20 de febrero - Familia
Los derechos del niño
“Le presentaban niños para que los tocara, pero los discípulos reprendían a los que los presentaban. Viéndolo Jesús, se indignó y les dijo: ‘Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis, porque de los tales es el reino de Dios’ ”
(Marcos 10:13, 14).
Cuando Jean Piaget (1896-1980) tenía tan solo diez años acudió a una biblioteca en busca de información sobre una especie rara de gorrión albino. El bibliotecario lo trató de modo despectivo, pues era solo un niño. Tal desprecio no impidió que Jean preparara un trabajo basado en las observaciones ornitológicas que él mismo había hecho en su barrio. Una revista científica publicó su artículo. Cuando el bibliotecario vio el ejemplar impreso, comenzó a dispensar un trato respetuoso hacia el niño. Jean Piaget llegaría a ser una figura clave en la psicología infantil y sus teorías siguen vigentes y se aplican de forma habitual en el ámbito de la enseñanza y el aprendizaje. Nunca deberíamos minusvalorar a un niño o joven por su edad.
Hay una tendencia generalizada a privar a los niños de sus derechos, situándolos en situación desventajosa. La Organización de Naciones Unidas (ONU), a sabiendas de que en muchas partes se violan los derechos infantiles, creó una convención de derechos del niño de 54 artículos. El documento estipula acciones que los padres y los gobiernos deben llevar a cabo para preservar el desarrollo sano, físico y mental de los más jóvenes. Aparte de los derechos más básicos (escolaridad, protegerles de la violencia, suplirles servicios sanitarios, facilitarles juego y recreación, y protegerlos de la explotación, la guerra y los conflictos armados), también se reconoce el respeto por el punto de vista del niño. Esto es especialmente cierto cuando las decisiones de los mayores afectan a los niños, siempre teniendo en cuenta el nivel de madurez de los menores, que va acrecentándose con la edad.
Jesús desplegó una conducta muy avanzada para su tiempo. Los niños no eran valorados ni se les reconocían derechos en la era del Imperio romano. Pero el Salvador no solo facilitó su acceso a él, sino que además dijo que el reino de los cielos les pertenecía e incluso llegó a decirles a sus discípulos que, a no ser que se hicieran como niños, no entrarían en el reino de los cielos (Mat. 18:3).
En tu relación con tus propios hijos u otros menores, recuerda que, de la misma forma en que Jesús los recibió, tú también debes estar abierto a sus puntos de vista, no para que dicten lo que ha de hacerse, sino para escuchar cuidadosamente y tener en cuenta su parecer.
21 de febrero - Familia
Honra a tu padre y a tu madre
“ ‘Honra a tu padre y a tu madre’—que es el primer mandamiento con promesa—, para que te vaya bien y seas de larga vida sobre la tierra”
(Efesios 6:2, 3).
Existen estudios en los que se comprueba que la armonía familiar general va ligada a la salud (física y mental) y, por lo tanto, a la longevidad de sus miembros. Entendemos que esta interacción familiar positiva incluye el respeto de los padres hacia los hijos, así como la honra y la obediencia de los hijos hacia los padres, lo cual es coherente con la promesa bíblica del versículo de hoy.
Las Escrituras exaltan de diversas formas el reconocimiento de los hijos hacia sus progenitores. La honra a los padres es muy importante, por eso ha sido incluida en el Decálogo (Éxo. 20:12). El profeta Jeremías hace referencia a bendiciones significativas como resultado de la obediencia a los padres (Jer. 35:18, 19). El sabio Salomón declara que “el hijo sabio recibe el consejo del padre, pero el insolente no escucha las reprensiones” (Prov. 13:1).
Jesús reprobó duramente (Mat. 15:3-9) a quienes se valían de artimañas legales para no auxiliar a sus padres. Los legisladores religiosos de su tiempo habían hecho ajustes para evitar el mandamiento de Dios. Utilizaban la idea de corbán como algo dedicado a Dios o al templo. Con tal clasificación, cerraban herméticamente sus bienes para no transferirlos a ningún otro beneficiario. Así, cualquier sacerdote, escriba o fariseo podía declarar sus posesiones y recursos como corbán; cuando padre o madre acudiesen en necesidad de ayuda, el hijo explicaba: “No puedo ayudarte porque todo lo que tengo es corbán”. Se trataba de un entramado legal para eludir la obligación moral.
Por su parte, el apóstol Pablo incluye a los “desobedientes a los padres” junto con los perversos de los últimos tiempos: amadores de sí mismos, avaros, vanidosos, soberbios, blasfemos, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, sin templanza, crueles, enemigos de lo bueno, traidores, entre otros (2 Tim. 3:2).
Cuando pensamos en la durísima tarea de ser padres, que consiste en satisfacer tan diferentes y cambiantes necesidades casi siempre sin recibir gratitud, no podemos sino concluir que los hijos deben honrar a los padres mediante su obediencia y amor. Es cierto que algunos progenitores no aman a sus hijos y hasta pueden hacerles daño o explotarlos. Pero la mayoría de los padres hacen un uso correcto de su autoridad y actúan de acuerdo a las ordenanzas divinas.
Honremos hoy a nuestros padres y sigamos el mandato del Señor: “Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor” (Col. 3:20).
22 de febrero - Familia
La influencia paterna
“Guarda, hijo mío, el mandamiento de tu padre y no abandones la enseñanza de tu madre. Átalos siempre a tu corazón, enlázalos a tu cuello”
(Proverbios 6:20, 21).
En una ocasión un autobús lleno de pasajeros cubría una línea de larga distancia a través de una región muy árida y calurosa. Al principio, el viaje transcurría con normalidad, pero con el paso de las horas, algunos viajeros empezaron a renegar del calor que hacía y de lo largo del recorrido. El mal humor y la queja se hicieron generales. Con el calor y el paisaje desértico, el trayecto se hacía por momentos más largo, incómodo y aburrido. En uno de los asientos se encontraba un joven que, a pesar del malestar reinante, mantenía un talante tranquilo, feliz y radiante. Su actitud no parecía variar con el paso del tiempo. Esto llamó poderosamente la atención de la anciana que estaba sentada a su lado.
—Pareces contento y satisfecho, ¿no tienes calor? ¿No estás cansado? —preguntó la mujer.
Sonriendo, el joven replicó:
—Sí, señora, claro que tengo calor y estoy cansado, pero estoy feliz porque sé que mis padres me esperan al final del viaje.
No hay duda de que la relación entre este joven y sus progenitores era óptima, pues el solo pensamiento del cercano encuentro, le hacía olvidarse casi por completo del malestar que obsesionaba a otros pasajeros. Tal vez, esto era posible porque llevaba en su corazón y, de alguna forma, enlazada al cuello, la influencia ejercida por su padre y madre. Si su relación familiar hubiera sido adversa, en vez de gozo habría habido temor y aprensión ante el encuentro con sus padres.
Si eres padre o madre, proponte edificar una relación de calidad con tus hijos, no solo de órdenes y reglas. Dedícales tiempo, ten mucha paciencia, dales el mejor ejemplo posible y, sobre todo, ámalos a pesar de sus errores e incluso sus actitudes erróneas. Antes de hablar/actuar, reflexiona. No sea que caigas en lo que el apóstol Pablo dice que evitemos: “No provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor” (Efe. 6:4).
Si tus progenitores viven, haz todo lo posible para retener las enseñanzas de tus padres; pruébalas y verás cómo hay mucha sabiduría en sus consejos. Obedece, a no ser que te pidan algo contrario a la voluntad de Dios. Exprésales tu gratitud a ellos por cosas específicas que hicieron por ti. Finalmente, atesora esos consejos en tu corazón (en tu interior) y, al mismo tiempo, colgados al cuello (hacia el exterior) como si se tratase de un hermoso adorno visible.
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