Efecto de afecto
A modo de ejemplo, comparto con ustedes un tema que se trató ampliamente en la Conversación sobre el pase que acaba de finalizar en Río de Janeiro. Se trata del «efecto de afecto» que eventualmente comparten los integrantes de un cartel del pase y que, llegado el caso, tendría más peso en el momento de una nominación que la demostración propiamente dicha. Evidentemente, cuando se trata de una demostración es más fácil ponerse de acuerdo. Si hay que demostrar que la suma del cuadrado de los catetos es igual a la hipotenusa, existen maneras de demostrarlo y de obtener, a partir de esa demostración, un asentimiento colectivo. Por cierto, aún la demostración más rigurosa requiere un acuerdo sobre el uso del lenguaje y la aceptación de algunos axiomas de partida. Y siempre es posible echar por tierra el asentimiento si el otro no consiente en jugar el juego. Pueden consultar al respecto el diálogo que imagina Lewis Carroll entre la liebre y la tortuga al final de esa carrera imposible que nos legó Zenon (1). Pero a pesar de las paradojas que surgen en el seno mismo de una demostración matemática, suponemos que la demostración alcanza un grado de certeza mayor: la ciencia avanza así, no con liebres incrédulas, sino con científicos crédulos. El pase es más complicado porque la conclusión de un análisis no se deduce tan limpiamente de las premisas que ordenaron la cura: hay una discontinuidad, un salto que Lacan teorizó en su momento a partir del acto. De modo tal que para arribar a una nominación no basta la demostración; esta es necesaria, pero no suficiente. Entonces, en esa brecha entre las premisas y las conclusiones se desliza el tema del «efecto de afecto» para nombrar ese plus que hace falta para el asentimiento colectivo del cartel. Esto presenta, a mi gusto, el siguiente problema: ¿cómo concebir que un cartel, un conjunto de varias personas, experimenten un mismo efecto de afecto? Ahí se desemboca en un terreno especialmente complicado porque, freudianamente hablando, la fuente de un efecto de afecto colectivo es la identificación, es decir, la «Psicología de las masas». Freud explica bien la vía por la cual se produce un efecto de afecto colectivo: lo que colectiviza es el Ideal. Indudablemente, el efecto de afecto, el entusiasmo que puede producirse en un cartel del pase cuando se tiene –¿cómo llamarlo?– el sentimiento de que algo pasó, es un hecho a ras de la experiencia. ¿Pero cómo argumentar que la nominación se sostiene más en el efecto del afecto que en la demostración sin desembocar en el pantanoso terreno de la identificación y la consiguiente sugestión?
En esa conversación hubo una respuesta que me pareció que abría una puerta de salida. La intervención apuntó a pensar en el efecto de afecto del chiste. Efectivamente, el chiste tiene una función social, el chiste no es para reírse uno mismo, lo que sería el fracaso del chiste. El chiste transmite algo que produce risa, que es un efecto de afecto que no podría ponerse en el casillero de la demostración porque cuando se demuestra un chiste... es fatal. Tampoco podría ponerse en el registro de la sugestión. Es decir que en Freud mismo parecería haber una indicación para pensar efectos de afecto que no impacten solamente sobre el cuerpo de uno, sino que puedan resonar en el cuerpo de varios. Esa podría ser una de las vías para pensar lo colectivo por fuera de la psicología de las masas. Otra podría ser el terreno de la sublimación, o sea, un modo en el que la pulsión se socializa, se colectiviza.
Esto es solo una manera de introducir nuevas razones para retomar el peso que tiene el tema del afecto.
Inmediatamente después de la reunión pasada, Sandra Ruiz subió al Facebook del seminario la foto de una página del curso Piezas sueltas, de Jacques-Alain Miller, que venía muy a cuenta para nuestras reflexiones:
El psicoanálisis, un psicoanálisis, está para hacer creer que lalengua sirve para la comunicación […] Hacemos todo para olvidar que no se trata de comunicación. A partir de la última enseñanza de Lacan, de esta perspectiva última sobre el psicoanálisis, es evidente que estamos a nuestras anchas al tomar como referencia para el psicoanálisis el lenguaje, es decir, los efectos de sentido que en efecto engendra el lenguaje –los insights, como han sido denominados–, en los cuales experimentamos la verdad y que esta verdad cambia. (2)
Se trata, como ven, de la dimensión cambiante de la verdad en el dispositivo analítico: lo que es verdad en un determinado momento pierde ese efecto más adelante.
Pero la última enseñanza de Lacan es –¿cómo decirlo?– más realista al no tomar como referencia el lenguaje sino lalengua concebida como una secreción, la secreción de cierto cuerpo y al ocuparse menos de los efectos de sentido –los hay– que de esos efectos, que son afectos. (3)
Es interesante detenerse en esta idea de lalengua como una secreción, como un humor corporal. Miller propone dos metáforas más; las copio:
Es una metáfora, lo que supone sustituciones. Los efectos de sentido pasan a estar sustituidos por los afectos y el lenguaje pasa a estar sustituido por lalengua. Cuando estamos en el registro de lalengua, el efecto de sentido que induce el significante pasa a estar sustituido por el efecto de afecto. Miller escribe esas dos metáforas y continúa:
Esta escisión entre lalengua y el lenguaje, entre la comunicación y la nominación, entre el efecto de sentido y el afecto, invalida, o más bien pone en tela de juicio la hipótesis, formulada como tal en el último capítulo del Seminario Aún, según la cual el individuo afectado es lo mismo que el sujeto del significante. (4)
Cuando proponemos, con Lacan, que el individuo afectado es lo mismo que el sujeto del significante los unificamos bajo la fórmula del sujeto tachado. Lo que afecta es el lenguaje, el efecto es una pérdida de goce, y lo afectado, ese al que podemos llamar el individuo, pasa a ser un sujeto del significante. Es esto lo que va a discutir la ultimísima enseñanza.
Esto indica –continúa Miller– que el psicoanálisis es la promesa de que el afecto es reducible al efecto de sentido –esto es lo que dice Lacan en Aún–, mientras que lo que Lacan denomina «sinthome», lo que él nombra de este modo –comienza así, proponiendo un nombre nuevo que resulta ser la reproducción de un nombre antiguo aunque él lo tuerce a su manera–, es el afecto en la medida en que es irreductible al efecto de sentido. A este título inserta a James Joyce en su última enseñanza… (5)
Si el afecto es efecto del sentido inducido por la cadena significante, estamos en el registro freudiano del afecto desplazado respecto de la representación, perspectiva que es la de Lacan en buena parte de su enseñanza: es la dimensión imaginaria de los afectos. Si, en cambio, el afecto no es efecto de sentido, si no depende del significante, ¿el afecto entonces es signo de lo real, como adelantó Lacan respecto de la angustia? Quiero decir, ¿el afecto es la señal de la falla del significante y no su efecto? Entiendo que este es el interrogante fundamental que habría que intentar responder en cada uno de los pasos que demos.
Si el efecto de afecto no es reducible al efecto de sentido, ¿de qué manera entra esto en el dispositivo analítico? Para decirlo de otra manera: ¿Cómo es tratado el efecto de afecto por el psicoanálisis? ¿Decir que el efecto de afecto no es asunto del sujeto implica entonces que es asunto del cuerpo? Esto abre la pregunta por cómo entra el cuerpo en el análisis si aspiramos a no tratar el cuerpo y sus afectos mediante el efecto de sentido.
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