF (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia), intentaron e intentan que la educación, la ciencia y la cultura sean una misma cosa en todo el mundo, algo que no lograrán en los próximos cinco mil años, por lo menos, porque por mucho colonialismo mental a través del cine, la televisión y las redes sociales, los pueblos, las localidades y hasta las tribus y grupos sociales más o menos grandes o reducidos, están al margen de la ciencia y mantienen su cultura, sus tradiciones y sus formas y estilos de educar, en continente y contenido, de tal manera que la UNESCO, educada al estilo occidental, no logra comprender ni cambiar; mientras que la UNICEF ni siquiera logra poner a los terceros, cuartos mundos y países emergentes de acuerdo en lo que significa la palabra “infancia”.
Por supuesto, en Occidente muchas de las personas que están emocionalmente en contra del Nuevo Orden Mundial, lo defienden a ultranza al exigir que todos los niños sean como los niños del primer mundo: ingenuos, blancos, rubios, sensibles, estudiantes perpetuos, dependientes, buenos, bien alimentados, sanos, con toda clase de juegos y tecnología a su alcance, seguros y limpios, sin nada más en la cabeza que los videojuegos y los programas de televisión.
¿Educación, ciencia y cultura sin
comprender la diversidad?
La ceguera de las sociedades modernas y de los países desarrollados les impide ver la miseria, el hambre, la falta de medios, la necesidad del trabajo, la maduración temprana de gente joven que tiene que luchar por sobrevivir, y creen que con buenas intenciones o donativos para las ONG que gastan más en sueldos y administración de lo que le llega a los más necesitados, va a ser suficiente para que los niños de los países menos desarrollados se parezcan, medianamente y de lejos, a los niños occidentales del primer mundo.
UNICEF, para una infancia al estilo Occidental
¿Cómo proteger a una infancia en guerra perpetua?
¿Cómo proteger a una infancia en migración obligada?
¿Cómo proteger a una infancia sin acceso al agua, a la comida, a un techo, a la higiene, a la seguridad y al más elemental respeto hacia sus cuerpos y hacia sus personas?
¿Haciendo donativos?
¿Vendiendo postales y calendarios?
¿Rezando por ellos?
¿Con películas de superhéroes?
¿Diciéndoles que el Nuevo Orden Mundial es bueno para ellos?
¿Mirando hacia otro lado?
¿Destrozando su cultura y sus tradiciones?
¿Imponiéndoles gobiernos “democráticos”?
¿Obligándolos a imitar la cultura occidental?
¿Eliminándolos?
Se sabe que los menores de doce años en el mundo son, aproximadamente, más de dos mil millones de seres humanos, la mayoría de ellos nacidos en los países emergentes o subdesarrollados, y que ni el mismo Shiva, el destructor, podría acabar con todos ellos de un golpe.
Incluso en los países del primer mundo hay niños que pasan hambre y frío, pues viven entre los estratos más bajos y pobres de la sociedad, donde sufren todo tipo de abusos y vejaciones, sin nadie que los proteja, niños de la calle, de las alcantarillas o de familias miserables.
Esos niños son el futuro del mundo, un futuro pobre donde serán esclavos de los niños que han tenido la suerte de nacer en el lado blanco y rico del mundo, con todos los males del Nuevo Orden, y ninguno de sus beneficios.
El milenarismo
Cada tanto, y no solo cada mil años, el mundo sufre cambios, catástrofes, pandemias, guerras y amenazas varias como se anuncia en el Apocalipsis occidental o en los textos védicos, con el fin del mundo como fondo y nueva era como esperanza.
Shiva, en su vimana y con sus astras partirá al mundo en dos, acabará con todo lo viviente y no dejará piedra sobre piedra, para que el mundo y la humanidad depurada renazcan y creen una mejor existencia.
Primero una muerte terrible y devastadora, y después un renacimiento.
En el Apocalipsis occidental no hay esperanza de un nuevo mundo, y solo serán salvos unos pocos el Día del Juicio Final, que ya no regresarán a la Tierra, sino que acompañarán a su terrible Dios en el Cielo, donde tendrán que seguirse portando más que bien eternamente, so pena de ser eliminados para siempre, sin tener siquiera la suerte de Luzbel y Belial, que solo sufrieron la pena del exilio.
El milenarismo es hermano del fatalismo que llevan inscrito la mayoría de los seres humanos en su alma mortal.
¿Alma mortal?
Sí, el alma es mortal, lo que existe eternamente es el espíritu.
El alma es emocional, el espíritu está libre de apegos, ataduras y emociones.
El alma puede ser optimista o pesimista, vitalista o fatalista, el espíritu no.
Físicamente sabemos que vamos a morir, y lo deseamos tanto como lo tememos, dependiendo de nuestro estado emocional.
Anímicamente sabemos que nacimos para morir, que el alma pervive después de que muere el cuerpo físico, pero que después se vuelve a encarnar o deja el camino libre al espíritu.
Mientras más densa es el alma y más baja la vibración del cuerpo, hay más temor y fatalismo, entrega a lo inevitable con sufrimiento y deseo. El espíritu no teme a nada porque es eterno.
De esta manera no es de extrañar que buena parte de la población sienta una atracción especial y emocional cada vez que se le anuncia el fin del mundo:
—Seis mil años antes de Nuestra Era los egipcios creían que el mundo iba a desaparecer, que Ra (el Sol), no volvería a salir por el horizonte, y por eso alargaron la Era de Aries (Ra) en su astrología, sobreponiéndola y adelantándola sobre la Era de Tauro (Apis) en la precesión de los equinoccios, pero el mundo no desapareció, lo único que pasó es que la Era de Piscis trajo consigo la decadencia de Egipto.
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