1 ...6 7 8 10 11 12 ...25 —Perdona. No sé por qué dices eso. Todavía no he dicho que lo quiera, aunque ciertamente sí estoy interesado en quedármelo. Respecto a si soy irreflexivo te diré que no siempre, pero es cierto que en ocasiones soy bastante impulsivo y tomo decisiones sin calibrar las consecuencias.
—Como has dicho que estabas enamorado de la casa.
—¿Enamorado de la casa…? Ah, sí, claro —profirió después de carraspear bastante—. He sido tan impulsivo contestando antes que ni yo mismo recordaba lo que había dicho. Por supuesto que me interesa pero puede que haya un pequeño problema. Todavía no sé si voy a poder trasladarme a Valencia.
—¡Tú no eres impulsivo! Lo que eres es un loco de atar. Te lo dije ayer y me lo acabas de confirmar. Me has hecho perder un sábado tarde y un domingo por la mañana. Parece mentira con esa cara de buen chico que tienes, tan seriecito y…
—Por favor, confía en mí —le cortó abruptamente—. Cierto es que es una insensatez, bueno, sí, más bien una locura, pero de verdad que tengo la firme intención de venir a vivir aquí. Ayer desperté en mi casa de San Sebastián y sin reflexionar cogí la moto y me planté en Valencia con ánimo de conocer la ciudad y determinar si daba el paso. Ahora lo tengo clarísimo, lo que ocurre es que necesito mover unos hilos. Simple y llanamente. En cuanto lo tenga todo arreglado, que espero sea en breve, firmamos el contrato de arrendamiento. Puedes enviarme el borrador a mi correo electrónico y así vamos avanzando.
—La intuición me dice que debo fiarme de ti, pero no te conozco de nada. No me has dicho siquiera en qué trabajas o qué ingresos tienes para ver tu solvencia. Tanto secretismo me hace dudar. Es todo un poco extraño —comentó dubitativa.
—No debes preocuparte lo más mínimo. Si no te he dicho nada es porque soy una persona muy reservada, pero no tengo ningún inconveniente en contarte todo lo que quieras saber sobre mí. Si vamos a ser vecinos tendremos que llevarnos bien. Ya habrá tiempo cuando esté instalado. No conozco a nadie en la ciudad y tendré que entablar amistades. Estoy deseando venirme.
—Vale, pero no adelantemos acontecimientos. Yo también me he precipitado. Todavía no tengo el consentimiento de la propiedad para alquilarlo. Recuerda que solo estaba en venta. Necesito convencerle y no quisiera fallarle y arrendarlo a alguien sin buenas referencias. Si te parece, cuando sepas seguro que puedes venir a Valencia volvemos a hablar. Mientras tanto yo iré realizando gestiones para ver si es factible el arrendamiento y preparando el contrato. Cuando lo tenga te lo enviaré para que lo revises.
—¡Estupendo! Estoy de acuerdo. Es comprensible lo que propones. No obstante, te pido por favor que hagas todo lo que esté en tu mano para conseguirlo. Te garantizo que no te vas a equivocar si apuestas por mí. Además de impetuoso soy impaciente y caprichoso, y se me ha metido en la cabeza que quiero vivir en esta casa —manifestó con absoluta seguridad.
—Eso espero. Que no me defraudes. Por mi parte no va a quedar. Si tienes alguna pregunta o quieres echar un último vistazo aprovecha. Como te advertí tengo prisa y debemos finalizar la visita.
—No, gracias, podemos irnos ya.
La pareja abandonó la vivienda con mayor tirantez que cuando entraron. El descenso en ascensor hasta la primera planta se produjo rodeado de un incómodo silencio y se despidieron con un apretón de manos, reiterando Pablo Víctor su agradecimiento por las gestiones y pidiendo disculpas por las molestias que le pudo ocasionar. Al verlo contrariado, Esperanza musitó:
—Espero que nos volvamos a ver. Hasta pronto, ojos verdes.
—Será buena señal.
Capítulo 5
Pablo Víctor se fue satisfecho, a pesar del último giro que había dado Esperanza por su carácter imprevisible. No obstante, la última frase pronunciada le invitaba a pensar que todo iría bien. Le había embrujado esa mujer. ¿Sería posible que se hubiera enamorado después de tanto tiempo?, se preguntaba henchido de ilusión. Aunque seguramente todo quedara en eso, en mera y etérea ilusión, no le importaba ser un iluso. Se sentía feliz y eso era lo que importaba. El camino de vuelta sería más llevadero.
No tenía necesidad de ver nada más de la ciudad, sin embargo, antes de retornar, debía hacer una parada obligatoria. Su madre no se había atrevido a pedírselo, pero él sabía que no podía marcharse sin pasar por el cementerio a llevar flores a sus abuelos, que yacían allí enterrados. Hacía veinticinco años que había muerto su abuela y desde entonces no había vuelto a Valencia. Por aquel entonces contaba con diez años de edad y sus recuerdos se limitaban a sus agradables vacaciones estivales y a las entrañables Navidades. Frente al nicho doble no afloró ningún sentimiento de pena y eso le dolió. Tanto como ver la lápida polvorienta y bastante deteriorada por el paso del tiempo, casi en estado de abandono, rodeada de nichos bien cuidados y rebosantes de flores. Era el primer fin de semana después de la festividad de Todos los Santos y el cementerio parecía un vergel. Un lugar triste y a la vez tan lleno de vivos colores. En su juventud los había frecuentado con asiduidad y se había acostumbrado a transitar por ellos con absoluta normalidad, sin que le pareciera un tétrico lugar, pero desde hacía cuatro años no había vuelto a pisar ninguno. Era superior a sus fuerzas. Visualizó su última vez en el crematorio del cementerio municipal de San Sebastián y rompió a llorar desconsoladamente. Hacía justo un día que se había jurado que nunca iba a llorar, pero no pudo resistirse y las lágrimas brotaron a mares. Le había supuesto un esfuerzo titánico armarse de valor para entrar otra vez en un cementerio, pero en ese momento se sintió fuerte y con ganas de romper con su anterior vida. Pensó que sería una muestra sintomática de que su vida iba a cambiar haciendo frente a la muerte. Sin embargo, al salir del cementerio se sintió melancólico y confuso. Una confusión y pesadumbre que le acompañó durante el trayecto de vuelta y le hizo replantearse si había sido una buena idea lo de irse a vivir a Valencia.
Sobre las dos de la tarde decidió desviarse de nuevo para detenerse a comer en El Rincón del Olvido. No tenía hambre a pesar de que no había probado bocado desde el desayuno, pero tocaba hacer un alto en el camino. Vio en el porche, fumando un cigarrillo, a la camarera que tan amablemente le había atendido y la saludó con efusividad. Esta le respondió con un seco hola sin más, como si se tratara de un desconocido. Realmente lo era. Sin embargo entró con cierta decepción, sintiéndose ignorado. Comprobó que tanto la zona del bar como el salón-comedor del restaurante estaban repletos. Únicamente quedaba una mesa libre y un joven camarero lo acomodó en una de ellas. Estaba alejado de la chimenea pero no hacía tanto frío ni llegaba empapado. No era lo mismo, pero frente a una ventana contemplando el horizonte no se estaba tan mal.
Pocos minutos después, una dulce y melodiosa voz le sorprendió al reconocerlo, mientras le mostraba la carta. Perplejo, no salía de su asombro al comprobar que ahora sí lo había reconocido y se dirigía a él afablemente. Lo dejó desconcertado, más de lo que ya venía, y por un momento se quedó callado sin saber qué decir, mirando el rostro de esa mujer cuya sola presencia tanto le inquietaba. Ante la parálisis mostrada, la joven mesonera, con una dicción perfecta, le convenció con gracia para que pidiera el menú del día, ya que era muy completo y tenía un precio asequible. Incluía steak tartar, la especialidad de la casa, y habitualmente no entraba dentro del menú.
—Es tu día de suerte. No te lo pienses o te arrepentirás.
Pablo Víctor se relajó ante la simpatía mostrada por la chica y estuvo tentado de preguntarle algo, pero le pareció irreverente y se limitó a repetir con tono de interrogación.
Читать дальше