26 de febrero - Familia
Los hermanos Durero
“Si alguno dice: ‘Yo amo a Dios’, pero odia a su hermano, es mentiroso, pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?”
(1 Juan 4:20).
Cuenta la historia que la familia Durero, que vivió en el siglo XV cerca de la ciudad de Núremberg (Alemania), tenía dieciocho hijos. El padre era orfebre, lo cual le habría permitido vivir con desahogo si no fuera por su abundante prole. Alberto, uno de sus hijos, había mostrado potencial artístico en sus dibujos infantiles y deseaba ser dibujante, pintor o grabador. De igual manera, uno de sus hermanos también demostró habilidad para ello, expresando la misma intención. Pero ambos muchachos sabían que su padre carecía de medios para enviarlos a academias y universidades a formarse como artistas.
Después de numerosas conversaciones, los dos aspirantes a artistas acordaron lo siguiente: lanzarían una moneda para decidir su suerte; el perdedor trabajaría en una mina cercana para costear los estudios de su hermano durante cuatro años. Por su parte, el ganador se comprometía, al final de los cuatro años de formación, a pagar los estudios de su hermano, vendiendo sus obras de arte e incluso trabajando en la mina si fuera necesario.
Alberto Durero ganó y ambos sellaron su pacto. El joven triunfó en Núremberg y sus obras superaron en calidad a las de varios de sus maestros. Viajó a Basilea (Suiza) y a Estrasburgo (Francia) para trabajar en proyectos artísticos y pronto su nombre fue conocido en los círculos de arte europeo. De regreso al hogar paterno, habló con su hermano para llevar a cabo el plan, pero el hermano le mostró sus manos. El trabajo de la mina había dañado seriamente sus dedos de forma que ya no podía usar el pincel ni el lápiz para realizar el delicado trabajo artístico. En esas condiciones, le dijo: “Hermano, ya es tarde para mí, pero estoy contento de haber sacrificado mis manos para que tú realices tu sueño”. Alberto, conmovido por tal magnanimidad, mostró su gratitud mediante un dibujo inspirado en las manos de su hermano. Lo llamó Manos, pero hoy es conocido como Manos que oran, imagen distinguida que ha inspirado a millones de personas.
Si bien es cierto que la relación entre hermanos es con frecuencia turbulenta en la Biblia, la historia de hoy muestra que no siempre tiene que ser así. Amar al hermano es posible con el poder que viene de lo alto. Habla hoy a tu hermano con cariño, con generosidad y perdónalo si te ha ofendido, como nos ordena el Señor (Mat. 18:21, 22). La relación se restaurará con más fuerza.
27 de febrero - Familia
La abuelita
“Corona de los viejos son los nietos y honra de los hijos son sus padres”
(Proverbios 17:6).
Uno de los muchos cuentos de los hermanos Jacob y Wilheim Grimm relata la historia de una anciana que quedó viuda. Su hijo y nuera la acogieron en su casa para que viviera con ellos y su hijita, para evitar la soledad y el peligro que conllevaba su edad. La abuelita contaba con salud suficiente, pero el envejecimiento natural hizo que perdiera vista, oído y coordinación. Cuando la familia comía a la mesa, la anciana a veces se dejaba caer la comida o vertía la bebida por el temblor de sus manos. Un día, cuando la mujer derramó un vaso de leche en la mesa, su hijo y nuera se molestaron y la pusieron a comer en una mesa muy pequeña en el rincón de la cocina donde almacenaban las escobas y los productos de limpieza. La anciana, con tristeza y resignación, comía allí, apartada de sus seres queridos.
Una noche, antes de la cena, mientras la niñita jugaba con sus bloques de construcción, su padre se interesó por lo que estaba construyendo. La niña explicó:
—Estoy haciendo una mesita para que cuando tú y mamá sean viejecitos, puedan comer en un rincón de la cocina.
Aquella noche, mientras miraban a su madre comer sola en el rincón, rompieron en llanto y decidieron que, a partir de ese momento, la abuelita comería con el resto de la familia, en la mesa grande. Desde entonces, no dieron importancia a cualquier torpeza de la anciana.
El texto de hoy encierra gran sabiduría en pocas palabras. Abarca tres generaciones. De los abuelos, dice que sus nietos son como una corona para ellos. De los hijos, dice que sus padres les son honra. Todas las personas caben en este texto pues, aunque no todos sean padres o abuelos, todos somos hijos y debemos profundo respeto a las generaciones que nos preceden.
La Escritura nos encomienda el cuidado de las personas mayores de nuestra familia especialmente los que tienen necesidad: “Pero si una viuda tiene hijos o nietos, que estos aprendan primero a cumplir sus obligaciones con su propia familia…” (1 Tim. 5:4, CST). Pero esta responsabilidad no está limitada a satisfacer necesidades materiales, sino también de consideración, respeto y honra, como dice el mandamiento: “Honra a tu padre y a tu madre, como Jehová, tu Dios, te ha mandado, para que sean prolongados tus días y para que te vaya bien sobre la tierra que Jehová, tu Dios, te da” (Deut. 5:16).
28 de febrero - Familia
Una generación de sabios
“Delante de las canas te levantarás y honrarás el rostro del anciano. De tu Dios tendrás temor. Yo, Jehová”
(Levítico 19:32).
En una ocasión, un hombre de ochenta años estaba sentado en casa mirando por la ventana en compañía de su hijo de unos cuarenta y cinco años, un caballero muy bien situado y con estudios superiores. En un árbol cercano se posó un cuervo y el anciano preguntó:
—¿Qué es eso?
A lo que su hijo respondió:
—Un cuervo.
Momentos después, otro pájaro se posó en las cercanías y el hombre mayor preguntó:
—¿Qué es eso?
La respuesta fue la misma:
—Un cuervo.
La secuencia se repitió cuatro veces seguidas y el hijo perdió la paciencia, exclamando:
—¿Por qué me haces la misma pregunta una y otra vez? Ya te he dicho que es un cuervo, ¡todos estos pájaros son cuervos! ¿No lo entiendes?
El anciano caminó en silencio hacia su dormitorio y regresó con un diario personal viejo y desgastado que había guardado desde que su hijo era un niñito. Lo abrió y señaló un párrafo para que su hijo lo leyera. Allí estaba escrito:
“Hoy mi hijo ha cumplido tres años. Estábamos juntos, él y yo, sentados en el sofá, cuando un cuervo se posó cerca de la ventana. Me preguntó: ‘Papá, ¿qué es eso?’, y yo le respondí: ‘Un cuervo’. Me hizo la misma pregunta veintitrés veces y yo le contesté lo mismo las veintitrés veces. No pude por menos que sonreír y abrazar al pequeño sintiendo un profundo afecto por mi hijito”.
Según la Biblia, “en los ancianos está la ciencia y en la mucha edad la inteligencia” (Job 12:12). Siempre tendremos una generación de sabios, nuestros mayores, con la suficiente experiencia para apreciar las cosas desde una perspectiva única. Por ello, el versículo nos insta a ponernos en pie ante las personas mayores, dándoles la honra que merecen y demostrando el afecto y el aprecio debido. Al fin y al cabo, son quienes nos han ayudado a crecer y han trabajado para dejar un mundo preparado para la siguiente generación.
El Salmo 71 se titula “Oración de un anciano” y es una plegaria para que Dios proteja a los hombres y las mujeres que van avanzando en edad. “No me deseches en el tiempo de la vejez; cuando mi fuerza se acabe, no me desampares” (vers. 9). Tú puedes ser el instrumento que cumpla la respuesta a esta petición. Dios puede llamarte a hacer mucho más ligera la carga de una persona anciana, sea dentro o fuera de tu familia.
29 de febrero - Familia
Lumbreras en el mundo
“Haced todo sin murmuraciones ni discusiones, para que seáis irreprochables y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como lumbreras en el mundo”
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