Frente a ellos quedó al descubierto una escalera que descendía hasta las profundidades de aquella pirámide. Los ojos de todos estaban llenos de asombro y expectación. El señor Lhuillier descendió cerca de veinticinco metros por aquella escalera y sus ayudantes le seguían. Inmediatamente llegaron a un pequeño corredor. Se condujeron hacia una salita que medía tres metros y sesenta y cinco centímetros de largo y dos metros con quinces centímetros de ancho. Ellos caminaron lentamente.
–Esto parece ser una capilla abandonada. –comentó uno de los acompañantes.
Se podía ver en los muros adornos de figuras en bajorrelieve. Bajo sus pies, el pavimento parecía estar formado por una gran baldosa tallada que se extendía casi cubriendo todo el piso llena de jeroglíficos incomprensibles en gran manera.
Lhuillier permaneció un momento en silencio. Su mirada se dirigió hacia el pavimento donde parecía haber un espacio vacío.
–Vamos, hay que levantar la baldosa. –ordenó Lhuillier.
Lhuillier se dirigió a la cripta donde descansaba un sarcófago. Aquel sarcófago era impresionante. Se mostraba en perfecto estado de conservación.
Los ojos de todos estaban puestos en Lhuillier al notar su interés por aquel sarcófago antiguo cuya apariencia parecía pesar cerca de cinco toneladas. La losa sepulcral asombraba a todos los presentes. Era una piedra cincelada que medía unos 3,80 metros de largo y cuya anchura era de 2,20 metros. El grueso de la tapa era de 0,25. Lhuillier levantó la tapa del sarcófago y vio una cavidad sellada por un tapón ajustado. Los rostros de los que estaban allí presentes se llenaron de una expresión de sorpresa mezclada por gran regocijo. Dentro de aquel sarcófago se notaban los huesos de uno de los soberanos mayas. El cuerpo del difunto estaba cubierto de cinabrio rojo. Sobre él había joyas de jade y en sus brazos brazaletes y collares de cuentas. En cada dedo llevaba anillos de jade, el mismo material del cual estaban hechos unos misteriosos objetos que el difunto tenía en sus manos y una máscara que cubría su rostro. Los objetos que el difunto tenía en sus manos se trataban de un cubo y una esfera. Al levantar la máscara pudieron notar que aquel difunto soberano tenía la boca enmarcada de pirita pintada de rojo.
–Señores, nos encontramos ante un acontecimiento histórico. –se dirigió Lhuillier a sus colegas mostrando gran satisfacción ante el hallazgo.
–¿De quién se trata? –indagaron.
–Hemos encontrado el cuerpo de K’inich Janab Pakal I, rey de Palenque. –dijo Lhuillier mostrando gran sorpresa en su rostro.
–Esto sí que es un momento histórico. –dijo la asistente.
–De eso no hay duda. Pakal, era conocido como el “Gran Sol” y la mayoría lo llamaban Pakal el Grande . Su gobierno sobre el estado maya de B’aakal que justamente se encontraba aquí en Palenque consiguió un nivel de esplendor impresionante en su tiempo. Junto con su hijo K’inich Kan Balam II, mejor conocido como la “Serpiente Jaguar orientado al sol” fueron los responsables de la edificación de muchos edificios en toda esta zona. –explicó Lhuillier.
–Eso quiere decir que esta tumba lleva en este lugar más de doce siglos. –comentó uno de sus ayudantes.
–Oigan, vean que interesante estas representaciones que aparecen en la tapa de este sarcófago. –dijo uno de los ayudantes.
Los ojos de todos se posaron en aquel monumento. Frente a ellos se mostraba un cosmograma que representaba al propio Pakal en su viaje al inframundo.
–Señores, estas inscripciones que han sido grabadas en piedra muestran la representación de la muerte y la resurrección y el conjunto de creencias de ultratumba. –les explicó uno de los investigadores.
Frente a ellos la inscripción del monumento funerario del legendario Pakal. Aquellas inscripciones levantaban diversidad de opiniones en algunos investigadores. Para unos, la representación del viaje al inframundo de un antiguo gobernante soberano y para otros un enigma difícil de descifrar. Un misterio que mantendría al mundo alerta hasta el fin de los días sobre la tierra.
Parte A En búsqueda del enigma maya
“ El hombre bueno es su propio amigo.”
–Sófocles

Capítulo 1
Encuentro amistoso
Boston, Massachussets,
Estados Unidos
30 de septiembre de 2011
6:00 p.m.
El aeropuerto se mostraba muy inquieto. La gente iba y venía acelerada procurando no perder sus vuelos. Entre el desasosiego de la gente se notaba la figura de un famoso personaje dentro del mundo de la arqueología, sin embargo, para muchos en aquel lugar pasaba desapercibido. El Doctor Eugene Smith se encontraba a paso acelerado en el Terminal del aeropuerto. Faltaba sólo media hora para emprender su viaje rumbo a Chiapas, México, en una investigación para el Departamento de Arqueología de la universidad donde trabajaba ya por veinticinco años. Renombrado en su área de trabajo, eran pocos los que conocían el lado oscuro de su persona. Ante la gente, su impresión era de una persona respetable, elocuente y de gran valor académico, pero en las sombras de su vida había una historia misteriosa que contar. El segundo propósito de su viaje a México era el traer consigo a un prospecto. Su víctima nunca tendría la mínima sospecha del trágico final a la cual la conducirían, sin embargo, el señor Smith estaba seguro que la conseguiría, pues era muy raro que no lograra sus objetivos por medio de toda clase de técnicas de manipulación y engaño.
El cincuentón profesor tuvo la sensación por un momento que alguien le seguía. Por un momento se detuvo.
–Señor. –le llamó un extraño.
El Doctor Eugene Smith volteó a mirar a quien le llamaba. Se trataba de un hombre que aparentaba tener algunos sesenta años. Antes que el señor Smith hiciera alguna pregunta el hombre se apresuró a hablar.
–Señor, ¿es ésta su billetera? –dijo el hombre mostrando la cartera al acercarse.
Smith no mostró sorpresa alguna, en cambio en su mirada había una expresión de malicia.
–No lo puedo creer. –contestó Smith fingiendo sorpresa.
–Señor, usted perdió su cartera en la cafetería. Cuando pude notarla, ya usted había salido y se había adelantado bastante por lo que llevo un rato tratando de alcanzarle. –dijo el hombre entregándole la billetera.
El Doctor Smith lo miró a los ojos, tomó la billetera y la encontró intacta. Smith mostraba una apariencia ruda y tosca, siempre denotando malicia en su mirada.
–Señor, cuanto le agradezco que haya actuado de esta manera tan amable conmigo. –reaccionó Smith estrechando conversación con el hombre.
Smith hizo el gesto de sacar algunos billetes para pagarle a aquel extraño por el buen acto de recobrar su billetera.
–Esto es por haber obrado de buena fe. –dijo Smith ofreciéndole cincuenta dólares a aquel hombre.
–No, para nada, no tomaré dinero alguno por este favor. –respondió el hombre.
–A la verdad que todavía queda gente buena en la sociedad. –comentó Smith–. Dígame, ¿cuál es su nombre? –indagó.
–Jacob Burke, ese es mi nombre. –contestó.
–Señor Burke, mucho gusto en conocerle. –dijo Smith con tono amable.
–Su nombre ya lo sé pues lo leí en las identificaciones de su billetera al abrirla para asegurarme que realmente era suya. –dijo Burke.
–Señor Burke, le agradezco por el gran favor que me ha hecho al devolverme la billetera. Ahora debo irme pues no quiero perder mi vuelo. –dijo Smith.
–¿Hacia donde se dirige? –preguntó Burke.
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