Dedico este libro a todos aquellos que aman la verdad y la libertad.
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Agradezco a Dios por toda su ayuda en la elaboración de este libro. A mi familia por brindarme el tiempo para poder escribir este libro.
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Índice
Portada
Título
Dedicatoria Dedicatoria Dedico este libro a todos aquellos que aman la verdad y la libertad. ~*~
Agradecimientos Agradecimientos Agradezco a Dios por toda su ayuda en la elaboración de este libro. A mi familia por brindarme el tiempo para poder escribir este libro. ~*~
Los Hechos
Prólogo
Parte A. En búsqueda del enigma maya
Capítulo 1. Encuentro amistoso
Capítulo 2. Menú a la mexicana
Capítulo 3. El enigma de la lápida
Capítulo 4. Más allá del quinto ciclo maya
Parte B. Conferencia del doctor Eugene Smith (Preguntas y respuestas)
Capítulo 5. El secreto maya
Capítulo 6. Tiempos peligrosos
Capítulo 7. La misteriosa isla de Robinson Crusoe
Capítulo 8. La clave del día sagrado
Capítulo 9. El Código de Dresde
Capítulo 10. El día sagrado
Capítulo 11. El eclipse de la cultura maya
Capítulo 12. Ecos del pasado
Parte C. Diálogo entre el Doctor Eugene Smith y Jacob Burke
Capítulo 13. Los dioses de la constelación de Orión
Capítulo 14. Pacíficos invasores procedentes del planeta Venus
Capítulo 15. Los hijos del sol
Capítulo 16. El enigmático rey Pakal
Capítulo 17. ¿Ángeles o demonios?
Capítulo 18. Kan Balam y Shambhala
Capítulo 19. Cataclismo en el pasado
Capítulo 20. La súper raza de los dioses
Capítulo 21. Cerca del fin del mundo
Parte D. Desengaño
Capítulo 22. Mentira y traición
Capítulo 23. Día de superstición
Parte E. La Gran Separación
Capítulo 24. Rumbo a la morada en los cielos
Parte F. El ciclo desconocido
Capítulo 25. Profecías cumplidas
Capítulo 26. Una marca de esclavitud social
Capítulo 27. En búsqueda de inmortalidad
Capítulo 28. Catástrofe en el fin de los días
Reseña de la novela Mayas: El ciclo desconocido Autor: Dino Alreich
Otros libros del mismo autor
“ La cultura es lo que, en la muerte, continúa siendo la vida.”
–André Malraux
B’aakal
Ciudad de Palenque
Selva Centroamericana
682 D.C.
La imponente ciudad de B’aakal se mostraba inquieta. Se oían miles de gritos de los indígenas mayas, todos vehementes en los ritos de su culto sagrado. Las grandes multitudes hacían de aquella escena una agitada y ruidosa en su celebración al aire libre. Eran muchos los que se había reunido alrededor del altar de los sacrificios. Las llamas alcanzaban gran altura y eran avivadas cuando les lanzaban cada vez más ofrendas. Los mayas realizaban su acostumbrado rito de sacrificio a sus diversos dioses: Hunab Kú , su Dios creador; Yum Kaax su dios del maíz y de la guerra; Kinich Ahau , su Dios del sol; Kukulkán , su dios del viento y serpiente emplumada; Itzamna , su dios del cielo, noche y día; Ixchel , su diosa de la luna; Chaac, su dios de la lluvia; Kakupakat , su dios de la guerra; Ik, su dios del viento; Ek Chuah , su dios del cacao y de los mercaderes; Kimilo, dios de la muerte y Nal su dios del maíz y de la agricultura. Todos los ídolos eran objeto de culto de parte de los devotos indígenas quienes buscaban victorias sobre los enemigos, dones de la vida, la salud y el sustento de su pueblo.
El rey Pakal había ordenado que se realizaran toda clase de ofrendas y sacrificios. Todos los que fueran necesarios para satisfacer las exigencias de los dioses. El Halach Uinik , el sacerdote y gobernador, se encontraba en trance. Según sus órdenes las cuales afirmaba recibir de los dioses, se les extirpaba de forma violenta y rápida el corazón a las víctimas del sacrificio. Las víctimas gritaban y en cada grito los ritos parecían encenderse aun más. Como si los dioses hallaran complacencia en el sufrimiento de los humanos.
−¡No!, ¡No! –gritaba un indígena mostrando gran espanto en sus ojos y forcejeando contra los guerreros mayas quienes lo conducían por la fuerza hacia la piedra de los sacrificios.
Aquel indígena era una de las muchas víctimas de tribus vecinas que habían sido capturadas en una reciente batalla contra los mayas. El rostro de aquel hombre de unos treinta años de edad se mostraba horrorizado pues sabía lo que le esperaba. Él sabía el precio que le había tocado pagar. Los guerreros mayas lo capturaron para derramar su sangre y ofrecer su corazón a los dioses.
–¡Suéltenme! ¡Piedad! –gritaba aquel indefenso indígena.
Sus palabras no ocasionaban ninguna reacción de piedad en aquellos quienes ya habían determinado ponerle fin a su vida. Allí, sobre una gran roca pusieron a su víctima por la fuerza mientras dos hombres le ataban las manos y otro le ataba los pies. Una vez el indígena se encontraba inmóvil se acercó uno de los sacerdotes. El aspecto del sacerdote era horrendo. Su rostro infundía temor. Su cara pintada, su duro rostro reflejaba falta de piedad y misericordia. De forma violenta y rápida el sacerdote extrajo el corazón de su víctima. El corazón de la víctima fue alzando en dirección a los cielos y se mantenía latiendo mientras el sacerdote hablaba palabras en lengua extraña. Su cuerpo se había manchado en gran manera por la sangre de sus muchas ofrendas humanas. El cuerpo de la víctima sacrificada dejó de estremecerse. Allí sobre la piedra le decapitaron. Se podía ver una extraña expresión de desesperación en los ojos de los indígenas mayas quienes danzaban e invocaban el favor de los dioses. Por medio de aquella ofrenda de sangre demandaban clemencia y respuesta. Se escuchaba el estruendo de miles de indígenas cantando, bailando y dramatizando lo que consideraban eran las victorias dadas por sus dioses en las guerras. El Halach Uinik , entraba en trance utilizando su té de hongos y su balché . La sangre corría y era quemada y ofrecida a lo que consideraban sus dioses y protectores. Según afirmaban los chamanes o sacerdotes, los dioses demandaban sangre para estar complacidos y poder responder a sus peticiones. Toda la arquitectura de la ciudad evocaba el designio de sus dioses. Piedra sobre piedra eran colocadas y talladas de acuerdo a la voluntad de sus ídolos. Quedaba sobre las rocas los grabados de su historia, los misterios, los enigmas, el conocimiento de aquellos seres de quienes recibían su dirección. Las pirámides mismas eran construidas en consonancia con la ubicación de las estrellas y planetas los cuales relacionaban con la divinidad. Todas ellas de forma cuidadosa y minuciosamente construidas para rendirle culto a los que consideraban eran los dioses del más allá.
K’inich Kan Balam entró de forma violenta en la habitación de su anciano padre K’inich Janaab’ Pakal a quien todos llamaban «Pakal el Grande», ya anciano de tiene 79 años. Pakal se encontraba en su palacio planeando nuevas incursiones contra tribus enemigas.
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