Patricia Moraga - Pasiones lacanianas

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Estas clases siguen indudablemente esas señales, desde Freud, con Lacan, en un movimiento basculante que pendula entre autores de la psicología y la literatura clásica hasta las lecturas contemporáneas que interrogan el modo en que los afectos toman cuerpo en la actualidad.Sin ahorrarse dilemas lógicos y conceptuales ni los atolladeros con los que un analista se encuentra en su práctica, los pone en tensión, los interpela, los interroga y hace de eso una causa viva que alienta el debate y relanza un trabajo continuo.Partiendo de los cuerpos afectados, atraviesa las pasiones del ser y las del alma. Con el horizonte de la transferencia siempre presente, se desliza por las múltiples declinaciones del afecto: entre el amor y el odio, pasa por la vergüenza, la envidia, los celos, la tristeza, la cólera y la cobardía, entre otros. Y entrelaza los conceptos con los modos en los que en ocasiones irrumpen en lo social: el racismo, el odio contra lo femenino, el insulto. El horizonte del pase y el final del análisis interrogan, asimismo, el modo en que los afectos mutan en un trayecto analítico.Se trata éste de un recorrido que resitúa los afectos en el hueso de la práctica analítica para hacer de ellos una brújula desde una posición y una lectura ética. Graciela habla con otros, los invita a tomar la palabra, sosteniendo en acto el affectio societatis inherente a una Escuela de psicoanálisis. Y concluye, fiel a su estilo, con entusiasmo: ¨¿Cómo se junta el saber alegre con el bien decir?"Estas clases, las primeras de un ciclo que duró tres años, claramente son una respuesta y dan cuenta de ello.

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Emociones

Para avanzar paso a paso vamos a tomar referencias que nos ayuden a distinguir el afecto de otros términos. Por ejemplo, una primera distinción freudiana que Lacan retoma y enfatiza en el Seminario 10 es la que separa el afecto de la emoción. La emoción, plantea Lacan, es del orden del comportamiento, del movimiento, de la agitación. Tiene siempre la función de adaptación del organismo vivo al entorno, al mundo. Eso es lo que le permite sostener que la emoción no es algo propiamente humano, sino que la comparten todos los seres vivos. Lacan se basa en Freud, quien ya en el «Proyecto de una psicología para neurólogos» establece una secuencia que parte de la necesidad –por ejemplo, de alimentación– y que desencadena en el niño un estado de agitación que puede desembocar en la procuración del alimento o, si el alimento no llega, en lo que llama descarga alucinatoria: el niño empieza a chupetear, y ese chupeteo, mientras dura, produce un efecto en el cuerpo equiparable al efecto de la ingesta del alimento. Freud ubica allí a la emoción. No es simplemente la agitación para conseguir el alimento, sino el paso posterior que supone una descarga que no se produce respecto del objeto en sí, sino respecto de una representación del objeto, de una alucinación. El planteo más interesante es que posteriormente esto desemboca en una acción específica y la manifestación de esas descargas se convierte en un medio de expresión. Tal como lo concibe Freud y más tarde Lacan en el Seminario 10, la emoción es un medio de expresión, expresa una necesidad. Pero como se trata del terreno humano, no solamente expresa una necesidad, sino algo que va más allá, se enlaza con la falta del objeto y se manifiesta en la demanda y el deseo, de allí la dimensión alucinatoria.

«Eso» que no pasa

Es en este punto que hay que hacer la distinción con el afecto porque el afecto no es una expresión. La idea del afecto como expresión supone un interior y un exterior. «Algo» del adentro se manifiesta en el afuera como descarga: risa, dolor, llanto. O bien se expresa en palabras, que son un equivalente de la descarga. De ahí viene la idea de que hablar hace bien «para descargarse» y, al mismo tiempo, la presunción de que las palabras no alcanzan para expresar «eso» que uno querría expresar. Allí es donde se ubica la crítica de Green a Lacan que comentábamos la vez pasada, con su alegato de que el lenguaje, presunto caballito de batalla de Lacan, sería insuficiente para expresar el afecto. Lacan entra en esta polémica diferenciando de la emoción, el afecto. La emoción expresa algo del viviente mientras que el afecto no es expresión de nada. Se trata de la antinomia entre el viviente que expresa algo que proviene de su interior que pide ser descargado y el sujeto afectado por algo que le es radicalmente extraño. Si se lo dibujara con flechas, una iría del sujeto hacia afuera –la emoción como expresión– y la otra iría de lo Otro hacia el sujeto. Digo de «lo Otro» porque no es meramente una dialéctica entre el adentro y el afuera, sino también concierne a algo que atañe al cuerpo, que pide satisfacción, pero que encarna Otra cosa para el sujeto mismo, y que es el empuje pulsional. Para Lacan, separar el afecto de la expresión es la carretera principal, la brújula.

Intervención: Querría hacer un pequeño aporte. Me parece que ya en Freud, en el «Proyecto», se puede encontrar la diferencia entre afecto y expresión. Freud plantea que hay algo del viviente que queda enlazado al Otro y que es la fuente de toda la dependencia futura, de los motivos morales; que el sujeto necesita al Otro por una cuestión de supervivencia. Pero ahí mismo plantea que hay un resto no traducible por la palabra que queda ligado al cuerpo y que eso, muchos años más tarde, va a ser el carozo de la repetición. Me parece que va en la línea de lo que estás transmitiendo.

Graciela Brodsky: El problema, efectivamente, es equiparar «eso» que no pasa a través de la palabra con un afecto que no puede ser expresado. O, más precisamente, suponer que lo indecible se dice por otros medios, no verbales, y que el afecto es el lenguaje que expresa lo indecible. Esto llevaría entonces a interpretar el afecto para restituirle un dicho a lo indecible. Pero con esto no se sale del terreno del afecto como expresión. Incluso del afecto como mensaje.

Si quisiéramos rastrear por dónde sigue Lacan la huella de lo indecible, en lugar de ir por el camino de los afectos, deberíamos seguir algunas pistas en el curso Donc, de Jacques-Alain Miller. Allí leerán que Lacan busca la huella de lo indecible en los callejones sin salida de la formalización. Lo busca en las paradojas de la lógica, no en el terreno de lo afectivo.

Intervención: En sus primeros textos, Freud sitúa lo indecible en el encuentro traumático sexual, así como Lacan lo sitúa en el encuentro con lalangue. Lo sitúa ahí, pero dice que hay dos cuestiones indecibles; una es la angustia, que es lo que no tiene la representación del acontecimiento traumático, y la otra es lo que llama la fuente independiente de desprendimiento de displacer (6), que después es la pulsión.

Graciela Brodsky: Es un terreno en el cual nos vamos a tener que detener más adelante, lo que hace de bisagra entre afecto y pulsión. Lacan intenta decir algo sobre eso en «Televisión» cuando hace el listado de esos afectos que vincula con el objeto a.

Tengo la impresión de que, sin proponernos, llegamos a un punto interesante. Podríamos formular la siguiente hipótesis: cada una de las versiones que Lacan da de los afectos es un intento de abordar eso que queda por fuera de la función y el campo de la palabra y del lenguaje, eso indecible en la experiencia analítica. Podríamos pensar que el tema de los afectos en Lacan está articulado desde el inicio, desde el Seminario 1, al problema de lo indecible. Es una hipótesis a demostrar.

Sentimiento

El otro concepto respecto del cual Lacan distingue el afecto es el sentimiento. La emoción está siempre ligada a la agitación corporal. El sentimiento, en cambio, está en la vereda de enfrente porque es subjetivo, depende del lenguaje. Sentimiento y sentimental tienen la misma raíz que sensación y sensibilidad: sens, lo que indica su dependencia del sentido. Así como la emoción está vinculada a la agitación corporal, el sentimiento está vinculado al sentido. A tal punto, que creo que Miller dice, comentando a Lacan, que el sentimiento depende de tal manera del discurso, de la lengua compartida, que un sentimiento solo existe a condición de que exista la palabra que lo nombra. Eso es la cara opuesta a la expresión. La expresión no depende de la lengua, mientras que el sentimiento depende exclusivamente de la lengua y del sentido que uno le da. En esa dimensión, el sentimiento es inobjetable; si alguien dice: «estoy triste» o «me siento triste», no se ve de qué serviría decirle que no lo está. Es del orden de la inmediatez de lo vivido, es subjetivo y no dialéctico. Conocen tal vez los juegos de palabras que Lacan hace con el sentimiento. Sentimiento en francés se escribe sentiment. Lacan separa la palabra, poniendo de un lado lo que es del orden de lo que se siente, de lo sentido y del sentido, y del otro, el ment, miente, o sea que el sentimiento miente.

El otro juego de palabras es poner el sentimiento del lado de lo mental. Si siguen la línea que estamos tratando de abordar, verán que de este modo lo separa del cuerpo en la medida en que es el senti-mental.

A diferencia de la emoción que va del lado de la moción y de motilidad. Moción, motilidad, emoción, todo eso forma parte del mismo contexto semántico que refiere al movimiento, mientras que el sentimiento viene del lado del sens, es decir, del sentido y de lo mental.

Por lo tanto, partiendo de estas distinciones, el afecto no es emoción y tampoco sentimiento. La sorpresa que nos depara Lacan consiste en pasar del campo del afecto al campo de la pasión. Esto supone un doble movimiento: salir del campo subjetivo del sentido, salir del campo expresivo de la emoción, y pasar al terreno de la ética.

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