(Filipenses 2:14, 15).
Entre las cosas que más alteran el ritmo de normalidad familiar están el rezongar, gruñir y renegar. Muchos niños (y padres también) tienen la costumbre de “contaminar” el ambiente hogareño mediante quejas que transmiten un estado de ánimo negativo a los demás miembros de la familia, propagando el mal humor por la casa.
Pieter Pelgrims y Thierry Blancpain son dos amigos suizos, colegas en la industria tipográfica. A pesar de ser excelentes compañeros, ambos tenían la costumbre de quejarse continuamente por cualquier cosa molesta que les ocurría. Cansados ambos por las monsergas del contrario, decidieron callarse todas las quejas intranscendentes durante un mes completo. Y así lo hicieron. El resultado les proporcionó tal grado de satisfacción, que decidieron repetir al año siguiente. Algunos amigos se unieron al proyecto y los iniciadores de la idea desplegaron la iniciativa en Internet. Hoy, miles de personas se unen cada mes de febrero a la “restricción de las quejas” (complaintrestraint.com). No pretenden que se eliminen las quejas por completo, pues uno debe quejarse ante situaciones de suma importancia. Se trata, pues, de dejar de quejarse por cuestiones intranscendentes sobre las que no tenemos control, pero con frecuencia nos irritan. Por ejemplo, Blancpain y Pelgrims sugieren dejar de rezongar porque llueve, porque llora el bebé de la vecina, por perder el autobús o porque surge una complicación que nos obliga a trabajar una hora más.
La promesa bíblica va más allá de alcanzar bienestar y satisfacción acallando nuestros disgustos y canalizándolos positivamente, como recomienda este grupo. El texto de hoy menciona un resultado mucho más valioso: hacer las cosas sin murmuraciones ni discusiones nos lleva a exhibir un ejemplo intachable, a la sencillez y a resplandecer como lumbreras en medio de una generación malvada.
Al concluir este mes sobre las relaciones familiares, invitamos al lector a considerar la gran importancia de mantener un tono emocional cortés y amable en el contexto de la familia. Dice el apóstol Santiago: “Hermanos, no os quejéis unos contra otros, para que no seáis condenados” (Sant. 5:9). Y el apóstol Pablo, refiriéndose al antiguo Israel: “Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron” (1 Cor. 10:10). En su lugar, te sugerimos “dar gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” (1 Tes. 5:18).
1º de marzo - Relaciones
Palabras que edifican
“Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes”
(Efesios 4:29).
Dedicamos este mes de marzo a las relaciones interpersonales, recordando que estas son fuente de máxima satisfacción y, al mismo tiempo, riesgo de los más grandes problemas. Las palabras constituyen la herramienta más poderosa para edificar o arruinar las relaciones. No es extraño que la Biblia redunde en consejos para hacer un buen uso de la palabra. Las palabras no lo son todo, pero sí una manera de elevar o de derrumbar al interlocutor, dependiendo de lo que uno diga. Esto se extiende a todos los ámbitos: familia, trabajo, ocio, amigos, compañeros, vecinos, negocios…
Ramón, un joven de veinte años, jugaba al fútbol en su equipo del barrio. En uno de los encuentros, le pasó el balón a su compañero Javier de tal forma, que este pudo marcar fácilmente un gol, pero erró y perdió la oportunidad. En respuesta, Ramón lanzó a Javier un insulto de los que producen vergüenza en cualquier oyente. Herido emocionalmente por la expresión de su compañero, Javier no jugó bien el resto del partido. Por su parte, Ramón acabó sintiéndose muy incómodo por lo que había dicho. Un tío suyo, que estaba presenciando el partido, le dijo al final del encuentro:
—No está bien lo que has hecho. Javier no ha ganado nada con tus palabras y tú has perdido mucho, porque tu manera de actuar habla mal de tu carácter. Y lo peor es que la amistad entre tú y él estará arruinada hasta que hagas algo para remediarlo.
Ramón reaccionó de forma honorable. Pidió perdón a Javier y admitió que sus palabras fueron inapropiadas, hirientes e irrespetuosas. Ambos se fundieron en un abrazo de reconciliación. De esa manera, la relación se restauró a un nivel aún mejor que el anterior.
Sin embargo, aún quedaba algo que Ramón no había resuelto: comprender que sus actos no solo afectan las relaciones entre personas. Su conducta también daña la relación con Dios. Se sentía culpable y con la impresión de que también había ofendido a su Padre celestial. Por ello, pidió también perdón a Dios.
Si estás enemistado con alguien por causa de tus palabras (o cualquier otra razón), no dejes pasar demasiado tiempo sin restaurar la relación dañada pidiendo perdón. Te beneficiarás en tu salud mental y también moral. Pídele al Señor, como hizo el salmista, las palabras justas y adecuadas: “Sean, pues, aceptables ante ti mis palabras y mis pensamientos, oh Señor, roca mía y redentor mío” (Sal. 19:14, CST).
2 de marzo - Relaciones
Empatía
“Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran”
(Romanos 12:15).
Alessio Avenanti y sus colegas de la Universidad de Bolonia (Italia) obser varon la reacción neuronal de una persona mientras presenciaba cómo inyectaban a otra en la mano. Mediante un procedimiento llamado estimulación magnética transcraneal, los investigadores constataron repetida- mente que el testigo que observaba el pinchazo en el otro, experimentaba en su propio sistema corticoespinal una reacción muy parecida a la que sentía el inyectado. En efecto, la actividad eléctrica de la corteza cerebral que gobierna los nervios de la mano experimentaba una fuerte actividad de energía adicio- nal en el testigo que no había recibido pinchazo alguno. Pidieron después que los participantes observaran cómo se ponía una inyección a un tomate y, en este caso, no había reacción orgánica. Estos experimentos han demostrado las bases neurológicas de la empatía. Parece, pues, evidente que el dolor de otros se refleja en nuestro propio sistema nervioso.
Es alentador pensar que, a pesar del pecado y de la degeneración moral, aún quedan rastros del carácter original que Dios puso cuando creó al ser humano a su imagen y semejanza. La compasión y la empatía parecen ser parte inherente de nuestro ser y estamos dotados de la capacidad de empatizar con el dolor y el gozo de los demás. Sin embargo, podemos escoger hacerlo o no. Por ello el apóstol Pablo exhorta a los seguidores de Cristo a que escojan el camino de la empatía: gozarse con los que gozan y llorar con los que lloran.
La empatía es una manera amplia y clara de cimentar las relaciones con otras personas. No en vano la empatía también se llama inteligencia interpersonal. Se trata de un proceso mucho más complejo que la simple reacción electroquímica de ciertas terminales nerviosas. Es un ingrediente de enorme valor para el apoyo en las necesidades humanas. Jesús tuvo compasión (que es lo mismo que decir empatía) y auxilió a las personas a solucionar los problemas del cuerpo y de la mente. “Tuvo compasión de ellos y sanó a los que de ellos estaban enfermos” (Mat. 14:14); tuvo también compasión de una gran multitud “porque eran como ovejas que no tenían pastor; y comenzó a enseñarles muchas cosas” (Mar. 6:34).
¿Encontrarás a alguien hoy hacia quien proyectar tu empatía y proporcionar alivio a su sufrimiento? Permanece abierto a esta posibilidad y seguramente alguien podrá satisfacer sus necesidades por medio de tu empatía. Aparte del bien que hagas a los demás, experimentarás bienestar físico, psicológico y moral en ti mismo.
3 de marzo - Relaciones
Consuelo en el reino animal
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