Jesús Martín-Barbero - La palabra y la acción

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El libro que tienes en las manos, amigo lector, es una tesis de doctorado en filosofía, dirigida por el profesor Jean Ladriére –filósofo de la ciencia– y presentada en la Universidad de Lovaina –Bélgica en diciembre del año 1972. Así que lo primero con lo que te vas a topar es con la larga distancia del tiempo que va de los felices años sesenta a los desazonados tiempos que atravesamos en el inicio de un siglo dizque nuevo u otro. ¡Claro que en los nerviosos y destemplados tiempos que vivimos es mucha la gente que –por contraste– está convencida de que el mundo va bien!
Lo que el título de este libro testimonia es un mundo de ideas. «La palabra y la acción», así de desnudas, pertenecen al mundo de lo más densamente filosófico. Y por eso necesité del subtítulo «Por una dialéctica de la liberación», cuya clave nos traslada a otra época –la de los años sesenta y setenta– en la que aún tenía una fuerte vigencia el hoy añejo marxismo, ese «mundo de ideas y prácticas» que se atrevió a proclamar la posibilidad de la liberación. Lo que aquí llega trae las huellas de un largo recorrido.
J. M-B

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¿Qué tipo de objetividad es entonces la del lenguaje? Para los positivistas lógicos la respuesta no tiene duda: la objetividad de las cosas. El análisis estructural parece decir lo mismo pero solo aparentemente. Porque mientras para Carnap el lenguaje “es” una cosa, para Saussure el lenguaje “se da” como una cosa, se presenta al analista en su forma de cosa. El lenguaje recubre la lengua y la palabra aunque solo la lengua se preste a la sistematización. Chomsky 7ha mostrado claramente los peligros de una empresa reduccionista como la de Harris, que se propone hacer consistir toda la lingüística en una formalización completa del sistema lingüístico. Quizá podría ayudarnos a responder a nuestra pregunta el camino abierto por la fenomenología en el estudio del “cuerpo propio”, a medio camino entre algo que tenemos y algo que somos, ni parte ni instrumento sino fundamento de mediación, eje de nuestra presencia y nuestro intercambio con el mundo. Pero ese camino aparece lleno de trampas. Así, el salto que realiza Merleau-Ponty al pasar directamente del cuerpo como expresión a la palabra se revela imposible, ficticio, sin la mediación del lenguaje como sistema. La oposición entre una ciencia del lenguaje y una fenomenología de la palabra es de hecho la vuelta a la dicotomía “sujeto-objeto” que Merleau-Ponty pretendía superar. 8Si es cierto que la lingüística se constituye en ciencia al constituir al lenguaje como “su” objeto, ello no significa que el sistema tenga función y realidad solo del lado de la ciencia. Émile Benveniste ha mostrado que todo intento de meter la sincronía del lado objetivo y la diacronía del lado del sujeto es radicalmente falso. Es una concepción atomista de la evolución histórica la que Saussure ha superado definitivamente al poner el acento en la estructura y la sincronía. 9No es con la presencia de ese “pasado” de la lengua en la palabra que el verdadero problema de la relación entre estos queda resuelto, sino en la búsqueda de un nuevo elemento que participe a vez de la sistematicidad de la lengua y de la actividad de la palabra, elemento que estudiaremos más adelante. Nuestra pregunta exige pues una doble respuesta articulada a su vez sobre la realidad del signo. Desde el punto de vista del análisis el ser del lenguaje es el de un “sistema de signos”, desde el punto de vista del que habla es una mediación de signos. En el análisis, el lenguaje aparece como objeto. En la experiencia del que habla el lenguaje tiende a anularse como objeto en tensión entre lo que significa su referencia. De todas formas, lo que es cierto es que la objetividad del lenguaje que la lingüística descubre rompe con la objetividad de las cosas tanto como con la subjetividad de la conciencia. El lenguaje es sistema, “cuerpo de emisiones sonoras articuladas” pero también hecho social, lugar de interacción entre individuo y sociedad, instrumento de esa interacción, “masa de signos dispuestos en el mundo para ejercer en él nuestra interrogación”, 10posibilidad de dar nombre a las cosas y articular así la heterogeneidad de lo real.

Sistemas y estructuras

¿Qué significa decir que el lenguaje es un sistema? La pregunta es reciente y sin embargo desde que en el siglo XVII las palabras y las cosas comenzaron a “separarse”, el estudio del lenguaje fue un irle despojando de sus viejas funciones hasta reducirlo a objeto “analizable”, esto es, desmontable en elementos de una organización. Desde que el lenguaje deja de tener como función esencial la de “representar” comienza a aparecer como un todo orgánico: “La regla primera, escribía Humboldt, es estudiar cada lengua en su coherencia intrínseca, ordenarla sistemáticamente, buscar todos los hilos del sistema”. 11El descubrimiento del sánscrito llevó consigo el descubrimiento de las relaciones de parentesco entre todas las lenguas indoeuropeas. El parentesco hace aparecer las semejanzas y las diferencias, él mismo se oculta tras la enorme cantidad de transformaciones condensadas en cada lengua. Una metodología “comparativa” intentará establecer las correspondencias, pero solo el nivel material, solo la analogía de los sonidos y de los vocablos en su construcción será retenido como prueba del parentesco. La intuición de la sistematicidad de la lengua quedará bloqueada al sistema de “cada lengua” en particular, sin calar más dentro, en la sistematicidad del lenguaje en cuanto tal. Pese a ello la gramática comparada y la lingüística “histórica” tanto por sus logros y quizá aún más por sus contradicciones prepararán el terreno a la lingüística actual.

La visión de la lengua como sistema está unida a la constitución del lenguaje en objeto propio de una ciencia. Ahora bien, la constitución del lenguaje en objeto de una ciencia particular está ligada a los problemas y las tentativas de construcción de un lenguaje enteramente científico. Hacia fines del siglo XIX los matemáticos comienzan a interesarse seriamente en el lenguaje. El lenguaje hacía problemas por su falta de claridad y precisión que bloqueaba el avance de las teorías. Los “Principia mathematica” de Whitehead y Russel intentan, en la línea de los estudios de Frege, proporcionar a las matemáticas un cuadro de coherencia lógica. Se trata a la vez del inicio de una “filosofía del lenguaje” positivista, que reduce el lenguaje “sensato” al lenguaje científico. El Tractatus de Wittgenstein será ante todo una crítica del conocimiento a través del lenguaje. El mundo está compuesto no de substancias, sino de “hechos”, “lo que acontece es la existencia de los estados de cosas”. 12Y puesto que entre lenguaje y realidad hay un paralelismo completo el sentido de una frase tiene por condición la univocidad y la coherencia completa de los términos de la proposición. Las proposiciones del lenguaje poseen la capacidad de decir el mundo porque comunican con él a través de la “forma”, pero solo las proposiciones “en forma”, esto es las proposiciones lógicamente construidas, las proposiciones científicas. Existe pues un lenguaje que responde en su forma a la forma del mundo. Pero esa “forma” no puede ser dicha a su vez; ese metalenguaje sería “metafísica”. La “sintaxis lógica” de Carnap, el positivismo lógico de Schlick, y del Círculo de Viena, el pragmatismo de Pierce y el neopositivismo de Goodman y de Quine serán el horizonte de todos los esfuerzos modernos por pensar el lenguaje ya sea como su fuente o como la trampa a evitar y superar.

El estudio de la sistematicidad de la lengua va a tener su verdadero arranque en Saussure. Con él, por primera vez el objeto de la lingüística no será “dado”, algo que está ahí en el texto propuesto a nuestro estudio. No, su objeto es la investigación y construcción de los elementos que componen el lenguaje como sistema. Un sistema pues que no está formado por elementos preexistentes como un puzzle de piezas a ajustar. La tarea, la única tarea verdaderamente lingüística es el descubrimiento de esos elementos y del sistema que ellos conforman. Habrá que comenzar por trazar las fronteras que separan los actos del lenguaje que tienden a la comunicación de todos los demás. Y junto a esa frontera, la segunda será la que separa la lengua de la palabra. La lengua puede ser definida entonces como “un sistema de signos en el que no hay de esencial sino la unión del sentido y la imagen acústica”. 13La palabra es otra vertiente del lenguaje, es el polo individual cuya validez lingüística estriba únicamente en que es ella la que introduce lo que hay de diacronía en la lengua. Porque el definir la lengua como sistema lleva consigo el estudio de esta sobre el eje de la “simultaneidad” y no de las “sucesiones”, es sincrónica por oposición neta y declarada a las falsas pistas de la lingüística histórica. La revolución copernicana operada por Saussure está ahí, pero no pocos excesos han sido cometidos en nombre de un malentendido que pretende oponer el sistema a la historia. Lo que se opone en realidad son dos opciones teóricas de las cuales una parece conducir a un impase metodológico insuperable. Por lo demás, no se trata tampoco de oponer sincronía a diacronía, sino de privilegiar la primera subordinando a esta la segunda: “la diacronía es restablecida en su legitimidad, en cuanto sucesión de sincronías. Ello hace resaltar la importancia primordial de la noción de sistema y de la solidaridad restaurada entre los elementos de la lengua”. 14En ese sistema los signos adquieren una entidad precisa como “fenómenos de doble cara”: un significante perceptible y un significado inteligible, unidos por una relación completamente arbitraria. Eliminada cualquier relación a la cosa el significado es definido como un “concepto” y el significante como una “imagen acústica”. El sistema se tiene pues en la mutua determinación de la cadena sonora y la cadena conceptual y ahí no son los términos lo que cuenta sino las “diferencias”, las diferencias de sonido y de sentido.

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